Al visitar Chile en enero de este año, el papa Francisco recibió denuncias de abusos sexuales cometidos por padres y obispos. Estos lo convencieron de que las acusaciones no procedían. Las víctimas reaccionaron. Entonces el papa envió emisarios a Chile para investigar las denuncias. Se llegó a la conclusión de que las acusaciones eran verídicas y de que algunos obispos habían realizado esfuerzos para encubrir los delitos.
Francisco llamó a Roma a todo el episcopado chileno y le exigió una autocrítica penitencial y la renuncia colectiva. Ahora se analiza minuciosamente la situación de cada obispo para decidir si mantenerlo o no al frente de su diócesis.
Un escándalo idéntico se produjo en la Iglesia de Pennsylvania, en los Estados Unidos. Al menos 301 padres abusaron de más de mil niños. El papa emitió una dura misiva sobre el tema: “Es esencial que seamos capaces, como Iglesia, de reconocer y condenar, con dolor y vergüenza, las atrocidades perpetradas por personas consagradas, clérigos y todos aquellos a quienes les confiamos la misión de velar por los más vulnerables y cuidar de ellos.” Y, por primera vez, un pontífice califica de “crimen” la pedofilia, y nos llama a juntar fuerzas “para extirpar esa cultura de muerte”.
Las denuncias de pedofilia en la Iglesia Católica comenzaron a salir a la luz en el pontificado de Juan Pablo II. Ese crimen ocurre también en muchas otras instituciones que tienen que ver con niños y jóvenes y, sobre todo, en el ámbito familiar, donde se calla por miedo y vergüenza.
Es hora de que la Iglesia Católica enfrente las causas de la pedofilia eclesiástica, más allá de comprobar las denuncias y castigar con rigor los casos comprobados, incluida la indemnización a las víctimas. Una de las causas es la falta de una cuidadosa selección de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa. No se debaten cuestiones relativas a la sexualidad, como si la supuesta vocación sacerdotal de un joven fuera un certificado de propensión al celibato y la castidad.
En la Iglesia, el énfasis excesivo en el mito de la pureza y la exaltación de la virginidad hace que la sexualidad parezca un error de Dios. Como si los santos, tan venerados, no hubieran nacido de la relación sexual entre un hombre y una mujer. Hasta el papa Francisco, tan esclarecido, se muestra heredero de una formación homofóbica, al sugerir, al regreso de su visita a Irlanda, que las señales de homosexualidad en la infancia pueden merecer una “ayuda psiquiátrica”.
Ante esa situación, adopté la iniciativa, en apoyo a la comunidad LGBTTI, de publicar la cartilla popular titulada “Sexo, orientación sexual e ‘ideología de género’”, en la que trato abiertamente esos temas. Mientras más se escamotea la cuestión de la sexualidad en la Iglesia, más se favorecen las actitudes aborrecibles.
Es espantoso ver a padres y obispos gay pronunciar sermones homofóbicos y hablar del sexo varados en la teología de la Edad Media. Todavía hoy, la doctrina oficial católica reza que, en el matrimonio, a la pareja solo se le permite mantener relaciones sexuales con la intención de procrear…
Mi profesor de Teología Moral, al abordar esa formulación, señalaba: “Eso no es teológico, es zoológico”. Y sabemos que incluso entre los animales, en especial los mamíferos, existe la intimidad física motivada solo por el afecto.
A pesar de todo el sufrimiento causado, espero en Dios que el escándalo de la pedofilia saque a la Iglesia del clóset del moralismo farisaico para adoptar la actitud de Jesús, quien, sin canonizar el celibato, escogió para dirigir a la comunidad de los apóstoles a Pedro, un hombre casado a cuya suegra Jesús curó (Marcos 1,30).
Como en la Iglesia primitiva, el celibato debería ser optativo. Y las mujeres, tan bienvenidas en la comunidad de Jesús (Lucas 8,1-3), deberían tener acceso al sacerdocio y a las funciones jerárquicas. Es bueno recordar que la primera que anunció públicamente que Jesús era el Mesías fue una mujer, la samaritana del pozo de Jacob. Y que el primer testigo de la resurrección, que le comunicó el hecho a los apóstoles, fue otra mujer: María Magdalena.
Frei Betto es autor, entre otros libros, de Um homem chamado Jesus (Rocco).
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Traducción de Esther Perez
Copyright 2018 – Frei Betto -
QUIÉN ES FREI BETTO
El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.
Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.
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