Por: Sebastián
Chavarría, para Vagos y Derecho
No
hace mucho, estuve releyendo y pensando en el texto “La esencia hegeliana de la comunidad política”, cuyo autor es el
editor de este blog, el Dr. Claudio Javier Castelli[1]. En
el texto, -apunto al mismo sin mayor detalle-, cuestiona los planteamientos que
la teoría crítica sustenta contra la noción tradicional de comunidad. Quizás, y
esta es mi interpretación, la pregunta central del texto es ¿qué menta la
patria? Lo dice de esta manera:
“Si la comunidad no
menta un destino, una lengua, un origen, un suelo. ¿Qué menta la comunidad?”
La
pregunta viene a cuenta, ya que los posmodernos proclaman la muerte del sujeto
y a su vez, cierta línea de esa corriente piensa que además debe ocurrir la muerte de toda forma de pensar
la comunidad desde lo común. La renuncia a un nacionalismo, a la identidad, a
la idea de la patria como una sustancia, un origen a añorar o un destino a
prefigurar[2].
Para
los posmodernos, lo nacional es el recuerdo de Auswitch, de la Alemania nazi,
del fascismo; de una serie de maniobras del poder para enraizar a sus sujetos a
una comunidad. Y con eso, establecer un estado de cosas en el que las líneas
entre el yo y el otro, sea clara. Lo suficientemente clara como para
descalificar y aniquilar a ese otro.
Los
posmodernos latinoamericanos piensan que debemos cuidarnos de eso en
Latinoamérica. Que nosotros podemos evitar esas catástrofes, vividas por
nuestros hermanitos mayores, los europeos.
Lo
cierto es que, escucharlos hablar así, me recuerda al debate que existe en
Honduras sobre si desarmar o no a la población. Debido a la violencia existente
en mi querido país centroamericano (es harto conocido que es uno de los países
más violentos del mundo), piensan que la
gran solución a esa problemática está en un desarme general. Sin embargo, las
propuestas se amparan en soluciones ingenuas y poco pensadas: un desarme
improvisado, bajo la jurisdicción de un poder teatral, -es decir, un poder que
manda simplemente emitiendo decretos pero que carece de poder para hacer prevalecer
su autoridad-, lo único que producirá es que los ciudadanos honrados, en efecto,
se desarmen. Mientras tanto, los sanguinarios
de siempre seguirán armándose con AK-47 y M16. Instrumentos, de más está decir,
autorizados únicamente con fines militares En el caso de la AK-47, ni siquiera
en las esferas militares está permitido su uso (aun así, estos matones las
consiguen).
Cuando
los posmodernos latinoamericanos me dicen que hay que tener cuidado con
conceptos como la identidad, nacionalidad, la patria, etc., lo que producen en
mí es escepticismo respecto de su propuesta. Dudo mucho en la supuesta conveniencia
de su fórmula, de la manera en que dudo que la solución para acabar con la
violencia en Honduras estriba en el desarme general.
Lo
primero que me preguntaría es si realmente existe un nacionalismo. ¿Qué puede
ser nacionalismo, por ejemplo, en Honduras? Justo, en lo que estamos es en la
búsqueda de configurar esa identidad. ¿Qué idea conformar en el otro, respecto
de nosotros? Pero más aún, ¿qué idea tenemos de nosotros mismos, dentro de la
totalidad del mundo? Y dicha búsqueda la considero completamente legítima, pues
dicha identidad cumple una función para lograr un avance social serio.
A
mis amigos posmodernos sólo puedo pedirles, que pensemos esto con más detalle.
Porque al sugerir que hay que matar al sujeto, que hay que desarraigarlo de la
comunidad o de todo aquello que podría ser elemento constitutivo de una comunidad,
más bien entiendo que nos exhortan a que
nos desarmemos de un arma que ni existe.
Más
que preocuparnos sobre los supuestos peligros para nosotros de un nacionalismo
y de la identidad, pensemos qué tipo de bandera podemos ondear ante las nuevas
formas más sofisticadas de imposición de identidad.
Las
grandes corporaciones, asentadas en las grandes potencias, han sofisticado sus
aparatos de identidad colectiva. Mediante la identidad que sus marcas proveen, aseguran
la globalización y su discurso. Pero sobre todo para aquellos que no definen
una identidad con la cual hacer frente a ese bombardeo mediático.
