domingo, 26 de septiembre de 2021

DE ABOGADOS Y OTRAS AVENTURAS POR EL ESTILO por Claudio Javier Castelli

 




Frecuentemente nos preguntábamos porque nos gustaba tanto Hegel; tuvimos la respuesta: en que trata de unir lo abismoso lejano con lo abismal de lo cercano.

Lo cercano cuando no es fruto del prejuicio es obra del azar. 

Y el azar es la verdadera “astucia de la razón”.

Y esa razón no se puede asir.


Estamos en problemas.




Los empecé a descubrir trabajando en juzgados criminales y atendiendo a los abogados en las mesas de entradas; había algunos que siempre pedían hablar con nosotros –aunque no llevara su caso-, eran aquellos a los cuales, el establishment tribunicio despectivamente les llamaba –y llama- “saca presos”. Algunos siempre tenían aventuras que contar, y eran –y son- generalmente de una vida bastante bohemia. Se parecían al famoso “Petrochelli” que la televisión de los setenta había popularizado aquí - vivía en una casa rodante, nunca podía terminar de construirla o nunca quiso-

Ese tipo de abogados no tenía prestigio profesional y no les importaba un comino.

Había otros que los empleados disputaban por llevar su caso: eran los “prestigiosos”. Había cierta razón en eso, pues algunos eran maestros de la profesión y del derecho.

A esos maestros también tuvimos el privilegio de atenderlos en algunos casos; David Baigún, Julio Maier, Alberto Binder y otros juristas encumbrados. Eugenio Raúl Zaffaroni era Juez.

A lo mejor la tarea para los penalistas sea tratar de unir el espíritu de esos cuatro.

No va a ser tan fácil como se cree, aunque haya un hálito común.

Había otros prestigiosos, no maestros, que atendíamos con cautela. No sabemos bien por qué. No nos cerraban del todo. Tal vez porque les exigíamos que fueran maestros, y que no hicieran trampa con lo que se decía de ellos en los despachos y las oficinas.

La realidad siempre es mas virulenta que los rumores acerca de ella, en general eran mas humanos que nada, y muchos no daban con la talla vaporosa que se les endilgaba.

Nos llevó a preguntarnos ¿Qué es el prestigio? Tuvimos una seca respuesta:  Una telaraña brillosa, detrás de la cual solo hay mercancía, intereses económicos con los cuales se lucra; en definitiva no es más que prestigio burgués.

A esos burgueses del prestigio los conocímos muy bien en los tribunales -y en la vida -. Sabemos cuando utilizan el “prestigio” “como un garrote vil”, o una cucarda para obtener favores.

No nos “engañan con cuatro mentiras los maracanases que vienen del pueblo a elogiar divisas ya desmerecidas y hacernos promesas que nunca cumplieron”.

Conocímos a Carlos Cruz - Pte. De la Unidad de Información Financiera- en los años ochenta, en la cátedra de derecho penal del doctor David Baigún, en la Facultad de Derecho de la UBA. Su función principal allí era la política intrafacultad; era profesor adjunto, así como el escriba.

En los seminarios de cátedra poquísimas veces escuchamos su voz, recuerdo sí a Maximiliano Rusconi, Gabriela Baigún, Zulita Fellini, Alberto Binder, la del escriba y varios otros y otras, pero no recordamos las de Carlos Cruz.

Elucubrábamos que se debía a que pensaba mucho o bien a que no tenía nada que decir.

Esto último se nos confirmó cuando mas de treinta años después volvimos a trabajar juntos en la Unidad de Información Financiera.

Generosamente nos ofreció ser Director de Litgios Penales – el escriba iba a la UIF con otra función- y aceptamos el convite.

Desde un principio el escriba cumplía la función de asesor privilegiado.

¿Qué ocurrió después?

Las reuniones iban y venían, ordenes y contra ordenes, pedidos de informes internos y pedidos de informes internos que nadie leía. Poco trato con el personal del organismo, decisiones hacia afuera de la UIF, que nunca se adoptaban.

El escriba llegó a pensar que Carlos Cruz para tomar una decisión tenía que consultar al “Instituto Gioja”, de la Facultad de Derecho de la UBA, para que allí se hiciera un seminario que concluyera cual era el camino correcto en un Organismo del Estado. Como si esto fuera difícil en un gobierno peronista.

