En realidad “Flor de Lino”, es un delicadísimo vals, con letra de Homero Expósito, y música de Hector Stamponi:
Deshojaba noches esperando en vano que le diera un beso,
pero yo soñaba con el beso grande de la tierra en celo.
Flor de Lino,
qué raro destino
truncaba un camino
de linos en flor...
Deshojaba noches cuando la esperaba por aquel sendero,
llena de vergüenza, como los muchachos con un traje nuevo:
¡cuántas cosas que se fueron,
y hoy regresan siempre por la siempre noche de mi soledad!
Yo la vi florecer como el lino
de un campo argentino maduro de sol...
¡Si la hubiera llegado a entender
ya tendría en mi rancho el amor!
Yo la vi florecer, pero un día,
¡mandinga la huella que me la llevó!
Flor de Lino se fue
y hoy que el campo está en flor
¡ah malhaya! me falta su amor.
Hay una tranquera por donde el recuerdo vuelve a la querencia,
que el remordimiento de no haberla amado siempre deja abierta:
Flor de Lino,
te veo en la estrella
que alumbra la huella
de mi soledad...
Deshojaba noches cuando me esperaba como yo la espero,
lleno de esperanzas, como un gaucho pobre cuando llega al pueblo,
flor de ausencia, tu recuerdo
me persigue siempre por la siempre noche de mi soledad...
Los académicos explican e historian la época, las biografías, la etimología de las palabras, los lunfardismos, y se remiten a un “pasado irreal, que de algún modo es cierto, el recuerdo imposible de haber muerto, peleando en la esquina del suburbio” (Borges), a ese pasado, que no es otro que la década de oro del tango de los cuarenta, o el cruce primero entre campo y ciudad, los burdeles, París, el centenario, los inmigrantes, la nostalgia del viejo país, Gardel o Ignacio Corsini. La FM de tango de la ciudad de Buenos Aires, es la mayor representación de esa caduca o por lo menos incompleta forma de interpretar nuestra música, por supuesto que incorporando a jóvenes figuras, la revolución tanguera, ya pasó con Astor Piazzolla –dicen-. Lo demás es “Tango Argentino”, el renacimiento de las milongas, los extranjeros, los bailes imposibles para un tanguero real. Pero nadie me dice sus impresiones, sus evocaciones personales, la intimidad del tango, el vals, con el escucha, con el tanguero que no sabe bailarlo, pero lo siente más que nada en el mundo. Es decir la subjetividad, que nos dicen hoy esas letras de ayer.
Si los protestantes, con Lutero a la cabeza, entendieron al incipiente hombre de los orígenes del capitalismo, fue por el Dios personal, la relación personal de Dios, con una conciencia, donde habita. Los modernos, con Hegel a la cabeza lo pensaron, e hicieron de Dios puro pensamiento, y del arte “presencia sensible de la idea”, cuando la obra de arte es más impersonal, y menos puede verse la personalidad del artista, está supuestamente más lograda. El surrealismo a principios del Siglo XX, fue en realidad la revolución del “cadáver exquisito”, tiró por tierra toda esa objetividad. Pero hoy los críticos son todos académicos, o porque estudiaron mucho, o vivieron la época, y están llenos de anécdotas.
¿Pero qué te pasa con un tango viejo, a vos que no viviste la época, y que no te interesan tantos las academias?
A mí, a quien esto escribe, me parte un rayo en dos, me tritura los huesos, me hace nacer de nuevo, me reconquista de un desaliño, para organizarme un caos sentimental, en un turbión vital absolutamente irracional y pleno.
Deshojaba noches esperando en vano que le diera un beso,
pero yo soñaba con el beso grande de la tierra en celo.
Flor de Lino,
qué raro destino
truncaba un camino
de linos en flor...
Campos de Linos en flor |
Dicen que las mujeres maduran antes que los hombres, mientras ellas sueñan con ellos, ellos sueñan con un partido de fútbol. Ella soñaba con él, pero él soñaba con el beso grande de la tierra en celo, ¡Qué maravilla este verso! Para mí es la simbolización de todo el tango, esa cadena infinita, esas murallas que se levantan entre dos destinados a encontrarse, pero que el sino dijo que no, porque uno, que vivió en un pueblo cerca del campo, vio alguna vez, y muchas veces, los campos cubiertos de linos en flor, y cegó al contemplarlos, mientras pasaba, una mujer, o mil oportunidades, que nunca más se iban a dar.
En época de vicios juveniles, concurrí a grupos, donde era recurrente la metáfora, del último tren que pasaba, si no lo tomabas, atrás venían levantando los durmientes.
Hace veinte años vi en Buenos Aires, una de las grandes películas, que vi en mi vida: “La promesa”. De la directora alemana Margarethe von Trotta. Una historia dolorosísima de un amor, separado por el muro de Berlín, que pocos años antes había caído, hoy se levantan infinidad de nuevos muros, más todos los muros que nos levantamos con los demás. ¿Acaso sea una exceso de subjetividad? ¿Una falta de universalidad? ¿Un apego exagerado al individualismo?. ¡Pero la escena final, la expresión, el gesto de la protagonista! Si Margarethe von Trotta quería denunciar, el colaboracionismo de los que construyeron el muro, o los que apuntalaron, y lo defendieron con su silencio u omisión, no tiene mayor importancia. Alguien dijo una vez: la vida es una pasión inútil. Nosotros decimos la vida es algo que no pudo ser, porque representamos otra función, no donde hubiéramos querido, sino donde la vida, que nos puso de rodillas, nos dijo donde debía ser representada, lejos del barullo y los oropeles, que tampoco nunca nos interesaron mucho.
