Francois Houtart |
Al día siguiente, Rafael Correa nos ofreció un almuerzo. Había sido alumno de François en Lovaina, Bélgica, donde durante años Houtart formó en Sociología y Ciencias de la Religión a alumnos provenientes de la periferia del mundo, entre los que se encontraban el colombiano Camilo Torres y el brasileño Pedro Ribeira de Oliveira, quien nos cuenta:
En 1975 regresé a Bélgica para iniciar el doctorado. En la primera reunión de trabajo con Houtart, mi tutor, me desmontó todo lo que había preparado para la tesis sobre el catolicismo popular. Me dijo que era insuficiente, porque no incluía una explicación sociológica. Para aumentar mi sobresalto, añadió: “Como no debes ignorar, solo la teoría marxista es realmente explicativa. Las otras son apenas descriptivas”. Salí de allí aturdido, sin entender cómo un padre, que había sido perito en el Concilio y hasta había colaborado en la redacción de la Gaudium et Spes se había convertido en un marxista sin abandonar la Iglesia. Poco a poco fui entendiendo: era un activo opositor a la guerra de los Estados Unidos contra Vietnam, y fue así que descubrió, en la teoría de la lucha de clases, un instrumento teórico capaz de elucidar lo que estaba en juego en aquella guerra, en los movimientos anticolonialista de África y Asia, y en las dictaduras latinoamericanas. Lo mejor es que me convenció de una vez por todas. La última vez que participamos juntos en un congreso de Sociología de la Religión, éramos los únicos sociólogos que empleábamos el instrumental marxista para explicar hechos religiosos. Bromeé con él: le pedí que demorara bastante en morirse, para no quedarme solo usando a Marx a fin de entender la religión…
François era alto, tenía los ojos muy claros y sonreía con facilidad, incluso al expresar, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre de 2005, críticas pertinentes al gobierno brasileño en presencia del presidente Lula. De hablar pausado, su razonamiento científico era didáctico, porque abandonó Europa para vivir en la América Latina y dedicarse a los movimientos sociales de países de nuestro continente, África y Asia. En 2016 asesoró el congreso nacional del MST celebrado en Brasilia.
Convivimos en varias ocasiones cuando participamos en eventos en Brasil, Cuba, Nicaragua y Bolivia. Yo siempre me preguntaba de dónde sacaba tantas fuerzas un hombre de más de 80 años para viajar por todo el mundo, muchas veces cargado con una pesada maleta llena de libros de su autoría, sin quejarse jamás por tener que alojarse en una tienda indígena en lo alto de los Andes, un asentamiento del MST en Brasil o una cabaña de cultivadores de arroz en Vietnam.
Durante sus años de estudio en Roma, François tuvo como colega a un joven llamado Karol Wojtyla. Me contó que el seminarista polaco estaba obsesionado por el aprendizaje de los idiomas. Aprovechaba las vacaciones para trasladarse a las regiones de Europa en las que le podían enseñar una nueva lengua. En cierta ocasión, acompañó a Houtart a Bélgica, interesado en mejorar su francés y conocer el flamenco.
Una noche, Wojtyla regresó a la casa bajo un fuerte aguacero. El agua había deshecho sus zapatos polacos. François encontró a un seminarista belga que, como calzaba el mismo número que el polaco, le pudo ceder un nuevo par. Décadas después, ya sacerdote, el donante de los zapatos quiso que lo recibiera el papa Juan Pablo II. La burocracia alegó que la agenda del pontífice estaba llena. Pero cuando le envió una nota recordándole los zapatos, se abrieron las puertas del Vaticano.
En 2016, Houtart me invitó a Ecuador para un seminario sobre la encíclica socioambiental Louvado Sejas, del papa Francisco. El trabajo conjunto durante aquellos días dio por resultado una publicación, firmada por ambos: Laudato si – Cambio climático y sistema económico (Quito, Centro de Publicaciones, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2016).
En el viaje que realizamos el pasado marzo a la región andina del Ecuador, François me contó su participación, a los 15 años, en la resistencia contra la ocupación nazi de Bélgica. Él y un amigo decidieron fabricar una bomba casera para descarrilar un tren de soldados de Hitler. No tuvieron éxito, y el atentado le valió un tirón de orejas de su madre. Me dijo, además, que tenía más de diez hermanos, todos vivos, que se habían reunido hacía una década para celebrar los 1 000 años de la suma de sus edades.