Una querella, la primera que hicimos en la gestión, que tenía que salir en febrero de 2020, pudo presentarse recién en Junio, y luego de una insistencia desmedida del escriba.

Ya no nos gustaba tanto.

El único regimen posible en un Estado Social y Democrático de Derecho para administrar un organismo público es la Delegación, confiando en los Directores, sus creaciones permanentes y actividad continua, siguiendo claro, los lineamientos del Presidente de la UIF, enmarcados dentro de la política ciminal del Estado, y los estándares internacionales en materia de lavado de activos.

Pero el Presidente de la UIF eligió la Concentración, todo en el presidente, controlar hasta el último papel que entra en el organismo, contestar oficios, toda la actividad del organismo.

La Concentración para administrar un Organismo Público, con más de 300 personas, es propia de regímenes autoritarios y personalidades por el estilo.

El resultado fue la parálisis de la UIF, que se hizo pública con los audios del escriba que había mandado a tres abogados adláteres de Cruz y responsables tambien de llevar a término esa política concentradora de la decisiones y absolutamente incompatibles con el sentido común para ordenar un organismo, que había sido espadachín principal del “lawfare” en los años macristas.

Nada tuvimos que ver con la publicación de esos audios y nada secreto hay en ellos porque se tratan de políticas de gestión pública.

Además, según las leyes dejadas por el macrismo, la Dirección de Litgios no integra las direcciones que administran el secreto de la UIF y esas leyes no fueron alteradas.

Nos cansamos de recomendar decisiones, acompañar querellas criminales, proyectos de denuncias, pero todo tardaba “un siglo”.

Pero un compañero peronista, o por lo menos nosotros, no ocupamos un cargo en la función pública para distraernose de la función esencial de defender la patria y los trabajadores.

Fuimos despedidos el 2 de Julio de 2021, con acusaciones falsas, nulas de nulidad absoluta, sin un peso de indemnización y hechas con abuso de poder que es un delito en un funcionario público.

Fuimos desvinculados mucho antes de la resolución de Ercolini con Paolo Rocca, y de haber estado, por supuesto que hubieramos apelado. 

A casi tres meses de mi retiro no se designó a nadie en mi reemplazo, y tampoco en otras Direcciones a un un año y ocho meses de llegar a la UIF:

Vemos hoy que se ha despedido un funcionario no macrista de parecida manera y con acusaciones falsas y atribuyendo responsabilidade que caben a la máxima autoridad de la UIF.

Es que administrar la cosa pública con la Concentración absoluta trae estos desmanes y desaguisados. Nadie puede estar en todo y menos si se abusa de los requerimientos internos a las cabezas de esas direcciones o quienes quedan, y les impiden atender con decisión los problemas específicos de cada Dirección.

Si toda decisión la toma el presidente nadie sabe que es importante y qué no porque es impredecible el capricho del príncipe, con mayor razón cuando se han dado instrucciones específicas que despueds se diluyen por contraordenes o decisiones contrarias.

Lo raro, lo paradógico, es que a todos los ex funcionarios que fueron cómplices del lawfare se los ha indemnizado con sumás abultadísimas y que podrían haber sido evitadas con instrucciones sumarias- así se lo recomendamos - para las cuales hoy se es tan generoso con los compañeros atribuyendo causalidades falsas y hasta imposibles de atribuir a otro cuando la concentración impera como régimen, y es el propio presidente de la UIF el responsable.

En dos años se hace la calificación del Gafi (Grupo de Acción Financiera Internacional), en Argentina.

No es a la UIF a los únicos que hay que calificar, pero sí el organismo más importante en materia de lavado de activos en la argentina.

Si se llega al 2023 con esta forma de administrar la UIF es previsible el resultado que tendríamos.

Ya no es solo el prestigio de Carlos Cruz sino el prestigios de la Argentina en materia de lavado de activos.

Para el escriba el prestigios de Carlos Cruz ya lo puso en juego, y era como advertía en los tribunales de aquellos abogados a quienes se les endilgaba mucho, y eran tan humanos, tan tecnicamente humanos, tan infinitésimamente humanos, que tenían pies de barro.

