"En el discurso de Cambiemos -dice, Velleggia- la metáfora alude a la utopía de un nuevo orden en el que la desresponsabilización social, moral y política por el destino colectivo sería una suerte de “tierra prometida” de la felicidad. Esta utopía es congruente con el mito del self made men popularizado por el cine hollywoodense y aludido por el discurso meritocrático y “emprendedurista” -interesadamente naif- de los dirigentes neoliberales. Cada uno es dueño de su destino y si nos juntamos como individuos despolitizados, desideologizados y desconcientizados podremos festejar y ser felices al estilo de los ricos y famosos ilustrados por la revista “Hola” que suele hojearse en las peluquerías para señoras".
Como
es sabido el lenguaje no sólo es un instrumento de comunicación y expresión,
sino también de control social. Puesto
que las palabras se manifiestan en discursos, ellas no son simples
designaciones neutras de la realidad sino representaciones
que la construyen.
El
conjunto de discursos y modalidades de producción de sentido acerca de la
realidad existentes en una sociedad, al que llamamos discursividad social, da cuenta de las relaciones de poder en un
tiempo y espacio determinados, cuyo despliegue constituye un campo de batalla inmaterial
hoy clave: el de la lucha por la imposición del sentido. En estas batallas por
la hegemonía, en las que siempre está presente la ideología, se construyen las identidades
e imaginarios colectivos. Concurren a ella los discursos de diversos lenguajes
y medios de comunicación, entre los cuales tienen particular relevancia el discurso
explícitamente político y los medios audiovisuales. Varios autores destacan
desde hace años el maridaje entre ambos, remitiendo al añejo concepto de AIE
(Aparatos Ideológicos del Estado), de Louis Althousser. Esta tesis fue
problematizada por Pierre Bourdieu al señalar que este sería un estado
“patológico” (o si se quiere excepcional) de la discursividad social y los
medios de comunicación social. Pero, tal “estado patológico” –en palabras de
Bourdieu- se ha naturalizado en la Argentina actual con el matrimonio perfecto,
aunque nada romántico, entre medios de comunicación social hiper concentrados y
discurso político neoliberal.
Patologías discursivas
y violencia simbólica
Entre las características
del discurso político de Cambiemos, cabe señalar dos fundamentales: el profuso
empleo del eufemismo y la metáfora, para construir un repertorio de
sub códigos identitarios de la fuerza política, que desplazan los significados
originales de las palabras sustituyéndolos por otros, en general, opuestos a
aquellos y la violencia simbólica
dirigida a inculcar odio y desplazar las culpas de todos los problemas
existentes hacia el “mundo K”, indisolublemente ligado al vocablo “corrupción”.
El slogan “se robaron todo” naturalizado como sentido común (sin explicar qué
se robaron, quienes, dónde, cómo, cuándo, a quienes) cumple la función de un mito aglutinante.[1]
Los mitos aglutinantes, entre ellos el del Enemigo Interno Identificado (EII), constituyen
recursos semántico-políticos utilizados por algunas democracias débiles, aunque
están vinculados a las funciones bélicas que históricamente vienen cumpliendo. Estas
construcciones simbólicas basadas en el estereotipo y el prejuicio han servido,
tanto a Hitler al adjudicar los males de Alemania a los judíos, a fin de
justificar el inicio de la Segunda Guerra Mundial -cuyos motivos reales era
bien otros- como a los Estados Unidos. En este caso los EII se renuevan
periódicamente, para unir a la población en las guerras emprendidas por motivos
muy distintos de los usualmente proclamados desde el poder -”salvar a la
democracia” de los regímenes totalitarios, comunistas, amarillos, terroristas,
tiranos con armas de destrucción masiva, etc.- que pueden actuar tanto fuera
como dentro del país. Esta construcción simbólica ha dado sustento a la
Doctrina de la Seguridad Nacional, bajo cuya invocación se perpetró la secuela
de golpes de Estado que, en los 70s, derribó a los gobiernos democráticos
progresistas de América Latina para instalar a las mas cruentas dictaduras de
su historia.
En
ocasiones la violencia simbólica se torna denotada y de gran agresividad, pero aunque
no se manifieste de manera explícita, “trabaja” a nivel connotado de manera continua, persistente y redundante.
