"Ahí va el rey del hacha, quítate el
sombrero
Que ahí va por la tarde, Don Rosa
Toledo".
Ramón Navarro
Del rock nacional,
Del sorprendente rock nacional,
De los jazzeros de aquí nomás,
Del folclore de estos pagos,
Del tango de esta ciudad
O seremos habitantes
de chicles
Todos los latinoamericanos,
Como lo idearon en Miami,
No sé.
Cuando en todo el país
Reine una anomia vecinal
Santiago del Estero
Será el último bastión,
Ahí donde nació este país.
Los pueblos originarios
Seguirán y seguirán
Sin que nadie los vea.
Las mujeres habrán conseguido
Dignidad e igualdad,
Se derrumbará el patriarcado
Y se habrán convertidos en vecinas.
¿Historia, política, derecho,
Filosofía, literatura,
Poesía ?
“¡Ah tiempos, en Julio!
Un mendigo en la helada forastera”.
Francisco Madariaga
Fragmentos de un texto que escribí en
la desolación de Diciembre al compás del
fluir de la memoria, y qué, posiblemente, no ha de ser cierto. Sabrán disculpar
los errores de puntuación y otros. No he podido corregirlos. No he podido
volverlos a leer. Apenas pude cortar las partes que no he querido publicar.
“Y
si queriendo alzarte nada has alcanzado
Déjate caer sin parar tu caída sin miedo al fondo de la sombra
Sin miedo al enigma de ti mismo
Acaso encuentres una luz sin noche
Perdida en las grietas de los precipicios
Cae
Cae eternamente
Cae al fondo del infinito
Cae al fondo del tiempo
Cae al fondo de ti mismo
Cae lo más bajo que se pueda caer
Cae sin vértigo
A través de todos los espacios y todas las edades
A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios.”
Vicente Huidobro.
Altazor
Hubo un tiempo que intenté
creer en la racionalidad, en la metafísica, en la poesía de todo lo que existe,
en el Dios judeocristiano, en los atardeceres en las barrancas del Paraná, en
la lucha por el derecho y la justicia, en el traquetear de los tribunales, en
mi íntimo deseo de ser Juez Penal, en bellas mujeres que amé o creí amar, en
bellos jóvenes que contemple, en el humanismo impresionante de mi padre, en la
reconciliación con mi madre hace pocos años, en los círculos románticos de Jena
y Heidelberg, en las caminatas nocturnas un invierno pueblerino, en la calle
Corrientes yendo y viniendo, en un bar que ya no existe, y otro bar, y otro, y
otro; en noches en vela creyendo haber encontrado la piedra filosofal en la
“Ciencia de la lógica” de Hegel, había tiempo todavía y nadie escucho, los que
volvieron quedaron anclados en Marx, Lacan y otros, nadie advirtió que había
que leerla presintiendo, presintiendo, que a Hegel se le escapó de las manos y
había un éter flotando que venía del fondo del abismo y que cubría toda la
obra, ya no era Núremberg, ni Alemania, ni el centro de Europa, ni Occidente,
era un mensaje del más allá que nos decía: ¡Reaccionen ahora! Esta es el arma,
“la pluma y la palabra”, lo advirtieron en el Siglo XIX, primó la lectura
terrenal, finita como la vida de un hombre y cayó en paz en Noviembre de
1989; después de esa caída era otra cosa
lo que había que hacer era leerla advirtiendo que pensar es conceptualizar el
presentir y acompañarla y acompañar los presentimientos del propio Hegel, y los
nuestros –los de cada lector-, y seguir acompañando la estructura dialéctica
moviéndose superando cada límite y volviendo a nacer más plena, más íntegra
para convertirse en un ser completamente afirmativo, y seguir acompañando el
círculo infinito más allá del tiempo y el espacio donde moran los “pensamientos
de Dios antes de la creación del mundo”, donde Dios no cesa de pensar y seguir
pensando acompañado de “La Pasión según San Mateo”, de Bach como toda música, y el círculo sigue girando y girando y caen
ideas, presentires, pensamientos como le caen a los niños los caramelos y
confites en las rebatiñas, y el círculo sigue moviéndose indeteniblemente
mientras Dios piensa y nos piensa y sostiene todo lo que existe y no existió jamás.
Hubo un tiempo en que
negábamos haber sido testigo en haber visto nada de lo que presentimos de niño,
qué no existe el afuera, que no existe la realidad, que no existen los otros y
que no existe el amor, que sólo quedaba una profunda melancolía que fuimos
habitando en un lento transcurrir mientras nuestra mirada se convertía en una
bitácora donde los antiguos escribas de Egipto no cesaban nunca de escribir.