Siempre recordaba, en aquel entonces la frase tanguera : “la fama es puro cuento”.-



Claudio Javier Castelli

26 de Sepitiembre de 2021.

San Telmo































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viernes, 17 de septiembre de 2021

LIBERTARIOS (3) FUNDACIONES YANQUIS, ANTI-POLÍTICA Y FREAK STYLE por Miguel Mazzeo

 



Para los libertarios una teoría simple, con tonos conspirativos, explica las causas de la fealdad del mundo, identifica amigos y enemigos: mercado y Estado, sector privado y sector público, contribuyentes y subsidiados, frugales y derrochadores, trabajadores y vagos. El mundo es feo porque la “gente con iniciativa”, la “gente que se esfuerza”, los “contribuyentes”, en fin: la “gente común” y “el hombre sencillo”, no acceden al premio del consumo, el bienestar y la prosperidad material, porque hay “villanos” que interfieren y hacen que el “esfuerzo” y el “mérito” no sean una garantía para lograr la meta: el Estado con sus impuestos, sus regulaciones, sus burocracias políticas y administrativas que no entienden el mecanismo automático del mercado; el Estado con su “gasto innecesario”, con su vocación por sostener a empresarios “marginales” e “ineficientes” y a la fuerza de trabajo “menos capacitada”.


Los libertarios afirman que si se dejara de mantener a los políticos y a otras castas parasitarias, si se eliminaran todos los subsidios, los contribuyentes dispondrían de muchos más medios para adquirir más mercancías. Es evidente que sobredimensionan deliberadamente los costos de la burocracia política y administrativa. Como el resto de la derecha maniobran sobre el mal sentido del sentido común que está diseñado para producir la “indignación” masiva por el salario de un diputado rimbombante o un oscuro concejal y no por las diversas formas de la renta capitalista, por el contrabando a gran escala o por el endeudamiento externo, para nombrar solo algunas pocas situaciones significativas. Intentan capitalizar las condiciones generadas por la cultura de masas y su agobiante empirismo, por la sociedad del espectáculo, por el imperio de lo superficial y lo contingente en la política, en fin: por el “olvido” impuesto a las clases subalternas y oprimidas respecto de la dimensiones relacionadas con la totalidad social, con el poder y con el futuro.

Entonces, con planteos de ribetes pseudo “honestistas” y con aires de tecnocracia virtuosa, los libertarios buscan capitalizar el enorme déficit de la democracia delegativa mientras generan la ilusión de que son ajenos a los aparatos políticos tradicionales y a sus lógicas. Se presentan como algo diferente a los cuerpos políticos extraños. Aprovechan la crisis de representación para representar. De esta manera, logran avanzar en una politización de lo antipolítico. Se convierten en un canal político e ideológico reaccionario del fervor antipolítico de una parte de la sociedad argentina.


También la mismísima Nación puede aparecer como parte del “campo enemigo” –aunque no todos los libertarios lo reconocen abiertamente– dado que sus principios aglutinantes resultan onerosos. En fin, la única “comunidad” en la que creen es la “comunidad del dinero”. Por supuesto, también creen en las “comunidades de negocios” y en las “comunidades” generadas por las redes de fundaciones para “la libertad” y otras con nombres por el estilo dispersas por casi todos los países de Nuestra América pero con una especial predilección por Argentina y Brasil. Cabe señalar que la fundación “madre” de todas las fundaciones libertarias actuales es la Atlas Economic Research Foundation presidida por el argentino Alejandro Antonio Chafuen, vinculada al mismísimo Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Así de simple y cínico es el mundo libertario. Con menos meandros y alambiques que ese “mundo progresista” que considera que una “política popular” se reduce a la ciudadanía liberal, a la administración de la subsistencia de los y las pobres, a una cuestión impositiva o al reparto (en comodato) de algunas hectáreas de tierras fiscales a un par de familias campesinas.

