Dr. Carlos Rosenkrantz, Pte. de la Corte Suprema de Justicia |
Hace 42 años llegué a Buenos Aires para estudiar derecho, en enero de 1976. Rendí el ingreso durante la presidencia de Isabel Perón, aprobé. Se produjo el golpe del 24 de marzo. Se cierra la facultad y las clases empiezan en mayo.
Una de las primeras materias que cursé, a partir de ese frío mayo, fue Introducción al Derecho, en la cátedra de Julio Cueto Rúa, discípulo de Carlos Cossio. Me tocó la comisión de Fernando Sabsay -padre-.
En las clases se destacaba un ingresante bastante colorado. Manejaba mucho la filosofía del argentino Carlos Cossio e intervenía constantemente.
Carlos Cossio -echado en la facultad en el '55-, peronista pero no fanático, un gran filósofo del derecho y maestro de profesores y alumnos, maestro de Ambrosio Gioja, que después en el 55 fue el más encarnizado contra Cossio.
El Instituto de Investigaciones de la facultad de derecho no se llama Carlos Cossio que polemizó con Hans Kelsen, sino Ambrosio Gioja. Cossio introdujo a toda la filosofìa analítica de vertiente anglosajona, a pesar que estaba en las antípodas de su pensamiento de raíz continental europea basado en dos filósofos principalmente: Husserl y Heidegger, algo de Hegel y sus propias creaciones, era un talento viviente.
Sus discípulos los echaron de la facultad a la cual nunca pudo regresar salvo en el interregno del 73 al 76. Murió en agosto de 1987.
La escuela analítica anglosajona tuvo muchos seguidores en los comienzos con Carlos Santiago Nino, Eugenio Bulygin, Carlos Alchurron, Rodolfo Guibourg y otros más, tuvieron su apogeo con Alfonsín en el poder, y dominaron la escena filosófica en la facultad desde esa época. Salvo Nino que tuvo una deriva hacia los derechos humanos como fundamentos último del derecho. Todo el resto siguió siendo rígidamente positivista a lo Kelsen, pero llevaron las cuestiones filosoficas a los problemas de la lógica del derecho a la lógica simbólica, adosaban el derecho a las ciencias duras, negaban el concepto de derechos humanos y sociales y corrieron de la facultad a todos los que no pensaron como ellos. La gran escuela de filosofía del derecho argentina de Carlos Cossio o Werner Goldschmidt fueron reducidas al mínimo.
No es territorio peronista actualmente la filosofía del derecho argentina, ni la facultad de derecho de la UBA, que es de quien hablo.
En ese ambiente se formó Rosenkrantz, de padre también radical. La filosofía analítica, si podemos llamar a eso filosofía, es en realidad un enfoque -como Guibourg lo dice con respetuosa sinceridad- que hace de la precisión de los conceptos, firmeza de los argumentos, claridad expositiva, defensa de la lógica formal, negación de la metafísica sus principales fundamentos. No hay mucho más que eso. En síntesis hacer del sentido común una filosofía.
Si pensar es conceptualizar el presentir , como dice quien habla, o la "contemplación pensante de los objetos", como dice Hegel, hay un mundo mucho más vasto para incursionar, y por sobre todas las cosas bucear sobre las lógicas del poder, la historia, la ideología de jueces y filósofos, la relación entre débiles y poderosos etc, etc.. Todo esto último es mucho para un analítico, allí no se meten, corresponde a otras disciplinas según ellos. La filosofía análitica en la Facultad de Derecho de la UBA se destaca por lo que dice, pero más, mucho más, por lo que no dice y oculta.
Vuelvo a 42 años atrás. Nos hicimos muy amigos en ese entonces, en esa comisión con él y Gabriel Bouzat, también ingresante, pero ellos dos hicieron una rigurosa amistad, que los convirtió al terminar la carrera en socios de su estudio de abogados donde atendieron los más granado del establishment local, por supuesto Clarín. Era claramente brillante Carlos Rosenkrantz y tenía un visible interés en sobresalir.
Lo volví a tratar cuando quien escribe trabajaba en el Centro de Asuntos y Estudios Penales del Banco Central, fines de los ochenta y principios de los noventa. Vino a verme al Banco por una causa de Bancos que no recuerdo, vinieron los dos socios.
Él, que había sido asesor en el Consejo de Consolidación de la Democracia, pensaba en los primeros noventa, que Alfonsín iba a regresar.
Lo crucé en la calle Laprida unos veinte años después, yo iba con una diccionario de Inglés que decía Oxford, había comprado para mi hija, él me miró con gesto de amistad, me detuve. En realidad me detuvo por el diccionario -anglófilo él-, aproveché la oportunidad para decirle que habíamos cursado juntos Introducción al Derecho, que teníamos amigos radicales en común. No se acordó. Puede ser habían pasado tantos años y tantas cosas en el país nuestro y vivíamos una primavera de esperanza, que sospecho, no lo convocaba.
No lo volví a ver pero conozco como piensa. Y qué sigue después de aislarnos de los Tribunales internacionales de Derechos Humanos, intentar escapar de los delitos de lesa humanidad hacia casos comunes mientras perméa con la cosa juzgada írrita principios profundos del derecho penal histórico aquellos que nos sacaron del fascismo en materia penal. Enorme la gesta de Eugenio Raúl Zaffaroni en ese sentido. Su paradigma gobernó gran parte de la Justicia Penal desde 1984, cuando fue nombrado Camarista Penal, así como gran parte de las cátedras de Derecho Penal de la Facultad de derecho de la UBA.
Nace una nueva dupla: Bonadío-Rosenkrantz en el derecho penal argentino con nuevo paradigma donde se echan por tierra las garantías constitucionales junto con los Tratados Internaciones sobre Derechos Humanos conquistadas con más de doscientos años de lucha, sangre y derrota de la arbitrariedad sobre los pueblos.
Eugenio Bulygin dice que los derechos humanos son "flatus vocis" (explosiones de voz, palabras vacías) coherente con su negación de los universales que nos retrotrae a una discusión mucho más amplia que cubrió parte de la edad media y moderna. ¿Rosenkrantz pensará lo mismo?¿Vamos hacia un reemplazo de la declaración de derechos humanos de la ONU, como pretenden los analiticos junto con los deseos manifiestos de las elites corporativas norteamericanas? La negación de los derechos humanos nos deja en manos de la mera ley seca, abrupta, agostada. Esa mera ley no imipidió que los jueces nazis escaparan a su literalidad. ¿Es el derecho positivo decían?
Cubrirá Rosenkrantz sus verdaderas ideas dando buenos argumentos para una cosa mala y pensará que con ello está justificado, como dice Hegel. O dará rienda suelta a su concepción cavernícola que con aires de modernidad responde a lo más crudo del neoliberalismo.
Rosenkrantz debió haberme recordado cuando nos cruzamos en la calle por lo mismo que yo desde entonces le tengo gran estima, solo dos de un aula con 50 estudiantes obtuvimos un diez en el primer parcial, que era el primer exámen de la primera materia que cursamos en la Facultad de Derecho de la UBA.
Ninguno de esos dos jóvenes conjeturaba el devenir sangriento de nuestra querida patria. El horror revelado prontamente marcó profundamente a quien escribe y a todo ciudadano de buena voluntad de este país. ¿Será Carlos Rosenkrantz un ciudadano de buena voluntad?
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