Estos son tres requisitos pedagógicos provenientes de las teorías conductistas de
la educación. El propósito perseguido por estos métodos es performativo. Los individuos deben incorporar como elecciones
propias ciertos valores, ideas y cosmovisiones que son prescripciones del
enunciador del discurso para orientar las conductas individuales y sociales de manera
funcional a sus objetivos e intereses.
Según
la Real Academia Española, eufemismo
significa “Modo de expresar con decoro
ideas cuya franca expresión sería malsonante”. El revestimiento semántico
“decoroso” de ciertas ideas consiste en la naturalización de un contrabando ideológico que disloca las
funciones del lenguaje mediante la sinécdoque
para ocultar algo innombrable debido a sus efectos políticos negativos y
revertir el sentido de manera favorable al emisor.
Algunos
ejemplos. La devaluación practicada al asumir Cambiemos el gobierno en diciembre
de 2015 -que llevó el precio del dólar de $ 10,70 a $ 15 y la consiguiente
inflación de 40% en 2016- fueron
denominadas “sinceramiento” y el
control de cambio del gobierno anterior se estigmatizó con el término”cepo
cambiario”. El valor positivo sinceridad,
no sólo sirvió a enmascarar una decisión política de efectos negativos para la
mayor parte de la sociedad, además de resonancias históricas ominosas (“idea
malsonante”), sino que al mismo tiempo invistió a los enunciadores del discurso
de dicha cualidad, considerada por el sentido común un “bien escaso” en la
política. Abundan los ejemplos similares;
“reparación histórica” se llamó al
operativo para compensar a los jubilados y pensionados que habían iniciado
juicios al Estado, a cambio de que desistieran de los mismos y que resultó en
un fiasco, pero sirvió a enmascarar un “blanqueo de capitales” fugados
ilegalmente del país, en el cual se incluyeron por decreto del PEN, a los
familiares de connotados funcionarios, en primer lugar del Presidente de la
Nación, pese a que la ley sancionada en el Congreso de la Nación lo prohibía de
manera expresa.
La
“reforma previsional”, que reemplazó la
fórmula de actualización semestral de las jubilaciones, pensiones y AUH, la
cual había posibilitado que las mismas superaran la pérdida del poder
adquisitivo experimentado durante años por sus beneficiarios triplicando el
número de los mismos, fue presentada por el discurso oficial como mejor que la
anterior porque los ajustes serían trimestrales de acuerdo al índice (oficial)
de inflación. Pero en la realidad el nuevo índice representa la pérdida de un
monto equivalente a un salario anual por parte de los jubilados y pensionados y
a un monto de alrededor de $150 mensuales menos del salario familiar por hijo y
de quienes reciben la AUH (niños y niñas de los sectores pobres que constituyen
el 50% de la población infantil). Esto posibilitó al Gobierno Nacional
apropiarse de $ 100.000 millones de los fondos de la ANSES para transferirlos al
sector financiero y al Fondo de Reparación Histórica de la Provincia de Buenos
Aires, con miras a las elecciones de 2019.
La “reforma
laboral”, proyecto de ley semantizado por el discurso del poder como
iniciativa para “impulsar la creación de empleo en blanco, disminuir los costos
laborales de las empresas y dar mayor competitividad a la economía”, consiste
en el mayor intento de precarización del trabajo y eliminación de derechos
laborales de la historia argentina, violatorio, además, de la Constitución
Nacional y de varias convenciones internacionales. La “reforma
fiscal”, permitirá reducir impuestos a los grandes empresarios y abriría
paso a un nuevo –e incierto- sistema de co-participación federal. Enmascarada
con el eufemismo “pacto fiscal”, en realidad apunta a “bajar el gasto público”
y disminuir impuestos internos (en las provincias) bajo el supuesto de “activar
las economías regionales”, a cambio de que los gobernadores pactantes desistan
de los juicios contra el Gobierno Nacional por el pago de deudas pendientes.
Esta tríada de decisiones políticas regresivas –prescritas
por el FMI- son acopladas discursivamente con el eufemismo de “Reforma Permanente”, de resonancias
revolucionarias marxistas y trotskistas, configurando un caso insólito de sinécdoque.