El mundo libertario tiende a ser mucho más realista y radical y, aunque resulte terrible, mucho más seductor para algunos sectores de la sociedad. Entre otras cosas porque los libertarios, sin disimular sus prejuicios egoístas, sin ahorrarse ninguna crudeza, rechazan las soluciones esquizoides que el mundo progresista promueve a través de la opción por los significantes anacrónicos del capitalismo; significantes “reformistas”, “fordistas” y otros similares que están en crisis desde hace unos cuantos años. Por ejemplo, los libertarios militan el extractivismo y la exclusión, jamás se les ocurría plantear un “extractivismo con inclusión”. Para los libertarios toda idea de justicia social remite lisa y llanamente a la caridad. A diferencia de lo que ocurre en el mundo progresista donde muchas veces se busca darle un barniz de justicia social a prácticas de fondo caritativo. Los libertarios asumen la faz impiadosa del capitalismo y no pierden el tiempo tratando de construirle unas máscaras humanas. Los libertarios son “clasistas”, su proyecto se identifica con las clases dominantes y no hay espacio para las conciliaciones.


Aunque los libertarios expresen la voluntad de profundizar una tendencia real y concreta del mundo, su particular “estilo” los muestra como intentado rehacerlo. El grado de exageración es tan alto que los libertarios parecen anormales y contraculturales.

No es casual, entonces, que los principales referentes libertarios sean personajes mediáticos, deliberadamente construidos. Bizarros, bien entrenados en el arte de injuriar, utilizan el arrebato y el insulto como recurso simplificador. El debate no les interesa en absoluto. Son performers televisivos de la sacralidad del mercado. Sin embargo, discusivamente, los libertarios rompen con la monotonía del gris de la política reducida a la gestión de lo que hay.

La convicción empresarial que alimenta la ilusión del individualismo propietario, la apología de la especulación y la explotación, arrasa con la inconsistencia de los balbuceos liberales o populistas (esto últimos considerados, claro está, en términos absolutamente distintos a los de los libertarios, cuyos paradigmas no están en condiciones de diferenciar lo populista de lo popular). Los libertarios rompen, pues, con las propuestas inmediatistas. Rompen con el discurso promedio.

Porque los libertarios (y otros grupos fascistizantes) no convocan a una felicidad de opereta, convocan a matar o morir en el mercado. Y cada vez importa menos que la contienda sea terriblemente desigual (algo que ya se sabe de memoria). Esa certeza ya no le resta credibilidad a un llamamiento que igual puede resultar tentador para quienes se aferran con uñas y dientes a un pequeño “privilegio” (por ejemplo: ser hombre, más o menos blanco, relativamente instruido, de clase media baja) y quieren hacerlo cotizar frente a quienes no lo tienen. Los libertarios no solo interpelan a yuppies, ceos o empresarios sino también a quienes pretenden erigir una aristocracia a partir de una ventaja miserable y a los que, desprovistos de cualquier ventaja, están hastiados de las agonías diferidas. Se trata de un llamamiento que, en un sentido más general, viene siendo atractivo para alguien que está cansado de soportar este mundo pero está absolutamente descreído de la posibilidad de otro. Este tipo de convocatoria es la que les permite a los libertarios captar la energía molecular del deseo de una parte de la sociedad argentina.


El mundo libertario no tiene, por ahora, un mundo emancipador/revolucionario con el que confrontar, por lo menos no uno coherente y masivamente identificado y vivenciado. En los últimos años, el radicalismo político pasó a ser un atributo de la derecha. La izquierda parece dormida, conservada como feto en frasco de formol, incapaz de producir coyunturas y de plantear alguna iniciativa en el terreno de las luchas (que siguen siendo fragmentadas y discontinuas). Lo que demuestra que las contradicciones, por sí mismas, no producen alternativas ni conciencia antagonista.

Los libertarios dicen que vienen a acabar con la vida repleta de frustraciones de las clases medias (especialmente en sus estratos más castigados y empobrecidos). Dicen que vienen a barrer con la angustia que genera la fealdad del mundo. Y aseguran tener la clave para embellecerlo. Consideran que la sociedad capitalista es un paraíso que, en la Argentina, padece un régimen de ocupación. Y proponen liberarlo. Si bien su discurso se centra en la lucha contra la “ocupación” del Estado como principal instancia reguladora, su verdadero enemigo es el trabajo: las posiciones que el trabajo todavía conserva y el poco Estado que aún lo ampara legal y políticamente. Porque, no lo olvidemos, los libertarios sostienen que esas posiciones del trabajo y del Estado (absolutamente defensivas) expresan diversos grados de “explotación” del trabajo (y el Estado) sobre el capital. Los libertarios son una especie de policía de los valores de cambio, una policía cebada y lanzada a perseguir a los valores de uso.