Durante la visita de Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, Fidel invitó a Houtart a asesorarlo, en compañía de Pedro Ribeiro de Oliveira, el teólogo italiano Giulio Girardi y yo. Fueron días de intenso trabajo en común.
Formación obrera
En 2016, François me envió un interesante relato en español sobre su formación, que transcribo aquí:
Durante mis años de seminario en Malinas (Bélgica), participaba en numerosas reuniones de la JOC (Juventud Obrera Católica) en Valonia y en Bruselas, durante las vacaciones. Ahí fue donde descubrí la situación de la clase obrera de esa época (1944-1949). Justo después de la posguerra, el esfuerzo de reconstrucción de Europa estuvo acompañado por una sobrexplotación del trabajo, y las condiciones sociales de los jóvenes eran particularmente escandalosas.
Los congresos de la JOC regionales y nacionales permitían informarse sobre el marco más general de la situación económica y social. Además, pude visitar diferentes fábricas y minas de carbón. La JOC belga me puso en contacto con el movimiento en Francia, en los Países Bajos, en Inglaterra, en Alemania, en España, y poco a poco la dimensión internacional se convirtió también en una parte importante de mi introducción en el mundo del trabajo.
En numerosas ocasiones, me entrevisté con Monseñor Cardijn (fundador de la JOC) y estuve muy impresionado por su combatividad, su insistencia sobre la incompatibilidad entre la injusticia social y la fe cristiana, y sobre su conocimiento de la vida de los jóvenes trabajadores. Descubrí también el método pedagógico, el no partir de arriba imponiendo un saber, sino de abajo, descubriendo la realidad: ver, juzgar, actuar.
Esta experiencia me incitó a pedir, después de mi ordenación sacerdotal, iniciar estudios de Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Católica de Lovaina. Me pasé 3 años ahí, quedándome en permanente contacto con la JOC, siguiendo ciertas secciones, viajando por Europa para encuentros con el movimiento. Mi tesis de licenciatura estuvo dedicada al estudio de las estructuras pastorales de Bruselas, habiendo descubierto, por una parte, su ausencia en los medios obreros, y por otra la identificación de la cultura religiosa cristiana con la cultura burguesa, creando un divorcio con la clase obrera y, particularmente, los jóvenes.
Durante el último año de mis estudios en Lovaina, fui el capellán del Hogar de los Jóvenes Trabajadores en Bruselas, un servicio de la JOC para los jóvenes que habían estado confrontados a la Justicia de la Juventud.
En el plano europeo, es en Francia donde tuve más contactos, particularmente en la región parisina: St Denis y otros suburbios. Me hice amigo de algunos sacerdotes obreros, e incluso me quedaba a vivir en sus casas.
Después de conseguir una beca por estudios para la Universidad de Chicago (1952-1953), con el fin de continuar la Sociología Urbana y la Sociología de la Religión, residí en una parroquia donde trabajaba al capellán de la JOC de la ciudad. Fue también la ocasión de bastantes encuentros con la JOC de los Estados Unidos. Durante las vacaciones de Pascua de 1953, fui a La Habana para asistir a un Congreso de la JOC de América Central y del Caribe, donde estuvo presente Cardijn. Pude tener reuniones con secciones locales y entrevistarme con el capellán nacional de Cuba. Esto me metió en la problemática latinoamericana, que deseaba conocer desde hacía tiempo. Después del congreso acompañé al capellán de la JOC de Haití a Puerto Príncipe, y me pasé una semana en el país en visitas y reuniones con el movimiento haitiano.
Luego di clases durante un semestre en la Universidad de Montreal, y también participé en actividades del movimiento. De ahí me trasladé de nuevo a América Latina y durante 6 meses recorrí casi todos los países, desde México hasta Argentina, siempre con la JOC, gracias a los contactos conseguidos durante los congresos internacionales. Fue una gran escuela el descubrir el continente desde abajo. Una vez más, descubrí los abismos entre los ricos y los pobres y la explotación increíble de los jóvenes urbanos y rurales. Fui golpeado por el papel de los sacerdotes apegados al movimiento en la renovación de una Iglesia tan alejada del pueblo y tan próxima a las élites y oligarquías sociales. Eran activos en todos los campos: social, litúrgico, pastoral, bíblico. Una gran parte de estos sacerdotes pertenecían a las órdenes religiosas y bastante de ellos habían estudiado en Europa.