“La Revolución Permanente” (1929), de León Trotsky, plantea la teoría que
el intelectual y dirigente de la Revolución Bolchevique introdujo en el debate
de la época para extender la revolución al mundo.
La “herencia recibida”
precipita lluvias
Metáfora, por su
parte, es definida por la Real Academia de la Lengua como “Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces en otro
figurado, en virtud de una comparación tácita”. De manera semejante a la
alegoría (“unas palabras se toman en
sentido recto y otras en sentido figurado”) la metáfora y el eufemismo
implican la sustitución de unas palabras por otras como dispositivo semántico
de desplazamiento de sentido, a fin de investir de ciertos atributos
imaginarios al objeto aludido.
“Lluvia de inversiones”, fue la metáfora
empleada para legitimar medidas de ajuste y aumentos de tarifas de los servicios
públicos y combustibles, planteadas como requisitos para atraer a los
inversionistas extranjeros. Este tipo de “lluvia”, vinculada a la “teoría del
derrame” de raigambre conservadora neoliberal –nunca comprobada empíricamente-
es usada, tanto para instrumentar despidos masivos de trabajadores públicos
(“modernización del Estado”) a los cuales se suman despidos masivos del sector
privado industrial y de los servicios, a fin de generar el, denominado por
Carlos Marx, “ejército laboral de reserva”. Se procura así provocar un índice
de desocupación superior al promedio para reducir los salarios y precarizar las
condiciones de trabajo, en función de incrementar las ganancias de las empresas.
Estos supuestos se fundan en otro cuyo carácter contradictorio es evidente:
estas medidas regresivas incrementarían las inversiones y… la contratación de
personal. Todas estas medidas profundamente anti-populares y de expropiación de
derechos son justificadas como “necesarias” con el eufemismo de la “herencia
recibida”, hecho que desmienten las estadísticas de fuentes insospechadas. Los
indicadores positivos vigentes hasta el 10 de diciembre se transformaron en
negativos a partir de esta fecha y la inflación, que entonces era del 24%,
llegó a trepar al 41% en 2017 (dos años después) también debido a dicha “herencia”.
El
contrasentido lógico y los efectos negativos de estas proposiciones no resisten
el menor análisis, motivo por el cual los programas periodísticos de actualidad
de los medios de comunicación social, de los cuales el Gobierno ha “extirpado”
las voces opositoras o directamente no acordes a las políticas oficiales, los
eluden o tergiversan, replicando de
manera permanente las consignas “se
robaron todo”, “herencia recibida”, “corrupción K”. Como se sabe la replicación de consignas es una práctica
usual de la propaganda política dirigida a producir sensación de unanimidad.
Al
modo de la práctica inquisitorial de “extirpación de las idolatrías”, los
medios de comunicación social han asumido una función propagandizadora de las políticas oficiales que, a la par, sataniza
y descalifica a todas las que se opongan o sean diferentes, en particular a la “herencia recibida” (de los dos gobiernos
anteriores designados “K”), fantasma al que se culpabiliza de todas las
desgracias actuales. Esta es, precisamente, la función de AIE conceptualizada
por Althousser, que –pese a las críticas de Bourdieu- parece funcionar, dado
que el discurso del poder hegemónico ha logrado naturalizar en la sociedad políticas que perjudican los intereses
de la mayor parte de ella, marketing carnavalesco mediante.
La “revolución de la
alegría” contra el “populismo”
El
eufemismo y la metáfora se consideran subcódigos de un código general que, con
frecuencia, cumplen la función poética del lenguaje y producen asociaciones del
objeto aludido con otros objetos para develar u ocultar su esencia. “Son derivaciones permisibles de las formas
nucleares inscrustadas en la norma explícita” (Jakobson; 1984). Por ejemplo: -“Pedro es un viejo zorro”, que
da lugar a la réplica: -“No es cierto, Pedro no es un zorro sino un cerdo, el
que es zorro es Juan”. (op.cit; 93). En todos los casos, esta función introduce
una connotación valorativa (dimensión ideológica del lenguaje), positiva o
negativa, enmascaradora del objeto
real que, asimismo, suele operar la transmutación
de léxicos de un campo a otro. Operación que, en las ciencias sociales, se
considera inválida o a-científica.