Podría decirse que los libertarios actuales constituyen, en buena medida, una “subcultura” con una buena estrategia publicitaria. Su función es más ideológica que política. Atentos a los códigos de época que celebran la rareza inofensiva (estilo freak), han construido un lenguaje y un formato relativamente masivos basados en una receta tan sencilla como eficaz: 1) La economía del pensamiento y la renuncia explícita a cualquier mirada profunda, crítica y sensible de la realidad. Todo rigor conceptual se considera artificiosidad. Todo sentimiento humano se considera pusilanimidad. No se trata de entender, sino de creer en las recetas de los “ganadores”. 2) Una apelación permanente a la retórica burguesa de la heroicidad y al prototipo del héroe burgués defensor de los y las contribuyentes. Pero, este caso, se trata de héroes poco esbeltos y sin mandíbulas volitivas: “héroes raros”. Esta apelación se expresa en el recurso a figuras políticamente incorrectas, freakys despeinados, eruditos apasionados y viscerales, invariablemente patéticos, que se plantan frente a las cámaras como posesos y claman venganza. 3) Un corrimiento deliberado y diáfano hacia uno de los polos (en este caso el más reaccionario) del escenario político; esto es: la abierta identificación con la derecha y la ultra derecha y la consiguiente ruptura con la moderación Zen, el juste-milieu y todas las inconsistencias típicas del liberalismo democrático.

Continuará…

Lanús Oeste, 9 de junio 2021

domingo, 5 de septiembre de 2021

LIBERTARIOS (2): LA HORA DEL SUPER CAPITALISMO por Miguel Mazzeo

 



"No la libertad como algo asociado al privilegio y viciada de raíz, sino la libertad en tanto que derecho prescripto que se extiende más allá de los estrechos límites de la esfera política, a la organización íntima de la sociedad misma”.

Karl Polanyi, La gran transformación


Los libertarios son la furia desatada del interés privado y de los derechos de propiedad individualizados. Proclaman la hora del super capitalismo. Quieren  liberar al proceso de acumulación de capital de toda instancia de regulación estatal, sacudirlo de cualquier modalidad ajena a la maximización del beneficio. Vinieron a proponer una idea de la libertad en su máximo grado de abstracción: la libertad rebosante de ideología capitalista, triturada por la alineación universal. De paso, arruinaron una de las palabras más bellas de la lengua castellana.


Vale recordar lo que Karl Marx decía de la libertad en el marco del sistema capitalista: “…no se trata, precisamente, más que del desarrollo libre sobre una base limitada, la base de la dominación por el capital. Por ende este tipo de libertad individual es a la vez la abolición más plena de toda libertad individual y el avasallamiento cabal de la individualidad bajo condiciones sociales que adoptan la forma de poderes objetivos, incluso de cosas poderosísimas; de cosas independientes de los mismos individuos que se relacionan entre sí…”.[1]


Claro está, las condiciones y poderes objetivos impuestos por el capital (el peor liberticida del que se tenga memoria, el más truculento de todos) no cuentan para los libertarios, por el contrario, para ellos el límite a la libertad individual está en todo aquello que no permite el despliegue ilimitado y desenfrenado de esas condiciones y esos poderes objetivos. Y es que, para los libertarios, el capital no es un poder separado de la comunidad (y vuelto contra ella).


Los libertarios quieren acabar con el principio de subsidiariedad, así lo exige otro principio que defienden a capa y espada: el del lucro indiscriminado. Ansían el poder sin responsabilidad. Abogan por la irresponsabilidad empresaria, social. Quieren una economía sin política. A diferencia de otros sectores de la derecha liberal (y del universo teórico neoclásico) no se escudan en la ética abstracta del capital: directamente se burlan de la ética. Consideran que el capitalismo funcionaría mucho mejor sin los “pesados lastres éticos”. Aunque no dejen de invocar viejas fórmulas como un mantra, están absolutamente convencidos de que el horizonte del “interés general” es una farsa a erradicar. En el fondo, ninguno de ellos cree que el interés individual pueda contribuir al bien común. Para ellos “lo común” es un espacio abierto a los procesos de apropiación privada, mercantilización y monetización. Para ellos no existen fines sociales y/o geopolíticos.