¿Cuántas
personas hoy en día no se sienten identificadas con una marca? Lo irónico, es
que el no establecer identidad para una nación, exigido por ciertos posmodernos
latinoamericanos, es un aspecto que no ha sido abandonado en los países en los
que se encuentran las grandes corporaciones. Además de eso, pensemos algunas
notas sobre la identidad: ¿no es la disciplina, característica japonesa? Y los
alemanes, ¿acaso no son ciudadanos del “land
der ideem”? Respecto a esto, bien podríamos conjeturar que el triunfo de
Trump y su proteccionismo es indicio también de lo que ahora expongo: dar una
cara nueva, de éxito y gloria, características con la cuales los
norteamericanos se han presentado.
Cada
país en el que se encuentra la casa matriz de una gran corporación, tiene bajo
su suelo una identidad que forma parte de su activo. Forma parte de su haber
que lo constituye, lo hace más competitivo. Y, por qué no decirlo, le da un
valor agregado. A la marca de cada una de estas corporaciones, se le agrega la
identidad del país en el que está afincada. Por lo que, al final, adquirir Sony
es adquirir calidad japonesa. Así en cada caso.
Lo
que han hecho los países que produjeron atrocidades como Auschwitz, fue
perfeccionar su nacionalismo. Sólo lo han depurado para seguir imponiendo su
visión del mundo. Así que la petición de los posmodernos no es más que una idea
de un par de desilusionados con su realidad: la europea.
Nuestra
forma de contrarrestarlo, no puede ser con armas. De hecho, esa es una
estrategia muy torpe. Precisamente, el gran refinamiento de estas nuevas formas
de exportación de identidad, estriba en su aparente neutralidad. Pero al menos,
deberíamos tener un concepto de identidad, de nacionalismo, lo suficiente para
que nosotros como ciudadanos podamos decidir el destino de nuestras naciones. Y
dentro de las formas en que se decide el destino, está el control de nuestras ideas.
Y estas últimas, son las partículas con las que creamos nuestra identidad y
realidad social. Pero a los posmodernos parece que esto les da miedo. Les da
temor que hagamos un Auschwitz. Como que si lo segundo fuese una consecuencia
inevitable de mi propuesta. En este punto discrepamos, pues creemos en la potencialidad
creadora del sujeto, tanto activa como preventiva. Crear mediante la acción
explícita y crear mediante la prevención de consecuencias no deseadas.
Palabras
como nacionalismo, identidad, no deberían asustarnos en sí mismas. Los
posmodernos y en su obsesión con el lenguaje, deberían reconocer que no está en
las palabras el peligro. A partir de estos términos, podemos configurar
conceptos adecuados para nuestra realidad y de esta forma evitar, como bien
puntualizan, atrocidades inenarrables. Atrocidades que en efecto ya han
ocurrido y compartimos que pueden ser prevenidas. Pero de ello a decir que toda
forma de pensar la comunidad sin pensar en lo que de alguna manera nos
constituye, idioma, historia común, etc., me parece que se está bastante cerca
del disparate.
Pienso
que el problema más bien estriba en cómo conformar una identidad, o si se
quiere, un ideario con el cual unir esfuerzos para superar las dificultades
sociales y económicas. Para superar dichas dificultades, es necesario confrontar dichas realidades con
nuestro ideario y de ahí partir.
Así
que invito a mis amigos posmodernos latinoamericanos que reconsideren su criterio
al momento de decir que hay que matar las formas de identificación en la
comunidad. En nuestro caso, hacerlo es desarmar al desarmado. Es manifestar un
discurso que no es propio: es pensar desde un escenario que no es el que
vivimos.
[1]
Dicha propuesta fue presentada para el interescuelas de Filosofía del Derecho
del año 2016, en la Facultad de Derecho, UBA. Puede leerse en el siguiente
enlace: https://interescuelas.files.wordpress.com/2016/08/hdd-castelli.pdf
[2] Puede encontrarse más
detalles sobre los autores franceses e italianos que trabajaron esta línea en
el mismo texto de Castelli ya citado.
#Abogado, UNITEC, Honduras, Maestrando de Filosofía del Derecho, de la Facultad de Derecho de la UBA.
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