El tango “Cómo dos extraños” (letra de José María Contursi, y música de Pedro Laurenz) se parece mucho a la trama de la película “Anónimo Veneciano”, del Director Italiano Enrico María Salerno. Flor de lino a lo que no pudo ser de “La promesa”. He visto esta película cerca de diez veces, y no dejo de emocionarme. He escuchado Flor de Lino, tal vez, para hacer estadísticas –está de moda- unas cien veces, y me conmueven sus estrofas.
Hay interpretaciones elocuentes: Miguel Caló y la voz de Raúl Iriarte, Aníbal Troilo y Floreal Ruiz, Horacio Molina, y en los últimos tiempos la de Raly Barrionuevo, es conmovedora.
En oportunidad del festejo, del cumpleaños nro. Quince, de mi hija mayor, el disyóquey, para el vals propuso, una caterva de valses vieneses: -De ninguna manera –le dije-, vamos a bailar un vals criollo: Flor de Lino, por Raly Barrionuevo. Y así fue.
Mi amigo poeta René Palacios More dice que la gran obra de arte no debe emocionar, sino conmover. Eso la conmoción, es lo que me provocan vals como Flor de lino. Conmoción es lo que me provoca “La promesa”. Hay mucho para emocionar, para el sentimiento fácil, como las frases que se cuelgan en Facebook.
Pero el estrépito, el derrumbe general del mundo, para crear en su lugar una imagen, un verso, un finísimo sonido, que apenas entreabre el aire, para decirnos, que abandonamos la rutina pasional de vivir, que nos desprendemos por unos instantes de Buenos Aires, para apresar “el mundo”, en la correspondencia de un verso y una nota musical.
llena de vergüenza, como los muchachos con un traje nuevo:
¡cuántas cosas que se fueron,
y hoy regresan siempre por la siempre noche de mi soledad!
¡Cuánta vergüenza en mi pueblo, cuando vestía ropa nueva, los amigos nos cachaban. Recuerdo, una vez, tenía 10 u 11 años, hacía un frío marrón como el Río Paraná, en un Julio de los sesenta, salí a la calle, con un sobretodo de corderoy, que un primo hermano había comprado en Estados Unidos, y yo había heredado, un amigo, que repartía diarios en camisas, me dijo “no tenés pinta Gorosito”. Volví a casa, y salí con un pullover. Me dirán pero no es la misma sensación de los muchachos con un traje nuevo. Es lo mismo o muy parecido. Pero en todo caso, me evoca los versos de este vals.
A principios de los setenta, se pusieron de moda los Gamulan, los inviernos en La Paz, sobre las barrancas del Paraná, son gélidos, un amigo, que trabajaba en el campo, apareció a principios de mes, con una campera de esas, en el boliche bailable del pueblo y dijo: -No me carguen, pero hace mucho frío; es decir llegó de estreno, como pidiendo disculpas.
Hay una tranquera por donde el recuerdo vuelve a la querencia,
que el remordimiento de no haberla amado siempre deja abierta
El amor es fantasmático, es un invento estupendo de la civilización, pero nunca se puede asir, cuando lo tomamos se escapa, solo reside en el descubrimiento genial del cristianismo, como ágape -el eros es inaccesible-, como dar, como perdón, como lágrima que se regala, como piedad, como limosna, por eso el engaño permanente, "la farsa de la ilusión", como dice el tango. También existe como filius, como amor a los padres. Pero tampoco se puede asir, siempre hay algo tantálico diciéndonos adiós.
Deshojaba noches cuando me esperaba como yo la espero,
lleno de esperanzas, como un gaucho pobre cuando llega al pueblo,
flor de ausencia, tu recuerdo
me persigue siempre por la siempre noche de mi soledad...
Lleno de esperanza como gaucho pobre, cuando llega al pueblo, ese verso lo dice todo, la esperanza del amor, y de las luces del pueblo. Como esos tubos fluorescentes ultravioletas, corrientes en las carnicerías, para atrapar los insectos, así quedamos prendado de las esperanzas y las luces de Buenos Aires.
En 1Corintios 13:13, Pablo sentencia “y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. Son las tres virtudes principales en el cristianismo. El gaucho pobre al llegar al poblado tenía esperanzas del amor y las luces, y las luces mucho engañan. En los tres tomos del “El principio esperanza”, el filósofo alemán Ernst Bloch hace un recorrido sobre la función de la dimensión utópica del ser humano, en el arte, la religión, la sociedad y la política, y es quizás unas de las últimas obras realmente metafísicas del Siglo XX. Mucho influyó en la teología de la liberación latinoamericana, y en Alemania, el teólogo protestante, Jurgen Moltmann, dedicó un libro "Teología de la Esperanza", dialogando enormemente con la obra de Bloch. Me dirán ¿qué tiene que ver la esperanza del gaucho pobre cuando llega al pueblo, con la torrencial descripción contemporánea y occidental de Bloch?. Es la misma raíz humana hermano, el mismo afán, son distintas las circunstancias. Hay mucho intelectual que cree que no puede leerse un filósofo alemán, con condiciones particulares, y autóctonas, es una forma colonizada de receptar el legado cultural de la humanidad. Buenos Aires, siempre ciudad puerto y cosmopolita, tan proclives a los tilingos intelectuales, que describiera Arturo Jauretche.
Pero como dijimos, todo eso me hace pensar, relacionar y sentir este vals.
Y aquí en la misma Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en un programa de televisión, de Alejandro Dolina, en los ochenta, se invitó a tocar el piano a Sebastián Piana, quién con finura interpretó “Flor de Lino”, era pura música, nadie cantó, pero acaso, pude imaginar que “truncaba un camino de linos en flor”.
(Julio de 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario