miércoles, 27 de noviembre de 2019

DEMOCRACIA Y VALORES EVANGÉLICOS, Por Frei Betto

En tiempos de Jesús ya estaba sobre la mesa la cuestión de la democracia, aunque en una región distante de Palestina: Grecia. Dominada por el Imperio Romano, Palestina era gobernada por hombres nombrados o aprobados por Roma: el rey Herodes, los gobernadores Poncio Pilatos, Herodes Antipas, Arquelao y Felipe, y el sumo sacerdote Caifás.

Lo que es nuevo en Jesús es que le da a la vieja cuestión un enfoque radicalmente diferente al de sus contemporáneos: el poder, ya objeto de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates. Platón le dedicó al tema su libro La República, y Aristóteles la obra titulada Política.

En el Primer Testamento, el poder es más que una dádiva divina. Es la manera de participar del poder de Javé. Es a través de sus profetas que Javé elige y legitima a los poderosos. A diferencia de lo que sucedía en Egipto y en Roma, ninguno de ellos era divinizado por ocupar el poder. Aunque era un elegido de Dios, el poderoso seguía siendo falible y vulnerable al pecado, como ocurrió en los casos de David y Salomón. No se autodivinizaban como los faraones egipcios y los césares romanos.

Hasta en Grecia, Alejandro Magno, desesperado por mantener centrada en su persona la unidad de sus conquistas, trató de autodivinizarse y exigió que sus soldados lo adoraran.

Jesús le imprimió otra óptica a la cuestión del poder. Para él, no se trataba de una función de mando, sino de servicio. Es lo que afirma en Lucas 22,24-27: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige como el que sirve (…) Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.” Jesús dio el ejemplo al afirmar que “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,41-45) y se arrodilló para lavar los pies de los discípulos.

Lo que condujo a Jesús a invertir la óptica del poder fue la siguiente pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual a injusta? A la liberación de los pobres, respondió, a la curación de los enfermos, al abrigo a los excluidos. Ese es el servicio por excelencia de los poderosos: liberar al oprimido y hacer que este también tenga poder.

El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí mismo, pervierte. El individuo tiende a cambiar su identidad personal por la identidad de la función que desempeña. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su individualidad. Por eso, muchos se aferran al poder, porque hace posible lo deseable. Imanta al poderoso, de modo que atrae veneración y envidia, sumisión y aplausos.

Para que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de nosotros es capaz de hacerlo? ¿Cuál es el párroco que indaga lo que los miembros de su parroquia piensan de él? ¿Cuál el dirigente de un movimiento popular que les solicita a sus dirigidos una evaluación de su desempeño en el cargo? ¿Qué político les pide a sus electores que lo critiquen? Jesús, por su parte, nunca temió preguntarles a sus discípulos lo que pensaban sobre él, y como si eso no fuera suficiente, también se lo preguntó al pueblo (Mt 16,13-20).

La cuestión del poder es el corazón de la democracia. Etimológicamente, democracia significa gobierno del pueblo para el pueblo. No obstante, en la mayoría de los países aún se mantiene es un estadio meramente representativo. Para hacerse participativa, la democracia deberá ser expresión del fortalecimiento de los movimientos populares. Un poder –el del Estado o el de la clase dominante-- solo admite límites y evita abusos en la medida en que enfrenta otro poder: el del pueblo organizado. Esa es la condición para que la democracia base la libertad individual y los derechos humanos sobre la justicia social y la equidad económica. Es falsa la democracia que concede libertad virtual a todos y excluye a la mayoría de bienes económicos esenciales como el acceso a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la cultura y el descanso.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de A mosca azul – reflexão sobre o poder (Rocco).
Traducción de Esther Perez

Copyright 2019 – Frei Betto -

QUIÉN ES FREI BETTO

El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. 

Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.














jueves, 14 de noviembre de 2019

¿QUÉ ES EL GENERAL INTELLECT? ESBOZO POPULAR, CAPÍTULO 4, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Derecho

Recopilación de lo tratado: En los capítulos anteriores hemos visto cómo, en su evolución a lo largo de las décadas y de los siglos, el sistema capitalista emergió del capullo constituido por la sociedad pre-capitalista feudal y fue madurando hasta convertirse hoy en un indiscutible dominador mundial. También hemos narrado cómo fue primero aprovechando y después extinguiendo los restos de sistemas pre- capitalistas todavía existentes (sobre todo esclavista mercantil y feudal), gracias a su capacidad de generar riquezas sin límites. Hemos seguido el curso de éstas hasta descubrir el secreto del aumento de la composición orgánica del capital, basado en la reinversión de la plusvalía, riqueza no remunerada que se les extrae a los trabajadores. 

Repasamos las etapas que el sistema mencionado atravesó en su corta historia de tres siglos: cómo la manufactura, que empleaba técnicas de producción pre- capitalistas en un ámbito nuevo, la gran fábrica, se fue transformando en gran industria al introducir las máquinas en lugar de la producción manual; cómo ese capitalismo maquínico, dispersado en miles incontables de centros fabriles ubicados casi todos en Europa Occidental, sufrió sucesivas crisis de superproducción, después de cada una de las cuales se fue concentrando en grandes empresas capitalistas denominadas monopolios. Vimos también cómo éstos impulsaron una nueva época colonialista, a través de la conquista militar de la periferia pre- capitalista para que sirviera de mercado forzoso y fuente de materias primas al naciente imperialismo monopolista, desencadenando dos horribles guerras mundiales durante el siglo pasado.

Y nos hemos preguntado, como Marx y sus compañeros, si este proceso puede continuar indefinidamente o si existen límites al crecimiento del capitalismo como sistema.

No hace más de treinta años, durante la última década del siglo veinte, los historiadores y economistas fieles al capitalismo como sistema, respondían a esta pregunta con un contundente NO. Eufóricos por el derrumbe casi completo del llamado “socialismo real”, esto es, por la implosión de la Unión Soviética y su periferia de Europa Oriental, contemplaban al capitalismo monopolista liderado por Estados Unidos y sus compinches de Japón y Europa Occidental como el único sistema posible, sede de una sólida civilización que constituía la cúspide indiscutida de toda la historia humana. 

El naufragio soviético no fue comprendido, como explicamos en el Capítulo III, como un intento de modernización sustitutiva que sólo pudo fracasar en términos capitalistas debido a que ésos eran los términos en los que el propio modelo del “socialismo real” se encontraba planteado. Manteniendo un contexto de fetichismo mercantil, dominado por el dinero y el trabajo asalariado, pudo izarse a cierto nivel tecnológico, en base a una estructura económica que podría denominarse capitalismo estatal, sin lograr empero asegurar la propia supervivencia. 

Pero el derrumbe del “segundo mundo” a comienzo de la década de 1990, festejado demasiado apresuradamente por los epígonos del capitalismo en todas las academias y universidades, no constituía una garantía de perduración para el ahora autoproclamado sistema único. Como hemos relatado al final del último capítulo, casi al mismo tiempo que colapsaba lo que el macartismo denominaba “mundo comunista”, saltaba a la vista que el sistema mundial capitalista tampoco se sentía demasiado bien. 

Recordemos que por “fuerzas productivas” Marx se refiere a la combinación de los medios de trabajo (herramientas, maquinaria, tierra, infraestructura, etc.) con la fuerza de trabajo humana (1). 

Este concepto abarca todas las fuerzas que las personas aplican en el proceso de producción (cuerpo y cerebro, herramientas y técnicas, materiales, recursos, calidad de la cooperación de los trabajadores y equipos), incluidas las funciones de gestión e ingeniería técnicamente indispensables para la producción. El conocimiento humano también puede constituirse en fuerza productiva.

En los capítulos anteriores hemos visto que una característica de todas las etapas de la historia del capitalismo es que tales fuerzas productivas tienden a crecer cada vez más rápidamente, mientras que, paradójicamente, el valor de cambio de las mercancías ofrecidas en el sistema tiende a disminuir. Por lo contrario, el valor de uso de cada mercancía se mantiene e incluso mejora cualitativamente. A partir de 1980- 1990 este fenómeno, que sólo se percibía hasta entonces de modo fetichista, como una caída tendencial de la tasa de ganancias en algunas ramas aisladas de la industria, se volvió paulatinamente dominante.

El capitalismo y la red: Hasta entonces, el desarrollo de la maquinaria era considerado por los trabajadores como una amenaza indiscutible, que profundizaba la opresión. Así, a comienzos del siglo XIX, la corriente de los “ludditas” practicaba la furiosa destrucción de las máquinas. Pero dos siglos más tarde, la importancia creciente de la maquinaria en la organización social ha comenzado a mostrar efectos emancipatorios. Veamos cómo es eso.

Marx criticaba a las primeras generaciones de pensadores socialistas y comunistas, como los “fourieristas” y “saint- simonianos”, por ejemplo, que florecieron a comienzos del siglo XIX, como “utopistas”. Este término descalificador procede de la novela “Utopía”, de Tomás Moro, político inglés del siglo XVI. “Utopía” significa “en ningún lugar” y constituye la descripción de un futuro reino imaginario, en el cual una perfecta organización social y un gran dominio sobre la naturaleza permitía a sus habitantes gozar de felicidad perpetua. Durante los siglos siguientes, tales ensoñaciones se reiteraron entre los pensadores europeos. La Revolución Francesa estimuló la aparición de nuevas fantasías, al compás de las esperanzas emancipatorias, alimentadas también por la revolución industrial.

Marx trataba de diferenciarse de estos autores, proponiendo un análisis científico del capitalismo y negándose en general a ofrecer descripciones de la futura sociedad comunista que preconizaba. Así que lo preconizado en el “Fragmento sobre las máquinas” del tomo II de los “Grundrisse…” resulta completamente excepcional en su vasta obra (2).

Pero una noche de 1858, el insomne revolucionario se lanzó a reflexionar sobre el futuro mediato. Interrumpió la ya débil ilación de los “Grundrisse…” preguntándose: “¿Qué pasaría si…?”. 

Marx era consciente de que el capitalismo de su época arrastraba muchos retrasos, muchas rémoras pre- capitalistas. Se daba cuenta de que, aun en esas condiciones, las formaciones económicas como Inglaterra, Francia o Bélgica estaban ya unificadas en redes enormes y complejas (más aún, que tales redes caracterizaban a naciones aún predominantemente feudales, como Polonia, China, etc.). Sin embargo, no en todos los nodos de esas redes se generaba “valor de cambio” (esto es, valor en un sentido marxiano). 

Marx constataba por entonces que la actividad productiva de las fábricas agregaba valor bajo la forma de plusvalía, esto es, trabajo excedente no remunerado, a las mercancías generadas por la industria. La producción agraria también agregaba valor a los cultivos. Pero toda la otra actividad de la nación, esto es, el ejército, la policía, el comercio, la educación, el periodismo, la estructura del funcionariado y el gobierno, sólo reparten el excedente de las riquezas creadas por el campo y la industria.

Sin embargo, su penetrante mirada percibió que esa situación, que en los tres tomos de “El Capital” parece estable y permanente (y así fue y es enseñada en los cursos de marxismo), es un hecho sólo transitorio. Una foto, digamos. ¿Y cómo sería la película?

Hemos visto que la maquinaria se vuelve más y más compleja conforme aumenta la composición orgánica del capital, esto es, la inversión del capitalista en capital constante (maquinarias) respecto de la que realiza en salarios (capital variable). Lo mismo pasa en la explotación agraria. Hoy en día, numerosos nodos de la red social, antaño sólo consumidores de excedentes, rodean cada máquina y cada centro de producción de riqueza agraria y se van incorporando a una red local específica de generación de nuevos excedentes. Los nodos de la red que no producen riqueza, en cambio, se van reduciendo. 

Resumiendo, el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas se basa en un aumento ilimitado de la complejidad de las máquinas y un aumento ilimitado de la complejidad de la actividad de las fuerzas de trabajo. La maquinaria, el medio de producción, adquiere una importancia creciente en la organización social. Pero su manejo requiere asimismo una sólida experticia tecnológica y un enorme conocimiento social por parte de la fuerza de trabajo.