Una
transmutación léxica frecuente del discurso de las derechas conservadoras es el
contrabando efectuado desde el campo de la biología al de las ciencias sociales,
que abre paso a interpretaciones discriminatorias y xenófobas de ciertos fenómenos
socio-históricos. “Aluvión zoológico” bautizó el Diputado Nacional Ernesto
Sanmartino, de la UCR, a las masas de trabajadores beneficiarios de derechos
sociales inéditos merced a las políticas redistributivas del Peronismo. La
apropiación del espacio público en los actos multitudinarios en los que
aquellos se comunicaban de manera directa con su líder funcionaba como símbolo
del empoderamiento de quienes la oligarquía consideraba como vasallos sub humanos
(pertenecientes a la zoología). “Grasas” y “cabecitas negras” eran otros
eufemismos con los que se descalificaba a las masas trabajadoras, en general
mestizas, llegadas del interior para incorporarse a la incipiente
industrialización del país.
En
aquél sector social y sus intelectuales orgánicos -cuyo marco de referencia
estaba dado por el genocidio “modernizador” de la eufemísticamente denominada
“Campaña del Desierto”- el cambio material
y simbólico en las relaciones de poder social, provocaría tanto odio y miedo
hacia el peronismo que, desde entonces, fue identificado como el EII al que, por tanto, había que
destruir. A su vez, desde el otro lado de la línea divisoria, se significó a
quienes sostenían tales posiciones políticas anti-populares con el eufemismo de
“gorilas”, descalificando sus postulados con el adjetivo “gorilismo”, vigente
hasta hoy en el habla popular.
Además
de las conocidas -y ya perimidas- teorías instintivistas y freudianas sobre la
sociedad de masas y su cultura que, entre fines del siglo XIX y comienzos del
XX, se elucubraron desde las concepciones conservadoras -que tipifican a las
“masas” como amenaza o conglomerados irracionales de individuos despojados de
una subjetividad humanizadora y cegados por un líder carismático en el cual se
proyectan- la recurrencia al léxico
biologicista recoge aportes del positivismo, con fuerte arraigo en los sectores
intelectuales afines a la oligarquía y en la cultura de nuestro país, en
general. Del positivismo argentino derivan tanto la instrucción pública laica y
gratuita sarmientina como la criminalística lombrosiana. En ambos casos el hilo
conductor es la antinomia “civilización”/”barbarie”, magistralmente
representada por el “Facundo” de Sarmiento, uno de los más importantes ensayos
políticos nacionales.
En
este marco se inscribe la metáfora “cáncer
del populismo”. Extraída del léxico médico, ella connota la idea de la
sociedad como un cuerpo enfermo al
que sería preciso “operar” para “extirparle” un tumor, a fin de que recupere la
“salud”. Demás está explicar las connotaciones y consecuencias prácticas de violencia
contenidas por esta, en apariencia inocente, metáfora. Los sectores
conservadores, asimismo, niegan la existencia del conflicto, que es intrínseco
a toda sociedad, de modo que todo lo que altere el statu quo es descalificado con estereotipos que implican violencia
simbólica. Dado que, como señala la evidencia histórica, la oligarquía y la
derecha conservadora no tienen el hábito de resolver los conflictos de manera
dialogada sino mediante la violencia ejercida desde una posición de poder para
subordinar al “populacho” o la “negrada”, las tensiones y demandas son
percibidas por ellas como “desestabilizadoras”.
Pese
a no haber sido definido con precisión por las ciencias sociales, el término “populismo” ocupa un lugar destacado en
el discurso de las derechas conservadoras, que le adjudican un sentido ideológico
asociado al EII. Debido a la
imposibilidad de abordar este tema aquí[2], y simplificando, para el sentido
común de los sectores arriba mencionados, populismo
sería cualquier política de carácter redistributivo, que atienda a las demandas
de los sectores populares, establezca una vinculación sin mediaciones del líder
con éstos y se oponga a los postulados doctrinarios del conservadurismo y el neoliberalismo.
La aplicación de políticas económicas de orientación neokeynesiana y de defensa
de los intereses populares y nacionales es deslegitimada con este adjetivo. Se
soslaya, sin embargo, que el primer líder “populista” del continente fue
Franklin D. Roosvelt que, con las políticas del New Deal, aplicadas a partir de
1933, logró que los Estados Unidos superaran la Gran Depresión ocasionada por
la crisis de 1929.
