Y un sábado cualquiera del dos mil once, entre los dos perros presurosos por salir, con su familia reposada y su hija mayor estudiando con él, se acordó de ella, fue una voz agónica repitiéndose en los vívidos caminos de la nostalgia, no queda de aquel viejo cuadro, más que la espuma de las olas orillándole los pies, alguien sabrá, acaso ella, que estas pequeñas palabras le pertenecen...
muy delicado ¿texto? ¿poema?... esencialmente compartido desde los sótanos de la memoria.
ResponderEliminar¡Gracias, Lido!
EliminarSin comentario hermoso y profundo
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarQuerida Claudio, hermosa versión de lo irreparable que tiene la melancolía. Horacio
ResponderEliminar¡Gracias, Horacio! Un privilegio tenerte como lector.
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