Niego que una fría noche de
Junio de 1976, época en que vivía en la “Residencia Universitaria “San José” -A cargo de Monseñor Magliocco –hombre de la
derecha católica; había sido secretario del Cardenal Antonio Caggiano (creo que
era ese Cardenal); la obra que había
desarrollado con esa Residencia y los que vivimos ahí era muy buena y daba
refugio a quienes veníamos de las provincias a estudiar a Buenos Aires, a él le
debo haberme salvado la vida de las garras de los salvajes de la dictadura
militar por lo que contaré a continuación, y por esa misma causa está fría y
lluviosa noche de Enero elevo una plegaria a Dios en su memoria- que estaba
ubicada en Villanueva 961, entre Maure y creo Gorostiaga en las instalaciones
de la antigua Abadía de San Benito. Desde allí, aproximadamente a las 22hs fui
hasta la calle Cabildo a comprar una pizza. Al llegar a Maure y Cabildo veo
pasar un patrullero con las armas salientes de las ventanillas. Ese hecho
–común en aquel espanto- no dejaba de llamarme la atención como joven
estudiante de derecho con convicciones en la idea de justicia y democracia. De
soslayo les eché una mirada normal. El
patrullero sigue su curso y al llegar a una esquina me interceptan y bajan
todos con ametralladoras apuntándome y me exigieron que levantara las manos. En
ese momento cometo un error provinciano, introduzco mi mano en la campera para
sacar los documentos –siempre lo exigían- al instante y aterradoramente me
gritan “Alto o disparamos, levanté al instante las manos, violentamente se me
vinieron encima y me azotaron contra la pared de la planta baja de un edificio
sobre la acera. Revisaron que no tuviese
arma, vieron mi DNI, les explique que había intentado hacer pero igual me
subieron al patrullero y me llevaron a la Comisaría que está en la Cabildo
hacia la izquierda de Maure. Allí sin registrar mi ingreso me llevaron a un
espacio totalmente cerrado para interrogarme.
Me pidieron que me desnude completamente, revisaron cada nombre de mi
agenda, qué hacía y a qué se dedicaban, sobre mis lecturas y porqué estaba
estudiando derecho y periodismo –había iniciado las dos carreras-. Lo que más
le preocupaban era que estudiara periodismo y mis lecturas –que con ingenuidad
les fui contando –muchas existentes en la voluminosa biblioteca de mi padre y
otras que la época misma que había vivido desde tercer año del Colegio
Secundario a Quinto año coincidentes con 1973-1975-. Como siempre en los
interrogatorios acuciantes uno de los criminales hacía de bueno y otro de malo.
Lentamente fui pasando de la ingenuidad al miedo del miedo al terror. Este tuvo
su punto culminante en la madrugada –agotados todos- cuando el malo le dice al
bueno: ¿Qué hacemos con éste? Se levanta y va a hablar con el Jefe de ese tipo
de procedimientos –en ningún momento me pareció que fuera el Comisario de esa Seccional; entonces mi antigua intuición
infantil, provinciana, y que me la habían enseñado los atardeceres en la
barranca del Paraná, comprendió el temible desenlace. Al instante aterrorizado,
con lágrimas en los ojos le rogué al bueno –se había quedado conmigo- que me
dejara hacer una llamada –la había pedido muchas veces y me había sido negada-;
seguramente un ángel de Dios nos alcanzó a los dos: a mí para hacer un último
intento con la llamada y al bueno para
levantarse y llevarme hasta un teléfono
de una oficina contigua. Con desesperado nerviosismo llamé a Monseñor
Magliocco. Se tenían que dar muchas circunstancias para encontrarlo al
teléfono: se dieron. Cuando escuché su voz del otro lado de la línea sentí la
“paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento humano”. Le expliqué todo, pidió hablar con el bueno,
el bueno le pasó el teléfono al malo, el malo llamó al jefe, éste habló unos
cinco o seis minutos o minutos. Cortó,
vino hacia mí, me dio una palmada y me dijo: “tenés suerte pibe, vestíte, junta
tus cosas y ándate rápido, está viniendo un móvil del ejército”. Creo que en 5 o 6 minutos estaba en la
Residencia en la habitación compartida y orando. Muchos compañeros y familiares
de amigos compañeros o compañeras no tuvieron la suerte que tuve. Solo comprendí esto, cuando unos meses
después: el 22 de Marzo de 1977, ingresé a la Justicia Criminal de Capital
Federal, como pinche y participante de la “familia judicial”.
A la enorme conmoción que me había provocado
la noche en la Comisaría continuaran todas las que vi durante todos los años de
los años de la Dictadura –siempre en cargos administrativos, esta noche de
Enero contaré cuatro significativas. La primera –hubo antes otras y posteriormente-
tiene relación con guardias de la Policía Federal que hay en todos los Juzgados
Criminales. Con ellos, en general, se
mantienen muchas conversaciones y es uno más de los integrantes del Juzgado o
al menos esa es la interpretación que siempre tuve los años en la
Justicia. Hubo uno –más adelante en el
tiempo en otro Juzgado- que era genial para el humor y los chistes, algunos muy
pesados. Ese guardia de Juzgado tenía poco o casi nada de policía, en varias
oportunidades le robaron el arma –algo
grave en la Policía- era además un
excelente cocinero y de muy buen comer,
y sus salsas llenaban de aroma el lugar donde había varios Juzgados
Criminales. Pero todo el mundo lo
conocía. Murió muy joven, en un viaje en la ruta se detuvo en un lugar
escarpado para hacer necesidades y su
propio auto se desbarrancó y lo aplastó. Él fue el único a quien realmente
apreciaba mucho y, creo, él a mí. El humor la risa, la ironía aún en los peores
momentos de toda mi vida me generó y me generan una enorme alegría –diría
conmoción-, me renuevan al instante y llenan de energía para seguir luchando.
El tema de los guardias en
los juzgados fue y siguió, aún con el retorno de la Democracia, bastante más
complicada.
Volvamos al primero que
conocí –si mal no recuerdo su apellido era Roppel-. En ese Juzgado trabajaba
también un compañero peronista –públicamente conocido después y acompañé en
alguna gestión-. Con él siempre simulábamos escenas de box –a los dos nos encantaba
ese deporte que en aquellos años gozaba de mucha popularidad-. Cuando lo
hacíamos, quién escribe simulaba la forma de boxear de Nicolino Loche –de todos
en ese deporte fue a quien más amé y lo
sigo amando- . Aún de niño advertí que
la ironía de su forma de boxear era una burla al propio deporte que ejercitaba,
al Luna Park, a Tito Lecture, a los espectadores que lo amaban, a Buenos Aires,
a la existencia de los hombres en este
planeta, al vivir mismo y a todo aquel que lo viera así. Uno de ellos era yo.
Una mañana después que terminamos la simulación con el
compañero. El policía pide que lo haga con él –hubo de mi parte mucha
ingenuidad- iniciamos la escena de una manera normal mientras imitaba a
Nicolino Locche y de repente la bestia como un balazo me descerrajo un trompazo
en la cabeza que tuve que sostenerme para no caer al piso. Él no jugaba ni escenificaba estaba jugando
en serio –como todas las fuerzas de seguridad esa triste época- y en los riñones de un Juzgado Penal, en
Talcahuano 550. Yo le entendí la metáfora entonces, pero la niego ahora.
Niego que una vez haya tomado –como pinche- ua
declaración a la hermana de una pareja brutalmente secuestrada por la barbarie
después de mirar de soslayo la manera meramente formal con que lo hacían los administrativos
superiores con quienes compartíamos la oficina y escuchar reiteradamente como
los familiares de las víctimas rogaban que les permitieran seguir contando
terribles hechos –que en mi alma cristiana y humana y por principio connatural
a la civilización como es la compasión y justicia generaba una profunda
conmoción- y que en un día que el escribiente no podía hacerlo por otra tarea
que le encargaron me ofrecí para hacerlo –ansioso como pinche de mi primera
declaración testimonial y las otras razones a que me referí- . Ante el hecho
espeluznante que contaba la hermana pregunté y pregunté con lujos de detalles.
El Secretario que tenía la puerta abierta me llamó aparte y dijo “no preguntes
más es solo un trámite formal” en el mismo instante en que la Jueza lo llamó.
Cerré la puerta y seguí y seguí. Al concluir le hice firmar rápido al familiar –para
que nada pudiese ser alterado- y llorando
me agradeció haberlo hecho y el escriba con lágrimas en los ojos le
pidió que se vaya rápido del Juzgado porque podían romper la hoja e iniciar
otra. Como si nada puse el expediente entre tantos del Secretario agregando el ”auto”
–en los expedientes judiciales: Disposición del Juez- ordenando las medidas que
continuaban que eran los diferentes oficios a todas las fuerzas de seguridad y
al poder ejecutivo- Las medidas fueron hechas. Por las curiosas preguntas
recibí una reprimenda del Secretario. Como pinche además tenía como función
ordenar y repartir todos los telegramas que se dirigían al Juzgado tanto de los
HC como cualquier otra causa. Esperé la contestación del HC en que había
intervenido, si, acaso, llegaba. Llegó del poder ejecutivo decía si mal no
recuerdo “Den Pen” que quería decir “detenido a disposición del poder ejecutivo.