Sin
pretender profundizar en el análisis de las distintas formas de deslegitimación
que, desde el bloque de poder dominante, se aplican a Cristina Fernández de
Kirchner y su gestión, es posible verificar la utilización exhaustiva y
sistemática del arsenal de dispositivos semánticos descritos. Si, en un
principio, se la descalificó por una cuestión de “estilo” (o estética) se avanzó
desde las críticas a su vestimenta, maquillaje y peinado hasta su gestualidad,
para finalizar en el eufemismo “crispación”
como síntesis deslegitimante inapelable. Proveniente del léxico
médico-psiquiátrico el término connota insanía mental. No es casual que, desde
el marco ideológico del bloque de poder dominante y sus rituales elaborados por
el marketing político esencialmente anti-intelectual y despolitizador, la densidad
conceptual e ideológica del discurso de CFK y su modo de enunciación apasionado
resulten tan perturbadores. Cabe acotar también que los prejuicios y
estereotipos machistas y misógenos –a los que son proclives dichos sectores- no
están ausentes de estas descalificaciones que, curiosamente, no fueron
aplicadas al ex - presidente Néstor Kirchner, cuyo discurso supo ser pródigo en
anatemas dirigidos a sus adversarios políticos.
La
almagama ideológica que concentra el
eufemismo crispación excede a la
figura estigmatizada, su estética, “modales” y/o errores, para apuntar al
corazón de la política: el nivel conceptual-ideológico. El discurso político
cuyo análisis se cancela con el vocablo “crispación” entraña una complejidad
que desafía al pensamiento y convoca al debate racional referido a las
características de los proyectos políticos en pugna. Debate que, desde la
vertiente “populista”, conduce a la toma de conciencia de los derechos sociales
del pueblo, su constitución en actor protagónico y el estímulo al ejercicio de
esta condición. Y desde la perspectiva conservadora-neoliberal es,
precisamente, en esto donde reside el peligro a erradicar y por, ende, la
“crispación”.
Todo
discurso productor de ciudadanía tiene un nivel pedagógico y cierta complejidad
conceptual e intelectual promotora de la reflexión, el debate y la toma de
conciencia que no es solo política sino también moral en tanto incita a un
compromiso por el destino común de la sociedad y de la Nación. En esta línea se
inscriben los discursos de los grandes líderes políticos. Imposible imaginarse
a un Mao Tse -Tung, un Perón, un Fidel Castro, un De Gaulle, un Alfonsín,
salvando las diferencias ideológicas y espacio-temporales entre ellos,
convocando -metáfora mediante- a la “revolución
de la alegría”, y desparramando globos
y papelitos de colores…
La
metáfora “revolución de la alegría”, alude a un estado de euforia festivo,
eximido de toda responsabilidad social y política. La fiesta, como hecho
extraordinario en las culturas de los distintos pueblos, significa un
paréntesis; el espacio liberador de las obligaciones de la vida cotidiana, el
momento en el que es permitido el desmoronamiento de las jerarquías sociales y
en el que caen las barreras morales –represivas- que imponen las pautas de conducta
socialmente consagradas. El ejemplo clásico es el carnaval.