Este contacto con América Latina fue el que me hizo iniciar, en 1958, un estudio socio-religioso sobre el conjunto del continente, con equipos en cada país, varias veces con miembros de la JOC. Se terminó en 1962 y fue publicado en unos cuarenta volúmenes, lo que llevó al Consejo Episcopal Latinoamericano a pedirme una síntesis en tres lenguas para distribuir en la entrada del Concilio Vaticano II al conjunto de los obispos, y acompañarle como peritus durante los 4 años del trabajo conciliar.
El cardenal Cardijn me había pedido, entre tanto, si aceptaría ser el capellán internacional del movimiento, lo que evidentemente me interesaba mucho, pero mi obispo, el cardenal Van Roey, no aprobó esta idea.
Después, habiendo trabajado en Asia, durante las vacaciones de la Universidad de Lovaina, donde impartía Sociología de la Religión, me puse en contacto también con la JOC en Sri Lanka, en la India, en Vietnam, en Corea del Sur, en Filipinas. Con mi colega, Geneviève Lemercinier, nos hicimos cargo de un seminario de formación para el análisis social para los militantes de la JOC de Hong Kong. En África del Sur, en pleno apartheid, participé durante 3 días en una reunión nacional con jóvenes trabajadores blancos, negros y mestizos, lo cual en principio estaba prohibido, en un convento de los Padres Oblatos, en Bloemfontein.
En cualquier parte de América Latina, Asia y África, me he reunido en los años siguientes con antiguos miembros de la JOC, tanto en los sindicatos como en las ONG de desarrollo, o en el seno de partidos políticos progresistas y también revolucionarios, como en Nicaragua o en Bolivia.
Las enseñanzas que he sacado de la JOC han sido numerosas y fundamentales. En primer lugar, fue el conocimiento del mundo obrero, de sus luchas, de sus organizaciones. Después, fue el método: ver, juzgar, actuar, que da un marco de reflexión muy eficaz para el análisis de las realidades y para la puesta en marcha de una acción que les sea adaptada. Si estudié Sociología y si continué constantemente el trabajo de investigación, era para afinar el "ver" en sociedades muy diferentes y complejas. Esto también me permitió descubrir que se podía leer la sociedad desde arriba, pero también desde abajo, y que la opción del Evangelio era leer el mundo con los ojos de los pobres y de los oprimidos. No existe una ciencia neutra, sobre todo en el marco de las ciencias humanas.
La pedagogía de la JOC y su adaptación a un medio específico de jóvenes trabajadores, a menudo a duras penas alfabetizados, me ha enseñado a utilizar un lenguaje sencillo, a estructurar correctamente el raciocinio para que sea comprendido, en una palabra a bajarse del pedestal académico y también de aprender de los que tienen un saber práctico a menudo despreciado por el saber llamado “sabio”.
Por fin, es también la JOC lo que me ha llevado a profundizar la dimensión social del Evangelio, y a comprender que lo que pide el Señor es el amor eficaz. No se trata únicamente de una actitud personal, sino que este amor implica la construcción de una sociedad justa y seguir el ejemplo de Jesús en su sociedad, donde anunció los valores del Reino de Dios, el amor al prójimo, la justicia, la igualdad, la misericordia, la paz, y combatió todos los poderes opresores, económicos, sociales, políticos e incluso religiosos. No en vano murió (ejecutado) sobre la cruz (Quito, 1ro de marzo de 2016).
La transvivenciación
Nidia Arrobo Rodas, quien trabajaba con François en la Fundación Pueblo Indígena del Ecuador, relata sus últimos momentos:
Nuestro querido François se fue como vivió, con una serenidad total, entero, lúcido, diáfano, de pie… En la víspera, luego de un Acto de Denuncia en el IAEN (Instituto de Altos Estudios Nacionales) sobre el genocidio tamil, cenamos como de costumbre la “sopita” que tanto le gustaba y para él era imprescindible al caer la tarde tomarla en comunión en nuestra minirresidencia y, como de costumbre, se fue a dormir... Claro que en su habitación siguió trabajando... No sabemos hasta qué hora... Porque hasta las once de la noche aún recibimos sus emails.
