lunes, 22 de julio de 2019

ENTRE MATE Y MATE("), Por Javier Azzali(") para Vagos y Derecho (Taller Literario)


Una de las cosas que más le gustaban en la vida a Lorenzo era tomar mate. Para él casi no había nada más gustoso que un mate recién cebado rebosante de yerba espumosa. Él mismo se encargaba de calentar el agua para controlar que en el fuego alcanzara la temperatura exacta, un poco antes del primer hervor. Era muy respetuoso, casi militante se diría, de las reglas del correcto cebado: llenar el mate que, de preferencia tiene que ser de calabaza, con yerba de una cooperativa llamada ¡Monte a la Rosa!, hasta las tres cuartas partes. Después, agitarlo con energía criolla, por supuesto que dado vuelta para evitar pérdidas innecesarias de yerba y, ya otra vez en la posición normal, echar el agua caliente en un costado. Importante: la bombilla se hunde en la yerba húmeda, mientras la otra mitad debe mantenerse, lo más que se pueda, seca. 


- La bebida de los pobres, les decía a sus compañeros de oficina, mientras cebaba para quien quisiera acercarse y tomar con él. Los expedientes del trabajo se amontonaban en un costado del escritorio, pero él insistía que el atraso tenía causa en el gran cúmulo de tareas que pesaba sobre toda la repartición, y no en la más maravillosa infusión que el pueblo lleva en su paladar. La cosa es que de ese modo Lorenzo tenía un rato de felicidad y podía, pese a todo, sobrellevar su jornada laboral con cierta liviandad. 

Cada tanto el jefe pasaba por su despacho para controlar. Pero Lorenzo no le dejaba ni tiempo para que encontrara algún retraso digno de reproche, y de a poco lo convencía, con amistosa actitud, de los beneficios de un buen matecito. 

- Sin el mate la vida de los trabajadores sería mucho más infelíz, explicaba Lorenzo cuando alguno le criticaba su uso constante. 

Finalmente, un día el jefe terminó aceptando el convite, y desde entonces pasaba temprano en las mañanas a saludarlo, como nunca antes lo había hecho, con la ya no tan secreta intención de unas cebaditas. 

En una de esas mañanas, entre mate y mate, charlando, mitad de trabajo y mitad no, el jefe le hizo saber que había tomado una decisión de gran importancia: se iba de la oficina. Pero no para ocupar un cargo superior en alguna otra oficina, sino para presentarse como candidato a diputado por el partido del gobierno. La novedad no terminaba ahí: el jefe lo invitaba a Lorenzo para que sea su primer asistente. 

- No sabe usted, Lorenzo, ¡lo importante que para mi son sus mates! 

A los pocos días la oficina jerárquica superior le aceptó el pedido de licencia por tiempo indeterminado, sin goce de sueldo, y se puso a trabajar en la campaña electoral de su jefe. En verdad, toda su tarea consistía en cebar mate. Iba de un lado a otro, de barrio en barrio, de acto en acto, de la televisión a la radio, siempre con el termo lleno y el mate listo para cebar. Tras una campaña muy intensa, los candidatos oficialistas ganaron, y a las semanas Lorenzo se encontró siendo asesor del flamante diputado de la nación. 

Su tarea en el Congreso no le era difícil: tenía que cebarle mate entre sesión y sesión. Al principio, era visto con cierta rareza por los otros diputados, pero les era indiferente, hasta que una vuelta, el jefe de Lorenzo interrumpió su discurso a la espera de que le sea cebado un mate. La cuestión era que Lorenzo todavía estaba en la cocina calentando el agua. En ese lapso, tuvo un altercado con un legislador trotskista. 

- ¡El mate es reaccionario! Sin el mate ¡ya habría habido revolución!, le increpó con cierta vehemencia incomprensible. 

- Faltaba más, ahora venir a echarle la culpa al mate, le contestó el diputado, una vez superada la perplejidad. 