En ciertos sentidos, los libertarios son absolutamente transparentes. Son soldados de la desigualdad, la depredación, la impiedad. Repudian el asociativismo, la cooperación y la solidaridad (sobre todo la de los y las de abajo). Justifican abiertamente el dominio despótico del capital y el maltrato al trabajo y a la naturaleza, militan la mercantilización más grosera. Se oponen a los que consideran “sentimentalismos” y a las políticas públicas “caritativas”. Saben cabalgar todas las tendencias descolectivizantes. A través de ellos, la derecha comienza a abandonar las retóricas de la neutralidad y la no confrontación.


Los libertarios buscan exceder el horizonte del monetarismo neoliberal y de las políticas “del lado de la oferta”. Pretenden ir más lejos todavía.


El trasfondo de esta especie de porno-capitalismo, de esta convocatoria a una orgía burguesa, es un brutal autoritarismo (apenas disimulado) que puede llegar al punto de negar el derecho a la existencia de todo aquello que no cabe en sus patrones dogmáticos: una versión moderna y “mercantil” del fascismo, un fascismo de “amplio espectro” que, en la Argentina y en otros países, viene generando un campo de empatía que está más allá de los acuerdos entre los grupos más ideologizados. Ahora bien, desde sus emplazamientos ultra-reaccionarios, los libertarios operan en una fisura real de nuestra sociedad y rozan una verdad política. Maniobran sobre los núcleos de mal sentido del sentido común. La distopía que proponen no adolece de irrealidad, es decir, posee algún grado de concreción, habita muchas subjetividades, mora en diversos microcosmos oscuros de la sociedad.    


La presencia actual de los libertarios, el eco que sus propuestas encuentran en una parte de la sociedad, pueden verse como un emergente de la crisis del sistema capitalista, pueden considerarse como una de las tantas manifestaciones de la crisis civilizatoria global, exacerbadas en tiempos de pandemia.


Los libertarios son una de las expresiones ideológicas del hipercapitalismo que más ha crecido en los últimos años. Pero este crecimiento guarda relación con las situaciones que la misma desregulación del capital ha generado en las últimas décadas: con todo lo que los pueblos retrocedieron en materia de bienes comunes, con el avance de los modelos extractivistas y las formas de acumulación por desposesión, con la consolidación de mecanismos verticales de gestión. Cabe señalar que estas situaciones no fueron revertidas sustancialmente por los “gobiernos progresistas”, más allá las innegables reparaciones que alentaron en diversos campos. Entonces, los libertarios no irrumpen precisamente en un contexto de fuertes regulaciones al capital, en el marco de una correlación de fuerzas favorables a la clase trabajadora. O sea, son la expresión de un poder que hace tiempo se ha desatado.


Asimismo, su crecimiento se puede vincular con el éxito del sistema en la “fabricación” de individuos estandarizados (“ultra-racionalizados”, formateados geo-culturalmente), pero también con el agotamiento de otras políticas (“de centro”, “reformistas”, “populistas”, “de izquierda”) que navegan en el marco del orden establecido y que resultan complementarias del mismo; políticas que en los términos de Félix Guattari,[2] no producen “territorialidades de reemplazo”, o que, en términos gramscianos, no se proponen construir subjetividades, sistemas y bloques contra-hegemónicos (o que no logran dar pasos firmes en pos de esa construcción).


De este modo, la presencia de los libertarios, no deja de ser, también, el signo de un enorme vacío político e ideológico y de un achicamiento (o un “adormecimiento”) de los espacios de retaguardia popular (materiales, sociales, culturales, simbólicos); un signo de la pobreza política (más que teórica) del “progresismo” y de la izquierda anticapitalista.  