Significaba entonces que estaban localizables, generalmente o no había
respuesta o si había el poder ejecutivo negaba que estuvieran detenidos a su
disposición. Con el telegrama golpeé el
despacho del Secretario con la convicción que había que ordenar al poder
ejecutivo la liberación. El Secretario de muchas maneras trató de hacerme
entender lo imposible que era. Como insistí me dijo que hablara con la Jueza
pero que antes iba él a verla con el
expediente. A la media hora regresó y me pidió que fuera a hablar con ella, la
puerta estaba abierta, el despacho solemne, bibliotecas llenas de libros, un
escritorio de los antiguos de los Juzgados así como la bella lámpara, en la
pared detrás de la Jueza, títulos,, el nombramiento del poder ejecutivo –el General
Juan Domingo Perón- así como la propuesta del senado de aquella época. “Pasa
Chuni sentate” –frente a la magistrada- Tenía simpatía por ella así como
ella parecía tenerlo conmigo. Inició el diálogo: “Leí el expediente, vi las
preguntas que hiciste, aquí está la respuesta del poder ejecutivo qué es lo que
me querés decir”. Hablé por qué había estudiado derecho, de la
justicia, de las normas constitucionales y otras cosas más, así como lo salvaje
e injusto del hecho tratado concluyendo que tenía que ordenar al poder
ejecutivo cese la detención ilegal. Ella dijo “no puedo hacerlo si lo ordenara
puedo perder el cargo y la vida, de los golpes militares, de la violencia
extremista –dicho común en aquella época por todos los medios de comunicación,
en Tribunales y en mucha gente-. Insistí. Ahí me dio una magnifica respuesta: “Hacelo
vos”. Imposible era pinche esa orden solo la puede dar un Juez. Seguimos
conversando de otros temas hasta concluirlos; entonces mientras me iba
levantando de la silla con irreverencia dije: “pero si se juntaran cinco, diez
o quince sino ¿Para qué todo esto? –no lo dije pero estaba claro: de jueces,
abogados, fiscales, defensores oficiales, poder judicial, derecho, justicia,
facultades universitarias. Creo que en ese diálogo ocurrido entre una
experimentada magistrada de larga carrera judicial y un pinche de 20 años –y la
irreverencia final- realizado hace más de cuarenta años aprendí más que ninguno
otro que haya tenido después la farsa de toda esa enorme estructura que son los
Tribunales, la de la carrera profesional que había elegido y la farsa del mundo
y de la vida. Aún hoy le agradezco a aquella
-hoy fallecida- magistrada lo descarnado y sincero de su decir frente a
un –no tan ingenuo porque sabía la respuesta que iba a darme- idealista joven de
20 años. La vida me lo confirmó una y otra vez. Si alguna vez tuve el íntimo
deseo de ser juez penal los jueces de la dictadura me quitaron toda esperanza
de continuar con esa idea. A partir de
ahí era cuestión de tiempo mi permanencia en los Tribunales –fueron demasiados
años que seguí en un lugar donde nunca vi tantos fachos juntos, tanto conservadurismo extremo,
tanto catolicismo castrense, tantos antiperonistas y tanta cobardía para no
meterse en ninguna causa que pudiera incomodar sus privilegios, tanta cobardía
para enfrentar a los poderosos y tantos comentarios insoportables. Por suerte
pude huir de ese antro concluyendo de ese lugar con la misma frase que
Benedetto Croce le dedicó al fascismo italiano: “Una mezcla de policía y
sacristía”.
Niego que una noche –no recuerdo
el mes, el año creo que era 1977- después de estar con mi novia de adolescencia
en la casa que una tía segunda mía
compartía con ella, sita en Tucumán 1424 –si mal no recuerdo la dirección
exacta- pero era a pasos de tribunales –muchas veces me escapaba del juzgado e
iba a desayunar con novia- salí –era muy tarde alrededor de las 24.00hs y seguí
por Tucumán en dirección a 9 de Julio. No recuerdo que colectivo iba a tomar
para volver a Belgrano. Al llegar a Tucumán y Talcahuano veo dos falcón hacia
la derecha –frente a Talcahuano 550- con dirección a Corrientes y desde las
ventanillas sobresalían las armas. Con terror seguí caminado normalmente – ya
sabía que cualquier movimiento sospechoso era peligrosísimo-y al alejarme
siempre en la misma dirección no sé qué irresponsabilidad, temeridad o lo que sea volví
la mirada hacia tribunales y divisé
bajar las escalinatas al Juez Federal Eduardo Marquardt y dos personas más –supuse
secretarios pero no lo sé- subir todos a los autos y salir a los “cuetes” en
dirección a Corrientes. Trabajaba en Tribunales en juzgados criminales
nacionales y conocía al Juez porque tenía familiares en mi pueblo de La Paz,
ER.
Niego que un familiar muy
querido y novia de un, hoy Juez de Tribunal Oral Criminal Nacional, y que fuera funcionario judicial en aquella
época e hijo de un conocido funcionario de la dictadura, la retuviera a ella –su
novia- en su auto a la espera de una información sobre el familiar que tenían
que darle no sé quién y que podría terminar con entregar al querido familiar –novia
de quien la iba a entregar. Felizmente todo salió bien pero ese familiar muy
querido esperó aterrada y el mismo terror sentí cuando me lo contara. El auto
con mi familiar retenida esperó en
cercanías de tribunales.
Niego haber recorrido
colectivos públicos en plena dictadura y como un vendedor elogiar la democracia
como único sistema deseable, menos por valiente que como ingenuo estudiante de
Derecho. Niego.
Niego haber visto los
fraudes de más de trescientos bancos que cayeron en los ochenta.
Niego haber contemplado
desde las ventanas de los despachos de todos los abogados que entramos con
Baigun al CAEP, a los pocos días de haberlos tratado a todos, y decir este se
va, este queda, este cambia de bando, este no se las va a bancar, este se
corrompe; vaticiné entonces que dos nos quedábamos en la Administración Pública
a seguir la batalla y así fue. Niego.
Niego haber descubierto en
un informe perdido una trampa manifiesta de los hermanos Bulgheroni a través de
su banco, era una suma menor a la millonaria real, pero con esa lo engrampaba
en la causa y al poco tiempo de avanzar en el expediente fui desplazado de la
causa por las autoridades del Banco. Niego.
Niego haber ido a pedirle
ayuda para la causa del Banco Intercambio Regional –mil millones de dólares el
fraude- al despacho de un conocido Fiscal Federal - y ni
que las trapisondas la hayan hecho en época de la dictadura lo conmovió porque me dijo: “Chuni a quién le
ineresa el BIR ahora. La charla fue en 1989. Niego.
Niego haberle pedido a un
abogado del CAEP, que me acompañara en una causa de un banco muy poderoso y
decirme: -frase que escuché muchas veces en boca de funcionarios públicos y
jueces- “No puedo, Chuni, tengo familia e hijos”.
Niego haberlo visto a él, a
ese Fiscal después que se él se fue del CAEP y
el Fiscal de Tribunales trabajar
para Cavallo con la obsesión neoliberal de
la corrupción pública y permanente y única, y auditar organismos públicos con
el solo fin de desprestigiar Organismos Públicos, el Estado como participante
de la vida económica, la política como única forma posible de llegar al poder,
y suprimir esos organismos. Niego
Niego el dolor que me causo
que en una de esa farsas investigativas, que no tenían otro objetivo que
instalar las AFJP, que Cavallo tenía en mente, él, encontrara allí la triste
muerte por asesinato por uno de los despechados del Organismo.
Niego haber participado de
allanamientos a “Cuevas” donde se transan dólares ilegales, acompañado por
delitos económicos de la Policía Federal, e inspectores del Banco Central.
Niego que en una de ellas,
muy conocida, casi un banco, mientras estoy dirigiendo el procedimiento se me
acerca un inspector del Central y me dice: “Castelli en el piso de arriba hay
mucha plata, no le podemos sacar todo, es un empresario y ofrece repartir”,
rechazo toda ilegalidad y los invito a seguir. Viene a verme el Oficial de
Policía Federal, a cargo de sus subordinados, y ejecutor de lo que decía yo
como jefe del procedimiento –Nos habían designado a los abogados penalistas
desde el Banco Central- y me dice “miré Castelli que puede ser mucha plata para
todos”. Lo invite a seguir el procedimiento, entonces el empresario pide hablar
conmigo a solas. Nunca olvidé ese diálogo. Era un hombre fino, culto, de ojos
claros, seguramente de buena familia, que se expresaba con elegancia y claridad
argumental. Teníamos como acompañantes de ese diálogo la mesa de por medio
repleta de trescientos mil dólares en fajos. Inició la conversación hablándome
de su vida, de cómo le había costado crear su empresa importante, del trabajo
que distribuía en diferentes partes del país. Yo lo contemplaba como
contemplaba la historia de nuestro país y de Latinoamerica, leyendo obras de
José María Rosa o Jorge Abelardo Ramos o Jorge Enea Spilimbergo –mi amigo-,
entonces dijo” yo no puedo perder todo este capital, hagamos que encontraron un
mínimo, y yo reparto en mitades, el 70% para vos, y el resto para policías e
inspectores. Insistió que era plata generada en su empresa y que daba trabajo.
Era joven, sabía porque había llegado al Banco Central y para hacer qué. El
empresario levantaba los dólares de la mesa y los dejaba caer. Caía la tarde,
desde una ventana se veían los últimos destellos de luz.
Sabía lo que le iba a decir
aún antes de participar de procedimiento alguno.
Miré usted, le dije, como
son las cosas, justo se encuentra con un funcionario que ha recorrido mucho el
país, y ha visto desazón, pobreza, desamparo, olvido, que ha visto la farsa del
mundo y de la ilusión, que sabe que la decencia pública es esencial para ser
funcionario, y que no era la primera vez que me pasaba, y había oído similares
argumentos a los suyos, solo que en su caso, en un elegante decir y que la
rechazaba por íntima convicción moral y
religiosa. Di por terminado el diálogo y me levante, y cuando caminaba hacia la
puerta me dijo –le doy la mitad-.
Ya había dicho todo.
Niego que cuando bajé al
primer piso estaban policías e inspectores aguardando esperanzados de que
aceptara la tramoya. Con gesto firme le dije al Oficial de la Federal y a los
tres inspectores del Banco Central. Se sigue el procedimiento, se secuestra
todo y se empieza a hacer el inventario. Nada ilegal se hace en procedimientos
en los que yo participo. De soslayo, contemplé las caras disgustadas de todos
sobre todo de los tres inspectores del Banco Central República Argentina. Niego
haberlos visto.
Niego haber pasado por una
experiencia similar en otro Organismo Público, y después de estimular la causa
de un fraude de una empresa de seguros, el sindicalista del organismo vino a
verme a la oficina una mañana para invitarme a tener una reunión con el
empresario, en el Hotel República, a las 15hs.. Fui con afán contemplativo, con
decisión ya tomada y porque nadie le puede negar una reunión o conversación
al imputado y oír sus razones. Pero
intuía que era otra cosa. Desde la esquina de Corrientes y Cerrito, observé al
sindicalista de espaldas, con gestos nerviosos por mi demora y hablando por el
celular. Entramos. Fuimos a un Salón Vip. Allí apareció el pobre empresario,
desvalido, que había realizado un fraude al asegurado monumental como una
víctima de la economía del país, y de largas frustraciones de políticas
económicas. Que era él a quien yo había pedido siete años de prisión. Era
Tucumano, amigo de Bussi, grandote y muy pesado. Yo sé el auto viejo que tenes
–un Peugeot 504 de fines de los “70”, vos sos un funcionario conocido en este
mundo y me ofreció un auto último modelo, creo que era un Peugeot “Picasso”, y
bastante plata, si buscaba la ingeniería jurídica para desdecirme y desistir de
la querella –era procedimiento escrito- En el momento del ofrecimiento el
sindicalista del organismo me golpeaba con las piernas debajo de la mesa para
que aceptara. Esta última escena que conté del accionar del sindicalista era la
principal escena que quería contemplar y que había deducido de verlo actuar,
vestir, ostentar y decir. Era su papel en el Organismo, no defender los
trabajadores sino defender a los empresarios del seguro, acercar partes con
tramoyas garantizadas que le dejaban suculentas ganancias. Era un sindicalista
de “los noventa”. El empresario, muy grandote, muy pesado, y no niego que me
inquietaba que era amigo de un asesino como Bussi. Rechacé la oferta con
similares términos a las del Banco Central y la mayoría de las veces que me
ocurrieron antes y me habrían de ocurrir después. El empresario levantó la voz.
No me amilané. Yo también la levanté y le dije de mi larga carrera y que era
inútil el ofrecimiento, que iba a seguir la causa, y que no teníamos nada más
que hablar. Me amenazó feo. El sindicalista insitió. Me levanté de la mesa
mientras el empresario seguía con las amenazas, y el sindicalista me decía
“Chuni vos te tenés que cuidar”. “Ya me estoy cuidando de mi
conciencia” –le dije-. Y salí del hotel.