Al amanecer, intuimos que se había levantado para ir a la ducha y las fuerzas le faltaron... Se había puesto la salida de cama, se había sentado en su sillón relax muy próximo a su cama, y con su mano en el corazón se quedó durmiendo el sueño más profundo de su vida, muy plácidamente, sin hacer ningún ruido, muy calladito. Un infarto masivo... A las siete y media de la mañana... se despertó en Dios.
Precisamente en el mes de abril fuimos al cardiólogo, a instancias mías, porque sentía que se agitaba mucho y como que le faltaba el oxígeno... El cardiólogo le pidió hacerse una cirugía de la arteria del corazón, pues se había estrechado, y el marcapasos ya no respondía como hace cuatro años que se lo puso. Le dije: François, la cirugía es inminente... El optó por hacérsela en Bélgica por sugerencia del mismo cardiólogo... Pero por más que le insistía, no tomó la decisión de viajar enseguida: “Tengo muchos compromisos, tengo que terminar la cátedra Houtart en el mes de junio y me voy”, me dijo. De nuevo le dije que era mucho tiempo de espera... Pero él era dueño absoluto de su voluntad y de sus decisiones... Optó por terminar aquí todo lo previsto y viajar en junio a Bélgica para su cirugía, que deportivamente decía, es algo muy pequeño.
Con esto, tenía pasajes comprados y maletas listas para viajar ayer (9 de junio), pero primero a Bogotá, luego una semana en Cuba, luego una semana en Brasil y llegar a finales de junio a su Bélgica...
Yo sabía que él libremente optó por vivir con nosotros, se sentía feliz, vivió feliz... y pienso que en el fondo de su corazón quiso terminar aquí mismo sus días.
La última celebración tuvo lugar --a pedido mío-- en el IAEN, el propio miércoles, exactamente a las cinco de la tarde, día y hora en la que tenía terminar el programa de su cátedra este año.
Estamos desolados... Fuimos felices con su presencia jovial, llena de amistad, finura de espíritu, delicadezas y de detalles increíbles; pero al mismo tiempo sé que él fue feliz en medio de nosotros... Siempre nos lo decía y esto me llena de gozo y gratitud.
Sin embargo, a él lo sentimos entre nosotros, él está vivo y sigue y seguirá vivo y resucitado en las luchas de liberación de todos los empobrecidos de todo el mundo, y en los dolores de parto con los que gimen los PUEBLOS INDÍGENAS y nuestra Pachamama.
Como consta en su testamento, lo cremamos... y lo más pronto sus cenizas reposarán junto a las de su madre en su Bélgica natal.
Dos días después de que Houtart nos dejara, perdí a otro amigo, también sacerdote y revolucionario como él, el padre Miguel D’Escoto, fallecido a los 84 años. Ministro de Relaciones Exteriores de la Nicaragua sandinista entre 1979 y 1990, presidió la Asamblea General de la ONU en 2008 y 2009.
Hijo de diplomático, D’Escoto nació en Los Ángeles en 1933. Se hizo sacerdote por la congregación Maryknoll y fue uno de los fundadores de la editorial neoyorquina Orbis Books, que en 1977 publicó en los Estados Unidos mi libro Cartas da prisão con el título Against Principalities and Powers.
Fue D’Escoto quien nos recibió a Lula y a mí en Managua en ocasión del primer aniversario de la Revolución Sandinista, en julio de 1979. Nos llevó la noche del 19 de julio a casa de Sergio Ramírez --entonces vicepresidente del país-- donde conocimos a Fidel Castro, con quien sostuvimos una larga conversación.
En enero de 1980 vino a São Paulo en compañía de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, a participar en el primer congreso mundial de Teología de la Liberación. Fue uno de los oradores de la Noche Sandinista en el Teatro de la Universidad Católica de São Paulo (TUCA).
El domingo 29 de noviembre de 1981, en Managua, me volví a encontrar con él en su casa, que había pertenecido al presidente del Banco Central de Nicaragua en la época de la dictadura de Somoza. Se encontraban allí Daniel Ortega; el secretario general del Frente Sandinista de Liberación Nacional, René Núñez: los padres Gustavo Gutiérrez, Pablo Richard, Fernando Cardenal, Uriel Molina y Edgard Parrales, ministro de Bienestar Social.