Entre la utopía de un
mundo feliz y la “grieta”
En
el discurso de Cambiemos la metáfora alude a la utopía de un nuevo orden en el
que la desresponsabilización social, moral y política por el destino colectivo sería
una suerte de “tierra prometida” de la felicidad. Esta utopía es congruente con
el mito del self made men popularizado por el cine hollywoodense y
aludido por el discurso meritocrático y “emprendedurista” -interesadamente
naif- de los dirigentes neoliberales. Cada uno es dueño de su destino y si nos
juntamos como individuos despolitizados, desideologizados y desconcientizados
podremos festejar y ser felices al estilo de los ricos y famosos ilustrados por
la revista “Hola” que suele hojearse en las peluquerías para señoras. La
propuesta Cambiemos es lograr un estado de anomia
colectiva como requisito de disfrute y felicidad. El ideal es
des-ciudadanizar, el fenómeno que algunos autores denominan “pos ciudadanía”
como correlato de la “pos verdad”. El éxito consistiría en lograr cuerpos
deportivos con mentes en blanco, cual tábulas rasas en las cuales inscribir las
nuevas posverdades. Todo lo que exija esfuerzo intelectual, memoria, compromiso
sería sinónimo de la tan odiosa “crispación”. Es interesante observar que en
estas antinomias planteadas por el neoliberalismo conviven rasgos atávicos de
un liberalismo primario con los postulados de la pos modernidad, mientras que
el discurso político denso conceptual e ideológicamente del peronismo de la
vertiente kirchnerista, correspondería a la modernidad. Estas asincronías dan
cuenta de fenómenos socio históricos de fuerte arraigo cultural que no se
corresponden con la división de la sociedad en clases, sino que, en gran
medida, son transversales a ellas.[3]
La
palabra “moderno” aparece como sinónimo de actual
en el siglo XVI y es usada para periodizar la historia, a fin de distinguir
las épocas antigua y medieval de la contemporánea. Con la acepción de
actualización y mejoramiento, los términos “modernizar”, “moderno”,
“modernista”, son utilizados en el siglo XVIII, acentuándose el sentido que los
vincula a la idea de progreso a partir del siglo XIX (Williams; 1997).
La
distancia ideológica, política, social y cultural entre un liderazgo que,
además de “robarse todo”, ejerce la “crispación” –el otro sintetizador de la identidad social negativa- y la “revolución
de la alegría” –síntesis de la identidad positiva autoasignada al nosotros dominante- es, así, bautizada
con el eufemismo originario del léxico geológico: “grieta” -transpolado al campo social- de la
cual, como es obvio, el otro en su
carácter de EII, sería el culpable excluyente.
La
dimensión pedagógica de la política –presente en el discurso de los grandes
líderes- es intrínsecamente politizadora
e historizadora y un pueblo
politizado y con conciencia de sus derechos e historia constituye un obstáculo
a la desestructructuración de las relaciones e instituciones sociales de la
democracia que reclama la hegemonía del mercado sobre la sociedad y el Estado. Objetivos estos que debe lograr el
proyecto conservador neoliberal para imponerse, manteniendo las formalidades de
la democracia representativa, acompañada de un uso módico de la coerción material o física, ya sea a través de la
extorsión, la cooptación y la corruptela. Y llegado el caso mediante los gases
lacrimógenos, las balas –de goma y de plomo- la persecución y el
encarcelamiento de los opositores y ciudadanos que se movilizan por distintas
causas y la censura absoluta sobre los medios de comunicación social. El
universo de los EII se amplía a
medida que las decisiones políticas del poder corporativo afectan cada vez más
los intereses de los sectores medios y populares. Las demandas de los
perjudicados y marginados se multiplican con la expropiación de sus derechos,
configurando una suerte de hidra de múltiples cabezas que han de ser “cortadas”
antes de que crezcan. El disciplinamiento social cierra así el círculo de
hierro entre la violencia simbólica ejercida desde el discurso político del
poder y la violencia material o física practicada por las “fuerzas del orden” y
la exhibición sobreactuada de su parafernalia bélica ejercida de manera impune
contra los más débiles.
Estas
metáforas,eufemismos , sinécdoques y transmutaciones -que en todos los casos
enmascaran mentiras, inexactitudes y decisiones anti populares- distorsionan y
vulneran el sentido de la “norma explícita” del lenguaje, por lo que su empleo sistémico
en el campo político se considera una perversión
o un estado patológico del mismo, que permea la discursividad social en su conjunto.
Los efectos de esta patología no han sido suficientemente estudiados, pero
ciertamente dañan la salud mental y la cultura de la sociedad, además de
erosionar las instituciones democráticas, como señalan varios autores. Todos
los dispositivos semánticos utilizados por el discurso de Cambiemos están
unificados en una amalgama ideológica [4] que les otorga congruencia
y una gran capacidad de penetración. La voluntad des-historizadora se expresa
en cada uno de ellos. Se trata de “borrar” la memoria de la historia reciente y
de los diversos aspectos de la mas remota que posibilitan estructurar
identidades colectivas que conecten con un proyecto político capaz de oponer resistencia
a la hegemonía del proyecto conservador neoliberal.