El empresario fue condenado
a prisión, junto con otros directivos, después de avatares, llegó a la Corte
Suprema de Justicia que dictó sentencia definitiva. Creo que es la única
condena que existe a un empresario del seguro en el país por administración
fraudulenta y vaciamiento de la larga fila de los crápulas en ese sector. Nadie
conoce lo que pasa en ese mundo. Nadie se mete en serio allí. Todo se oculta
con un manto de artificiosidad y técnica, cuando no matemática financiera.
Dejen de engrupir muchachos.
Niego haber tenido esa
reunión.
Niego que después de haber
buscado la redención por las mujeres, los jóvenes, , el alcohol, las noches, las
fiestas, durante seis años en “los noventa”, y de que a pesar de haber vivido
mucho peor que Ben Sanderson (Nicolas Cage) en “Adios a las Vegas” , y de haber
tenido intento de noches finales, en una de ellas en 1994, en vez de encontrar
el final, sentí un gozo y paz infinito y una voz que me decía: ”Rumbo a la
vida” , no la pude entender del todo porque seguí el consumo de alcohol y la
locura un año más, pero inexplicablemente sobreviví. En el medio y como una
dádiva del más allá aparece una mujer joven, linda, con unos ojos verdes
indetenibles y dejando estelitas a su paso. Ella misma había vivido ese mundo, lo conocía de memoria, y lo había vivido en los círculos
de Luca Prodan y Sumo; juntos empezamos
a escalar las grietas de los precipicios hacia la tierra llana.
Niego que fue entonces
cuando vimos, en una Sala de Corrientes,
en Noviembre de 1995, “La promesa” (Das Versprechen), de Margarette Von Trotta,
con música de Jurgen Niepper. Fue esa película hecha por una Directora de Cine
alemana, la que expresó como nadie el fin de cuatro mundos. Del que cayó en
Noviembre de 1989; del triunfante inexorablemente fracasado antes de seguir sus
pasos avasallantes; de la inasibilidad del amor, del desencuentro, del desgarro
inevitable, de la imposibilidad de persistir, y también el final del nuevo
mundo que había que construir e intentar hacer sabiendo de antemano su
final, representado en el gesto de Sofie
Jeune (Corina Harfouch) en el reencuentro final con Konrad (August Zirner), con
el desbande el muro de Berlín como testigo, pero aun así había que promesarlo e
intentarlo a todo trance.
Konrad eligió quedarse en
Berlín Oriental a intentar creer en ese sistema, en sus ideas políticas y
científicas (el personaje es un físico), y Sofie de ninguna manera podía
aceptarlo, era un alma libre, desprejuiciada y rebelde; lograr llegar a Berlín
Occidental. Yo y casi todos nosotros también, como Konrad, nos hubiéramos
quedado. Niego haber creído en ese mundo. Lo niego terminantemente.+
El reencuentro 7 años
después en Praga, en tiempos de la “primavera”, y el día de la entrada de los
tanques rusos, el deseo desesperante de volver a encontrarse, la bellísima
escena de amor (ahí Sofie es Meret Becker y Konrad es Anian Zollner), el hijo
que conciben y separan por un muro, que en definitiva no era más que los que la
historia universal ha impuesto entre los hombres, entre las clases, entre los
pobres y excluidos, entre los poderosos, entre los inútiles, entre los astutos,
entre los ingenuos, entre los idealistas, entre materialistas, entre los ateos,
entre los religiosos, entre todos y todos los habitantes del planeta Tierra,
entre todos los que se van a seguir construyendo, y en los que cada uno tiene
con los demás y en su conciencia consigo
mismo.
Niego haberme promesado con
Beatriz –ella lo hizo naturalmente- intentar volver a creer en el amor ya
imposible de dejar de presentir, tener hijos que siempre había querido tener y
que me salvaron, y dejar de habitar los precipicios de la caída aun sabiendo
que la caída es inevitable, todos estamos cayendo y cayendo, seguir buscando a
Dios, transitar oficinas públicas como si fueran la primera vez, y abandonar la
poesía. Sabía que había desafiado a los dioses, les había robado el fuego como
Prometeo y había vivido la Hibris como metáfora de la desmesura del orden
triunfante. Niego.
Niego que en todos esos
años escribiera obsesivamente infinidad de poemas sueltos y una trilogía, que
abandoné en anaqueles, y que nunca más pude leer hasta 2013, cuando mi amigo,
Alberto Binder ofreció publicarlos a través de Ediciones del Jinete Insomne de
unos amigos. Niego que finalmente se editara en 2018, y los pude volver a leer
en profundidad con el libro ya impreso. Niego que me provocara esa lectura la
imagen de los animales que surgen del juego de mesa de la película “Jumanji”.