D’Escoto acababa de regresar de México y describió en detalle las recientes conversaciones sobre América Central entre el presidente López Portillo y el general Alexander Haig, secretario de Estado de los Estados Unidos. Los asistentes mostraban una indisimulable satisfacción por la eficiencia del espionaje sandinista al interior del gobierno mexicano.
Hablamos de la coyuntura de la Iglesia, de la campaña internacional contra la Revolución y de la Juventud Sandinista, ahora al cuidado de Fernando Cardenal. Me preocupaba el carácter mecanicista del marxismo divulgado entre los jóvenes sandinistas, mera apologética de antiguos manuales rusos. Insistí en la importancia de que los sacerdotes en el poder –D’Escoto, Parrales y los hermanos Cardenal—explicitaran públicamente su vida de fe. Temía que proyectaran una imagen más política que cristiana.
El sábado 16 de noviembre de 1984, en Managua, regresé a casa de D’Escoto. Le pregunté por qué no había ido a la reunión de la OEA en Brasilia. “Para no darle valor a la OEA, que sigue siendo un instrumento en manos de los Estados Unidos contra la soberanía de los pueblos de la América Central”, me respondió.
Celebramos la eucaristía bajo el cobertizo de mimbre del patio. Leímos el evangelio de Mateo 4, 25 ss, y meditamos sobre la lectura. D’Escoto se desahogó: “Tengo el cuerpo y la mente cansados, porque ya no logran seguir el ritmo acelerado que me imponen las circunstancias. Sueño con disfrutar de la soledad, con disponer de tiempo para mí y no tener que estar siempre atento al teléfono. Pero sé que eso es solo un sueño. Mi intimidad con Jesús me da la fuerza que me sustenta.”
Al final de la celebración, me dijo: “Quiero que me hagas dos favores: estoy leyendo con mucho gusto el último libro de Don Pedro Casaldáliga. Supe que pronto irá a España. Pídele que pase antes por Nicaragua. E insístele a Don Paulo Evaristo Arns en que venga a la toma de posesión de Daniel el próximo 10 de enero.”
“¿Por qué no llamas por teléfono ahora a Don Paulo?”, le sugerí.
Lo intentamos, pero el cardenal de São Paulo no se encontraba en su casa.
Once días después le di el recado personalmente a Don Paulo Evaristo Arns. Al año siguiente, Don Pedro Casaldáliga visitó Nicaragua.
En marzo de 1986 me lo volví a encontrar en La Habana, en compañía de Rosario Murillo --actual vicepresidenta de Nicaragua y esposa de Daniel Ortega— y de Manuel Piñeiro, jefe del Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Hablamos largo y tendido sobre la situación de Nicaragua y el apoyo explícito que los obispos Obando y Vega le daban a la política agresiva de Reagan. D’Escoto era de la opinión de que adres, religiosos y laicos debían enfrentarse valientemente al arzobispo de Managua, apelando, de ser necesario, a la desobediencia eclesiástica. Eso le valió la posterior suspensión del ejercicio de su sacerdocio por parte del papa Juan Pablo II, medida que revocó el papa Francisco.
En enero de 1989, en La Habana, nos vimos en la conmemoración de los 30 años de la Revolución cubana. Sostuvo una larga conversación con Leonardo Boff sobre la teología de la Trinidad: “Es la base de mi espiritualidad”, le oí decir. Y lamentó la situación de su país: “Lo más duro para el pueblo de Nicaragua no es la agresión norteamericana, sino la falta de apoyo de la Iglesia”.
Tuvimos otros encuentros en períodos posteriores, como en la época en que presidía la Asamblea General de la ONU, experiencia que lo llevó a dejar de creer por completo en la eficacia de esa importante institución, manipulada por los intereses de la Casa Blanca.
Con la desaparición de François Houtart y Miguel D’Escoto pierden la América Latina, la causa de los pobres y la Teología de la Liberación. Nos dejan un legado de cómo vivir la fe cristiana en un mundo dividido entre pocos multimillonarios y multitud de miserables, y de lo que significa ser discípulo de Jesús en este convulso inicio del siglo XXI.
Frei Betto |
Frei Betto es autor, entre otros libros, de Paraíso perdido – viagens ao mundo socialista (Rocco)
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Traducción de Esther Perez
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