Así llegamos a la situación que empieza a experimentarse en la actualidad en muchos países: el momento post- fordista de la evolución del capitalismo, llamado por algunos el capitalismo tardío, muestra la proliferación de nodos complejos articulados alrededor de núcleos productivos y empleando una enorme cantidad de fuerza de trabajo muy educada, tanto en humanidades como en ciencia y tecnología. Esta modalidad que comenzó en los países capitalistas centrales, viene extendiéndose por las naciones periféricas. 

El modelo fordista de organización del trabajo en la fábrica, piramidal y autoritario, con gerentes, capataces y operarios, viene mostrándose cada vez menos apropiado para esta nueva modalidad capitalista. La base computacional de los nuevos núcleos productivos además requiere de una fuerza de trabajo educada y conectada en red. A este nuevo tipo de fuerza de trabajo, organizada horizontalmente, que regula su propio trabajo (y no se ve organizada por el patrón o el capataz) es a quien Marx denomina “General Intellect”. Las “máquinas” a las que Marx se refiere en el “Fragmento…” no son otras que las computadoras y robots que campean en nuestras fábricas contemporáneas. 

En el tomo II de “El Capital”, Marx hace referencia al “Capital Fijo” en la circulación del capital. Se trata de objetos que, participando en la misma, duran varios ciclos productivos gastándose poco a poco (a diferencia del “capital circulante” que se agota en un solo ciclo productivo, como las materias primas). En ese sentido, una máquina constituye “capital fijo”, a la vez que constituye “capital constante” desde el punto de vista de la producción. Lo novedoso aquí, en el mundo post fordista, es que el “General Intellect”, que antaño constituía como “fuerza de trabajo” el capital variable en la producción, ahora forma una parte del capital fijo en la circulación del capital, sin dejar de ser capital variable en la producción (3). 

Durante mucho tiempo se interpretó que Marx, implícitamente, refería el surgimiento del General Intellect a una etapa futura de madurez del propio comunismo. Sin embargo, nada hay en el texto marxiano que indique eso. Actualmente, la vida misma ha saldado cualquier discusión. La digitalización de la vida cotidiana, la automatización extrema de las fábricas, el empleo generalizado del teléfono celular muestra que el General Intellect se ha impuesto sin ruido en el seno del capitalismo tardío. 

Referencias bibliográficas

(1) Probablemente derivó el concepto de “fuerzas productivas” de la referencia de Adam Smith a los "poderes productivos del trabajo" (véase el capítulo 8 de “La Riqueza de las Naciones”, 1776). El economista político alemán Friedrich List, por su parte, también menciona el concepto de "poderes productivos" en “El Sistema Nacional de Economía Política” (1841).

(2) Otra de las raras oportunidades documentadas en que Marx describió aspectos de la sociedad futura que preconizaba, está en la “Crítica del Programa de Gotha” de 1864, seis años después de abandonar la escritura de los “Grundrisse…” y lanzarse de lleno a la redacción del tomo 1 de “El Capital”. En aquel escrito, Marx ofrece las célebres consignas que caracterizarían la primera fase del comunismo, esto es, del “socialismo” (“de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo”), que la diferencia de la fase superior del comunismo, llena de riqueza y de sabiduría (“de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”). 

(3) La traducción de este párrafo crucial es la siguiente: “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, “mulas” automáticas [máquinas de hilar y de tejer], etc. Éstos son productos de la industria humana; material natural transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana: el poder del conocimiento, objetivado. El desarrollo del capital fijo indica en qué medida el conocimiento social general se ha convertido en una fuerza directa de producción, y en qué medida, por lo tanto, las condiciones del proceso de la vida social en sí han quedado bajo el control del General Intellect y se han transformado de acuerdo con eso; hasta qué punto se han producido los poderes de la producción social, no solo en la forma de conocimiento, sino también como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso de la vida real”. (Karl Marx, “Grundrisse…”, 1858). 

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".