Niego que entre 1996 y la
semana santa de 2019, escribí un solo poema en 1997, que transcribo a continuación:
Oficina pública
Era
un abogado desprolijo.
Acreditaba
su condición con paciencia.
Tenía
un extraño manejo de las cosas.
Sufría
con desesperación mancomunada.
Movía
los dedos con el temblor de la costumbre.
Sería
desproporcionado y fijo.
Dormía:
eso sí.
1997.
Muchos
se escribieron a partir de la semana santa de 2019, muchos publicados en el
blog de Vagos y Derechos y muchos otros en la notebook personal.
Niego haber aceptado la
manía paralizante de los psiquiatras durante todos estos años. Era el precio de
los sueños de “Orangután civilizado” que tienen todos los hombres.
Muchos
poemas se escribieron a partir de la
semana santa de 2019, muchos publicados en el blog de Vagos y Derechos y muchos
otros en la notebook personal.
Niego todo lo demás.
(…)
Hasta aquí el fragmento. Fueron escritos en la desolación de diciembre
pasado. He preferido no darlos conocer; salvo uno de ellos posiblemente
representativo de aquella época:
“Fue una fiesta
de desenfreno, una noche de 1991, en una casa imponente y enorme de Belgrano,
donde fuimos todos los habitantes de los precipicios de Buenos Aires. Había
momentos para participar en todo y de retirarse a contemplar con melancolía y
admiración la redención que buscaban todos. En un momento de contemplación
diviso en el centro de un living al Ministro del Interior de Carlos Menem,
Alberto Manzano (ese de la Renovación en la que creyeron muchos), compartir con
una bella joven alcohol y el desenfreno, con el último punto de lucidez que me
quedaba me acerqué y le dije:
–Ministro-
Me miró con gesto sonriente
y embebido,
“Sabe lo que es
usted”,
Aumentó la sonrisa:
“Un hijo de puta”
(Creo no haberme equivocado
Y es posible que se lo haya
dicho por todos nosotros )
Se dio vuelta como si nada
y siguió la fiesta.
También yo.
En otro momento de
apartarme a contemplar se acerca un amigo, que ya no existe, y dice:
“¿Qué buscas vos, Chuni”.
“La locura” –digo-,
“La locura es esto”
- señalando el desenfreno orgiástico
-
“No,
Adrián,
La locura
Es otra cosa” .
AMNESIA
Bolero
Chico Novarro
Dino Ramos
Usted me cuenta que nosotros dos
Fuimos amantes
Y que llegamos juntos a vivir
Algo importante
Me temo que lo suyo es un error
Yo estoy desde hace tiempo sin amor
Y el último que tuve fue un borrón
En mi cuaderno
Usted me cuenta que hasta le rogué
Que no se fuera
Y que su adiós dejó a mi corazón
Sin primavera
Que anduve por ahí de bar en bar
Llorando sin podérmela olvidar
Gastándome la piel en recordar
Su juramento
Perdón, no la quisiera lastimar
Tal vez, lo que me cuenta sea verdad
Lamento contrariarla, pero yo
No la recuerdo
Esta noche elijo la versión
De Emilia Danesi –voz-
Seva Castro –guitarra-
La escuché por primera vez a Danesi
En julio de 2016,
En el Centro político cultural que los
compañeros de la izquierda nacional
Tenían en la calle Rivarola.
Habían organizado una peña folclórica
En conmemoración del 9 de Julio
En pleno invierno macrista
Dejemos de lado el encanto juvenil
Fácil ilusión de los poetas
Pero su voz,
Su voz,
Transmitía un sentimiento finísimo,
Un hálito raigal,
Una frescura de íntimos matices
Voces como estas se pueden descubrir
públicamente en YouTube o Spotify
Muchísimas otras deambulan a lo largo y
ancho del país.
Habrá un tiempo
Habrá un tiempo
En que todos repetiremos
Estos versos de Octavio Paz
“Y la puerta
Es más cerrada
Cada siglo
Y más cerrada
Y puerta
A cada golpe”
Del bolero
Qué puedo decir
Nada
No recuerdo haberlo vivido.
No recuerdo haberlo escuchado.
Hoy es
el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
(…),
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Fragmentos
del “Poema Conjetural”
Jorge
Luis Borges
Claudio
Javier Castelli
Enero/1º
de Marzo de 2022
San
Telmo