¡El mate es socialista! gritó uno desde el fondo ¡El mate es peronista!, le contestaron varios a coro. Cuando la situación parecía descontrolarse y amenazaba el escándalo, el mismísimo presidente de la cámara de diputados intervino: ¡El mate es el símbolo de la unidad nacional y latinoamericana! ¡Patria y mate sí, colonia y güisqui no! Bien bajito alguien que no se identificó aclaró que en verdad esto no era contra el güisqui, pero calló rápidamente, cuando desde el bloque del partido liberal empezaron a pedir enojados la palabra para, en nombre de la libertad y la democracia defender al güisqui. Pero solo lograron ganarse el mote de anti patria y, de paso, borrachos. Ya era tarde, por mayoría absoluta se aprobó la moción de declarar el mate como infusión nacional y popular obligatoria para todos los legisladores. Finalmente, cuando llegó Lorenzo con uno bien cebado, la cámara en pleno y con todos de pie, lo recibió con un aplauso interminable y con una lluvia de loas. 

Al otro día los diarios informaban desde las primeras planas lo ocurrido. Un gran hecho político que catapultó a la fama al señor diputado que, después de ser nombrado como jefe de bancada por la capacidad expeditiva de su asesor para cebar mate, ya era vistos por los eruditos analista de nuestro país como presidenciable para las próximas elecciones. A los meses, triunfaba con holgura y asumía como nuevo presidente de los argentinos. 

Como Lorenzo fue nombrado primer asesor presidencial, ahora tenía un nuevo despacho en la Casa Rosada, contiguo al de su jefe. Su función era la misma de siempre: cebar mate. No había ministros al que no le cayera simpático o reclamara su presencia antes del inicio de las reuniones de gabinete. De este modo, empezó a interiorizarse de los diferentes decretos que el presidente tenía, diariamente, que firmar. A diferencia de su tarea en el Congreso, ahora su jefe sí tenía que trabajar en los asuntos de gobierno, y, a fuerza de silencios entre las cebadas, Lorenzo se metió en las decisiones. Primero, propuso, muy tímidamente, que el gobierno diera prioridad a la cultura nacional: hay que financiar a los músicos, escritores y pintores de los pueblos del interior. Hay que cambiar los planes de historia y de la educación de los colegios para que los chicos sepan qué pasó en nuestra patria. 

Luego, aunque todavía sin perder del todo la vergüenza, sugirió un aumento de sueldo para los empleados públicos. ¡Se lo merecen, jefe!, le dijo al recordar a sus ex compañeros. Entusiasmado por el éxito propuso un subsidio para los desocupados, y le pasó por debajo de la mesa, mientras distraía al ministro de economía con un mate, una lista de precios máximos para productos de primera necesidad. Gran sorpresa de aquél cuando se enteró por los diarios de la nueva noticia, pero su enojo con Lorenzo fue compensado con la simpatía del resto del gabinete que, a su vez, odiaban al ministro. A los pocos días, la sorpresa fue del ministro de interior, amigo y socio comercial de los dueños europeos de la empresa del agua, cuando a pedido de Lorenzo el presidente le revocó la concesión del servicio público. Pronto, de la sorpresa pasaron al odio, y no hubo ministro o secretario o legislador oficialista u opositor, o gobernador de provincia, que no hiciera saber su molestia por los consejos del cebador de mate presidencial. Pero el colmo fue cuando Lorenzo, una tardecita, impulsado por la fuerza rebelde de estrenar un mate de alpaca, especialmente confeccionado por una cooperativa jujeña, sugirió una reforma agraria que significaría el fin del latifundio. Mientras cebaba el primer mate nuevo a viva voz, sin importarle la presencia de los dinosaurios enfurecidos, habló de la necesidad de repartir las fabulosas ganancias del campo y subvencionar a los talleres y las industrias del país. Estaba eufórico por el maravilloso plan de acción que, por fin, traería felicidad para el pueblo. Más aún: ya se había puesto a trabajar en un plan para no pagar la deuda externa, nacionalizar los bancos y el comercio exterior, y otro para crear los Estados Unidos de América Latina, y tantas cosas más que ya ni siquiera le alcanzaba el tiempo para pensarlas. Se podría formar una alianza matera con los presidentes de Brasil, Paraguay y, por supuesto, Uruguay. Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia le podrían sumar las hojas de coca y así con cada uno del resto de los países. ¡Una poderosa confederación! 