Ante
estos fenómenos suele aludirse al “vaciamiento de sentido”, como uno de los habitus de las derechas, trazando un
paralelismo con la expropiación de
derechos y bienes materiales a las mayorías en beneficio de las elites, que aquellas
practican. Pero el vacío de sentido
es un imposible, no solo semántico sino también lógico. Se trataría más bien de
la expropiación de sentido, que se manifiesta
por un extrañamiento con respecto a los
significados originales o socialmente consagrados de las palabras, a fin de
sustituir unos sentidos por otros que apuntan a distorsionar la interpretación
de la realidad socio histórica. Aquí se cumple la acepción clásica –y negativa-
de la ideología de Carlos Marx, como visión distorsionada de la realidad,
reformulada por diversos autores.
Estos
dispositivos semánticos van más allá del hecho puntual de que se trate; su fin último
es construir el imaginario funcional
a la resignificación permanente de la realidad desde la perspectiva ideológica
del poder dominante. Para completar la amalgama, el emisor suele apelar al
sentido de autoridad (propia), ya sea de carácter moral, político, social, y/o
de conocimiento, confrontándolo al sentido de inferioridad adjudicado al oponente
y sus ideas y prácticas. Otra vez la evocación de la histórica dicotomí
“civilización”/”barbarie”.
El
bloque de poder dominante, no sólo trata de imponer un profundo cambio en las
relaciones –“materiales”- de poder social y económico sino también una mutación
cultural. La alteración del orden simbólico existente y su sustitución por otro
pre fabricado por expertos en marketing, son operaciones intrínsecas a la
barbarie del proyecto conservador neoliberal, cuya destructividad despiadada se
erige en paradigma de virtud.
La
cosificación del oponente, como estrategia
para afirmar la superioridad propia y el intento de borrar la memoria histórica
de los pueblos, han demostrado ser instrumentos justificadores de las peores
violencias ejercidas contra ciertos grupos designados como EII. Tanto han servido a las masacres de las potencias coloniales
con el argumento eufemístico de “llevar las luces de la civilización” a los
pueblos sumidos en la “barbarie”, pasando por los genocidios contra armenios,
judíos, palestinos, y varios “otros”, hasta al terrorismo de Estado de la
última dictadura cívico-militar argentina.
Aunque
hoy la principal guerra transcurre en el campo simbólico; la lucha por la
imposición del sentido, hecho que entraña en sí mismo violencia simbólica, esto
no descarta sino, por el contrario, convoca, avala y justifica la violencia
física, según demuestra la evidencia histórica.
Resucitar
estos demonios de la historia apelando a la violencia simbólica llama a la
sangre. Nunca es una operación inocente.
(") Lic. en Sociología y Cineasta
[1] (...) “Al pasar de la historia a la naturaleza, el mito efectúa una
economía; consigue abolir la complejidad de los actos humanos, les otorga la
simplicidad de las esencias, suprime la dialéctica (...) organiza un mundo sin
contradicciones, puesto que no tiene profundidad, un mundo desplegado en la
evidencia, funda una claridad feliz; las cosas parecen significar por sí
mismas”. Roland Barthes, “Mitologías”, Siglo XXI, 1979.
[2] Véase: Laclau,
Ernesto; “La razón populista”, FCE, Buenos Aires, 2004.
[3] En términos sociales y
políticos, la modernidad, antes que
una ruptura es un proceso histórico continuo a partir del cual se opera la
instalación, en el imaginario colectivo, de lo social como fundado en sí mismo.
Esto supone la percepción de un mundo “desencantado” - no fundado en lo
sagrado- cuyo arranque puede ubicarse en el siglo XV. La palabra “moderno”
aparece como sinónimo de actual en el
siglo XVI y es usada para periodizar la historia, a fin de distinguir las
épocas antigua y medieval de la contemporánea. Con la acepción de actualización
y mejoramiento, los términos “modernizar”, “moderno”, “modernista”, son
utilizados en el siglo XVIII, acentuándose el sentido que los vincula a la idea
de progreso a partir del siglo XIX.
[4] Reboul,
Olivier; “Lenguaje e ideología”, FCE, México, 1986
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