martes, 18 de abril de 2017

LA FARSA DE LA ILUSIÓN, Por Claudio Javier Castelli


Claudio Javier Castelli
El mito del tanguero, es un hombre mayor solo, en un bar de Buenos Aires, tomando una copita de ginebra, echando toda suerte y verdad al alcohol y la nostalgia. Si es en la calle Corrientes mejor. Fotografiado, es una postal para exportación, como el baile aguzado en un abanico de piernas, que el milonguero real no baila; pero el hombre solo, en un bar, piantado de la vida, en la plenitud del espíritu del tango, cuando ya tiene la absoluta convicción, que "veinte años no es nada", es también la postal de la farsa de la ilusión, conque nos engañamos permanente, para volver a desencantarnos, e "inventando otra esperanza para volver a vivir", dice el rock (Nebbia, Sólo se trata de vivir).

Homero Expósito escribió "Loco torbellino", un tango magistral, interpretado por Goyeneche, el final de los versos dice:

"Por qué no hilvana este dolor de mi voz
Si me revuelco en un rincón del pensamiento,
Y hace mi esperanza
de agua mansa que suaviza
la farsa de la ilusión."

La esperanza suaviza la farsa de la ilusión, pero la farsa de la ilusión, es la del mundo real, el que percibimos, aprisionado por los sentidos, las sombras que vemos en la pared del mundo, como en la alegoría de la caverna, en Platón. El tanguero se desencanta de ese mundo real, pero vuelve como nostalgia, y "la nostalgia llovizna desde un cielo vacío" (Carlos Mastronardi). Esa llovizna es la esperanza, que reescribe un pasado y un futuro, donde la farsa, lo grotesco está condenado a repetirse irremediablemente.

La Biblia habla en versículos de Pablo, "El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes" (Romanos 4:18), refiriéndose a la fe de Abraham, cuando la esperanza, digamos, la farsa de la ilusión, se cae como un castillo de naipes, la esperanza se yergue, como castillo inmutable, como las pirámides de Egipto. No sé cuantos tangueros hay creyentes, creo que muchos, pero desde luego, que no es la fe en un Dios necesariamente la esperanza contra esperanza, puede ser la misma esperanza, que renace de la cenizas, como en el famoso poema de Rudyard Kipling: Si, "O contemplar que las cosas a que diste tu vida se han deshecho,y agacharte y construirlas de nuevo,aunque sea con gastados instrumentos!"

Entre nosotros fue José Ingenieros, en "El hombre mediocre", a principios de Siglo XX y siguiendo a Nietzsche, quien hizo de la voluntad un instrumento para toda búsqueda, para toda meta, una voluntad contra voluntad, o esperanza que suaviza la farsa de la ilusión.La esperanza que martilla, como en el mito de Sísifo, la piedra que se lleva hasta la cima, para dejarla caer después, y Camus dibujó como el esfuerzo inútil del hombre, con el pesimismo ancestral de la filosofía francesa como fondo, y el tanguero como personificación de la conciencia de ese esfuerzo inútil.

La Biblia lo dice más claro "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Eclesiastés 1:2). Ese versículo es repetido por Michel Piccoli, en la película "La gran comilona", de Marco Ferreri, en la casa en las afueras de París, donde cuatro amigos, se habían reunido para comer hasta morir. Una de las más grandiosas películas sobre la vanidad de los placeres de la vida.

El tango es pueblo. Individual, porque es la historia de la humanidad, y colectivo porque es la historia de la humanidad. La mezcla de sinsabores de la pasión amorosa, y la mezcla de sinsabores de la pasión política colectiva.

Por suerte, la esperanza, suaviza la farsa de la ilusión. La esperanza no es más que la pasión repitiéndose, como en el mito del eterno retorno de lo mismo.

Por suerte algunos tangueros también tenemos el salto a la fe. Pero si no la tuviéramos, la música entrañable de un bandoneón, de un violín, la voz del "Polaco", cantando "Loco torbellino", reescribe, vivifica, aquello que entrados los cincuenta largos, se empaña del alcohol de los bares de Buenos Aires, en la eterna plenitud de la consistencia de la música del tango.

Claudio Javier Castelli

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