A la mañana siguiente, excitado por todas esas ideas, Lorenzo llegó primero y, como siempre, calentó el agua. Cuando estaba preparando la yerba en el mate, en la cocina de la casa rosada, se le presentaron dos grandotes de saco y corbata, acompañados por un granadero. Sin perder la elegancia lo levantaron, cada uno de un brazo, y salieron a la calle. Al llegar a la placita del bajo, ahí donde están las paradas de los colectivos y, con mucho cuidado de no lastimarlo, lo dejaron en una fila, junto a una estatua de Mafalda. Le dejaron, para que lea en el viaje a la oficina, un ejemplar del boletín oficial del día de la fecha, con el decreto, muy breve por cierto, en el que, muy temprano, el señor presidente había dispuesto su cesantía y el inmediato levantamiento de la licencia de su empleo anterior. 

Cuando, con cierta resignación, y ya de regreso en su antiguo escritorio, se preparó para cebar el primero de los mates, la ahora su nueva jefa emergió como si lo hubiera estado espiando y le mostró la última y más reciente reglamentación: tomar mate está prohibido en toda la administración pública y, de paso, le dijo que sería considerado como justa causal de despido en el trabajo privado. Con la arrogancia típica de la autoridad le hizo saber que, muy a su pesar, sería sumariado. 

Después de deambular por las calles de su barrio, pensativo y cabizbajo, desilusionado, Lorenzo terminó en el banco de una plaza. Los chicos jugaban en el arenero, reían con las hamacas y la calesita. A su lado, se sentó, muy tranquila, una mujer que, seguro, cuidaría a alguno de los chiquitos. Ahí mismo fue cuando Lorenzo pensó que no había nada perdido para siempre y tuvo una gran iluminación: 

- La vida es eso que pasa entre mate y mate, sólo hay que volver a cebar una y otra vez. 

Con nuevos aires de alegría le explicó su idea a la mujer, y se explayó en detalles. Mientras se le arrimaba, le preguntó: 

- ¿Tomamos unos mates? 

Fin 

(") 

-"Un mañana a ganar y otros cuentos", 2016, Cooperativa Gráfica del Pueblo, Bs. As.".

"Los cuentos que siguen fueron escritos en otro tiempo, en otros lugares y con un lenguaje diferente al que hoy usamos. En ellos, el extravío social por momentos es el protagonista, como me dijo alguien acertadamente, y hasta uno roza la anti política, en un intento por dar expresión literaria al clima regresivo y asfixiante de lo que fue para los argentinos la segunda década infame. Si bien no reniego de ellos, hoy tampoco los volvería a escribir: cierta ingenuidad inevitable impone ahora una distancia definitiva. Hubo un cambio de época pero también cambiamos nosotros, como en esa canción de Litto Nebbia. Aun así, o tal vez será por eso, los cuentos, en esa distancia, aparecen con voz y forma propias. Estas ficciones fueron pensadas y escritas fuera de cualquier criterio escolar –aunque esto último, en sí, no es malo-, en la búsqueda de andar un camino cuyas vueltas finalmente nos lleven al encuentro con los otros, los trabajadores, los hacedores de la patria, los que están abajo en todas las historias, a quienes, en definitiva, en la lucha por una identidad colectiva y nacional autónoma y autóctona, no les sirve pensar como europeos en el exilio. La escritura por ser una tarea individual debe preocuparse por no ser una actividad solitaria ni estéril, según una expresión utilizada por un antiguo y lúcido ensayista, y expresar, de alguna manera estética posible, la realidad colectiva, los problemas sociales y sus raíces históricas. Por eso, corresponde mi sincero agradecimiento con quienes a lo largo de estos años he compartido experiencias de organización colectiva y han hecho su aporte –¡involuntario por cierto!- para que esto ocurra. También va dedicado a los trabajadores del estado que, víctimas de la mentira mediática, han sido despedidos en forma injusta y antidemocrática en los últimos meses." J.A.

(") Abogado (UBA). Diplomado en Antropología Jurídica (INAH-UNAM, México) y en Derechos Humanos y grupos vulnerables (UAM-A, México). Autor de "Constitución de 1949" (Punto de Encuentro, 2014, segunda edición, 2019).











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