OBERTURA DEL EDITOR:
"Lo que tienen en común las ultraderechas actuales es haberse librado de los complejos e inhibiciones democráticas procedentes del clima político posterior a la segunda guerra mundial del siglo XX. El decidido y sobreactuado retorno a una identidad nacional que se presenta con un relato épico sin fisuras tiene a lo “extranjero” como la amenaza, el exterior, que puede atentar contra la unidad plena y consistente que las ultraderechas presentan como identidad nacional", así empieza la nota publicada el 20 de diciembre en Página12 realizada por Jorge Alemán (https://www.pagina12.com.ar/163276-ultraderechas), que es justo relacionar con esta nota de Leonardo Boff, pues ambas ponen en el acento en la vuelta de cierto "nacionalismo" racista -Alemán- y ciego y tonto -Boff-. Es interesante también lo que agrega Alemán: "La ultraderecha se opone al establishment político, pero nunca al entramado corporativo que sostiene al Capitalismo neoliberal. Su antagonismo real es con lo extranjero". La pregunta que nos hacemos es ¿Qué nacionalismo es este que no pone en cuestión el poder financiero internacional? Nacionalismo de "pacotilla" decimos nosotros, que devotos del nacionalismo popular y liberador en un país colonial sabemos anteponerlo al nacionalismo de los países opresores usinas del capitalismo neoliberal. Pero sabemos no solo por los años vividos, sino porque el peronismo nos lo contó, y un narrador destacado fue Juan José Hernández Arregui, en "Nacionalismo y Liberación", Peña Lillo, Ediciones Continente,2004, sobre todo en el brillante artículo introductorio: ¿Qué es el nacionalismo? (Alrededor de los temas centrales del libro), pág. 11/51. Allí dice: "Toda teoría nacionalista que prescinda de la potencia numérica y la conciencia histórica de las masas es una abstracción inservible mutilada de la lucha nacional del pueblo" (...) "Un nacionalismo ligado a las clases privilegiadas -aunque adopte, a veces, cierta actitud crítica frente a ellas- y un nacionalismo que se expresa en la voluntad emancipadora de las grandes masas populares" -pág.13-. Pero como dice Hegel -recordado también por Hernández Arregui (pág. 15)- "Lo único que enseña la historia es que la gente jamás aprendió nada". Ahora sí, basta de alharacas y vamos al artículo de Leonardo Boff:
La tontería del antiglobalismo
Se está produciendo en todo el mundo una ola anti-globalista. Tal vez pocas cosas sean más regresivas y disparatadas en el mundo actual que ésta. Había un cierto anti-globalismo, fruto del proteccionismo de varios países, pero que no amenazaba el proceso general e irreversible de la globalización. Esa ola fue asumida como plataforma política por Donald Trump que, según el premio Nobel en economía Paul Krugman, sería uno de los presidentes más tontos de la historia norteamericana. Lo mismo sirve para nuestro recién electo presidente brasileño, el ex capitán Bolsonaro y sus Ministros de Educación y de Relaciones Exteriores, negacionistas de este fenómeno, que sólo personas desinformadas y con prejuicios no perciben.
¿Por qué se trata de un disparate de los más insensatos? Porque va directamente contra la lógica del proceso histórico incontenible. Hemos alcanzado un nuevo estadio en la historia de la Tierra y de la Humanidad. Si no, veamos: hace miles de años, los seres humanos, surgidos en África (todos somos africanos), empezaron a dispersarse por el vasto mundo, comenzando por Eurasia y terminando en Oceanía. Al final del paleolítico superior, hace cuarenta mil años, ya ocupaban todo el planeta con cerca de un millón de personas.
Desde el siglo XVI comenzó la vuelta de la diáspora. En 1519-1522 Fernando de Magallanes realizó la primera vuelta al planeta, comprobando que es redondo. Cada lugar puede ser alcanzado desde cualquier lugar. El proyecto colonialista europeo occidentalizó el mundo. Grandes redes, especialmente comerciales, conectaron a todos con todos. Este proceso se prolongó desde siglo XVII al XIX cuando el imperialismo europeo, a hierro y fuego, sometió el mundo entero a sus intereses. Nosotros, los del Extremo-Occidente nacimos ya globalizados. Este movimiento se reforzó en el siglo XX, después de la segunda guerra mundial. Y en los tiempos actuales, cuando las redes sociales nos hicieron a todos vecinos, a la velocidad de la luz, y la economía comandó el proceso, especialmente a través de la “gran transformación” (K. Polanyi), que significó el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado. Todo, todo, hasta lo más sagrado de la verdad y de la religión, se convirtió en mercancía. Karl Marx en La Miseria de la Filosofía (1847) llamó a esto “la corrupción general” y la “venalidad universal”.
La globalización que los franceses prefieren llamar, con mayor razón, planetización, es un hecho histórico innegable. Todos nos estamos encontrando en un mismo lugar: en el planeta Tierra. Estamos en la fase tiranosáurica de la globalización, que viene siendo hecha bajo el signo de la economía mundialmente integrada, voraz como el mayor de los dinos, el tiranosaurio, al ser profundamente inhumana, por la pobreza que causa y por la acumulación absurda que permite.
Ya hemos entrado en la fase humano-social de la globalización por algunos factores que se han vuelto universales, como la ONU, la OMC, la FAO y otros, los derechos humanos, el espíritu democrático, la percepción de un destino común Tierra-Humanidad y el ser el homo sapiens sapiens y demens, una única especie.
Notamos ya los albores de la fase ecozoico-espiritual de la globalización. La ecología integral y la vida en su diversidad, y no la economía, tendrán la centralidad, la reverencia ante todo lo creado y un nuevo acuerdo con la Tierra, vista como Madre y como un super Organismo vivo que debemos cuidar y amar, valores profundamente espirituales. Crece la noción de que somos aquella porción de la Tierra viva que con un alto grado de complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Tierra y Humanidad formamos una única entidad, como bien testificaron los astronautas desde sus naves espaciales.
Ha llegado el momento, como profetizaba el paleontólogo y científico Pierre Teilhard de Chardin ya en 1933, en que “la edad de las naciones ha pasado. Si no queremos morir es la hora de sacudir viejos prejuicios y construir la Tierra”. Ella es nuestra única Casa Común, la única que tenemos, como enfatizó el Papa Francisco en su encíclica Sobre el cuidado de la Casa Común. (2015). No tenemos otra.
Estamos oyendo prejuicios extraños a los futuros gobernantes y ministros en el sentido de que la globalización es una trama de los comunistas, para dominar el mundo. Son los que, según Chardin, no se ocupan de construir la Casa Común, sino que se vuelven rehenes de su pequeño y mezquino mundo, del tamaño de sus cabezas, escasas de luz.
Si no consiguen ver la nueva estrella que ha irrumpido, el problema no es de la estrella sino de sus ojos ciegos.
Como lo dice y quien lo dice. Para poner atención.
ResponderEliminar