Porque los libertarios crecen a medida que aumenta la inviabilidad de todo “capitalismo social” y de toda política “humanizadora” de las relaciones sociales asimétricas, a medida que el desarrollo histórico achica el margen para el “capitalismo reformista”, a medida que las supuestos proyectos nacionales y populares se reducen cada vez más a la gestión del estado de cosas existente y se limitan a una “mediación” entre los poderosos y los perdedores: una mediación que reproduce esa relación, poniéndole, en el mejor de los casos, algún freno a la voracidad de los poderosos, pero conservando a los perdedores en esa condición.  


Los libertarios crecen a medida que la izquierda anticapitalista (cultivando estilos apolíneos) gasta sus días en prácticas fragmentadas, testimoniales o conmemorativas, a medida que las dirigencias de las organizaciones populares y los movimientos sociales piensan burocráticamente en administrar la gobernabilidad más que en organizar el conflicto. ¿Qué pasará cuando entre en erupción la bronca acumulada?


Por obra y gracia de los libertarios, la derecha comienza ocupar el espacio de “lo diabólico”, de lo contestatario, de lo culturalmente subversivo, de lo que rompe con la moderación del discurso político promedio (ya sea en su formato neoliberal o neo-desarrollista). Además, los libertarios no invocan su idea individualista de la libertad como si se tratara de un proyecto a futuro, convocan a ejercerla aquí y ahora (o celebran ese tipo de ejercicios). Intentan traducir el egoísmo en política. Esta postura les permite desarrollar capacidades de agitación del malestar social.


Frente a inviabilidad de las alianzas neo-ricardianas entre capital industrial y sindicatos, frente la quimera del un “capitalismo con rostro humano”, los libertarios responden con la apología a la renta terrateniente, inmobiliaria, principalmente financiera. Actúan como la vanguardia ideológica de la nueva derecha.


Los libertarios quieren resolver la crisis sistémica profundizando cada una de sus causas estructurales, ya no administrándola o prorrogándola. Su estrategia se basa en el desarrollo de las anomalías del capital sin más dilaciones. Su propuesta, cruda, rabiosa, carece de artificios. A diferencia de los viejos liberales, no apelan a unos supuestos “valores espirituales”. Pregonan un capitalismo sin atenuantes.


Los libertarios son la expresión del capitalismo desenfrenado y dionisiaco, del “espíritu animal del empresario ansioso de beneficio”.[3] Son la ebriedad y el éxtasis de mercado. Son la irracionalidad más poderosa. Son la versión más exagerada de la tendencia “normal” de nuestras sociedades neoliberales, una tendencia orientada a reconocer a los valores de cambio como los únicos organizadores posibles de la producción de valores de uso. Una tendencia autodestructiva de la civilización del capital pero que nos arrastrará a todos y todas sino somos capaces de desarrollar un sistema alternativo.


Aunque los grupos y las figuras actuales del abanico libertario se desgasten y se extingan en poco tiempo (después de un fugaz momento de gloria), no conviene considerarlos una secta efímera; aunque parezcan estancados en el estereotipo o en la parodia, lo que en verdad importa es el sentido de la tendencia histórica, y el papel que juegan en esa tendencia: arietes del proyecto de una derecha cada vez más “republicana” y menos democrática o, directamente, antidemocrática; minoría activa en torno de la cual puede llegar a gestarse una “cultura militante” de la derecha en un sentido más amplio.


Todavía no han surgido las fuerzas políticas que, desde las posiciones del trabajo, desde los muchos y variados espacios comunales y resistentes, den cuenta de esa misma crisis sistémica y propongan vías para superarla, desde cristalizaciones desalienantes, desde cosmovisiones alternativas, con métodos radicales y con igual crudeza, a través de la eliminación definitiva de sus causas. Porque ese parece ser el gran dilema de nuestro tiempo: profundización o eliminación de las causas estructurales de la crisis sistémica.


Continuará…


Lanús Oeste, 1º  de junio 2021.


[1] Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858, Tomo 2, México, 2002, p.169.


[2] Véase: Guattari, Félix, Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2018.


[3] Harvey, David, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Quito, Traficantes de Sueños, 2014, p. 39.


Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2021/06/04/libertarios-2-la-hora-del-super-capitalismo/