La respuesta es sí, si comulgamos con la angustia, con el sentimiento de frustración ante los sueños idílicos de la modernidad. ¿Quién habría dicho que la revolución rusa terminaría en gulags; la china, en capitalismo de estado; y que tantos partidos de izquierda asumirían el poder como el violinista que sostiene el instrumento con la izquierda y toca con la derecha?
¿Quién habría dicho que la especulación superaría a la producción, y que el valor intrínseco de un ser humano se desplazaría hacia los bienes que posee (y que no se reconoce su valor si no posee bienes)? ¿Quién habría dicho que tantas personas ponderadas erigirían el mercado como un dios al cual le prestan culto, y cuya mano invisible sería capaz de regular el progreso de las naciones bajo la égida de la economía?
Ningún sistema filosófico resiste, hoy por hoy, la mercantilización de la sociedad: el arte se ha convertido en moda; la moda, en improvisación; la improvisación, en agudeza. Las transgresiones ya no son excepciones, sino reglas. El avance de la informatización y la robótica, la googletización de la cultura, la telecelurización de las relaciones humanas, la banalización de la violencia son factores que nos provocan actitudes y formas de pensar pesimistas y provocadoras, anárquicas y conservadoras.
En la posmodernidad lo sistémico cede su lugar a lo fragmentario; lo homogéneo, a lo plural; lo teórico, a lo experimental. La razón delira y, disfrazada de cínica, baila al ritmo de los juegos de lenguaje. Como proclamara Nietzsche, ya “no hay hechos, solo versiones”.
En esas aguas revueltas, muchos se apegan a las “irracionalidades” del pasado, a la religiosidad sin teología, a la xenofobia servil a la Casa Blanca, al consumismo desenfrenado, a las emociones sin perspectivas.
Ya no se buscan grandes relatos, paradigmas históricos, valores universales. Ahora sopla el viento de la “servidumbre voluntaria”, en palabras de La Boétie, y muchos se arrodillan ante los avatares, convencidos de que la ley de la fuerza debe primar sobre la fuerza de la ley.
Para la posverdad, la historia llegó a su fin, y lo que nos resta es adecuarnos al tiempo cíclico. Ahora, el ocio se reduce a mero hedonismo, y la filosofía a un conjunto de preguntas sin respuestas. Lo que importa es la novedad, las candilejas, el invencible Iron Man. Ya no se advierte la diferencia entre lo urgente y lo importante, lo accidental y lo esencial, los valores y las oportunidades, lo efímero y lo permanente.
La estética se hace esteticismo. Y lo que vale es el adorno, la moldura, y no la profundidad o el contenido. Tendemos a ser rehenes de la de la exteriorización y los estereotipos.
Para la posverdad, que se aferra a la razón cínica como Diógenes a su lámpara, ya no hay pensamiento crítico. Prefiere, en este mundo conflictivo, ser espectadora y no protagonista, observadora y no participante, público y no actor.
La posverdad duda de todo. Es cartesianamente ortodoxa. Por eso no cree en nada ni en nadie. Como la serpiente Uróboros, se muerde la cola. Y se refugia en el individualismo narcisista. Se basta a sí misma, indiferente a la dimensión social de la existencia.
La posverdad lo desconstruye todo. Sus postulados son ambiguos, desprovistos de raíces, invertebrados, sensoriales y apáticos. Prefiere el shownalismo al periodismo.
El discurso de la posverdad es laberíntico, descarta paradigmas, y su bagaje cultural coloca en el mismo nivel a artistas y autores clásicos y a arribistas que han alcanzado 15 minutos de fama.
La posverdad no tiene memoria, abomina el ritual, la liturgia, el misterio. Como considera inútil toda pasión, ni ríe ni llora. Su visión del mundo es una colcha de retazos infestada de subjetivismo.
La ética de la posverdad detesta los principios universales. Es la ética de la ocasión, la oportunidad y la conveniencia. Camaleónica, se adapta a todas las situaciones.
La posverdad transforma la realidad en ficción y nos remite a la caverna de Platón, donde las sombras tienen más importancias que nuestro ser, y nuestras imágenes priman sobre la existencia real.
Frei Betto es autor, entre otros libros, de Calendário do Poder (Rocco).
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Traducción de Esther Pérez
Copyright 2019 – Frei Betto -
QUIÉN ES FREI BETTO
El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.
Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.
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