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sábado, 9 de mayo de 2020

PARA EPCT, SANAS Y LIMPIAS: Las cárceles y COVID Por Pedro Cazes Camarero(")




El poder judicial moderno fue creado en el siglo XVIII casi a la vez, en Europa occidental y en los Estados Unidos. Los “padres fundadores” norteamericanos, con gran sinceridad, reconocieron que una gran parte de su función consistía en morigerar el carácter sumamente democrático que la constitución le reservaba al poder legislativo, a fin de que las grandes fortunas y los bancos no viesen recortados sus privilegios económicos por la decisión de los representantes de las mayorías. Por el escaso carácter democrático de la procedencia de los jueces, cuya selección nepótica y de clase resulta desde entonces irrefutable; por su exclusivo procedimiento de convalidación por la más reaccionaria de las cámaras, el senado, y no por el voto popular; y por la naturaleza feudal de la duración ilimitada de la permanencia en sus cargos, los jueces constituyen el epítome de la salvaje autocracia capitalista, recubierta del terciopelo hipócrita de las garantías constitucionales. Agreguemos que, a partir de la reforma judicial de la Francia dieciochesca, los jueces terminaban su relación con el reo cuando lo condenaban, y el cumplimiento de la pena pasaba a manos de la autoridad administrativa, el poder secular como lo llamaba la Sagrada Inquisición, institución feudal que sin embargo decoró al derecho romano con algunas de las prácticas que todavía adornan la pena y el castigo. 

El escaparate interminable del mercado capitalista con sus infinitas invitaciones al deseo, concomitante con la prohibición absoluta de la apropiación de tales objetos a quienes carecen de la hipóstasis de las relaciones entre humanos que es el dinero, que son la mayoría, genera una tensión que es regulada a través de la ley constitucional y penal, o sea, de las tres cuartas partes de la normativa en el actual sistema. Sumemos el hecho de que en la constitución el derecho a la propiedad es efectivo, pero los derechos a la salud, la educación, el trabajo, la vivienda y hasta la libertad son mayormente declarativos. Por ello frecuentemente la intimidación estatal penal falla y lo más intrépido de cada generación, empujado más por el deseo ideológicamente construido que por necesidades estrictas, se lanza a violar el mandato: la gente roba (también mata, viola, compra y vende droga, estafa, contrabandea, etc. etc.; pero todo ello constituye la letra chica del código). Básicamente, roba. 

Como marcaba Foucault, para cada castigo hay un castigador y el estado capitalista para ello posee una estructura administrativa: las cárceles. Habían cárceles y ergástulas en el pasado precapitalista (esclavista, feudal), pero constituían etapas fugaces entre el delito y la pena física de garrotazos, mutilaciones, torturas y otras prácticas punitorias, en especial la reducción a la esclavitud, conocida como “galeras”, esto es, actividades de servicios obligatorios al estado (remeros de embarcaciones, minería e incluso servicio militar). Los prisioneros rara vez pasaban largos plazos en las cárceles del estado (a excepción de los encarcelados de origen noble por violación de la normativa religiosa). La cárcel capitalista es otra cosa. 

La normativa penal argentina (y latinoamericana) no se aleja en ese sentido de la europea (es un poco menos parecida a la norteamericana). Se afirma que las cárceles son para seguridad y no para castigo, se habla de reeducación y se exige que sean sanas y limpias. Se supone que, entonces, se ha erradicado para siempre la tortura judicial como mandó la Asamblea de 1813, y la privación de la libertad constituye básicamente la única pena, regulada en lo esencial por la duración. Los derechos de los penados (a excepción de la libertad ambulatoria, de elegir y ser elegido y del manejo de su patrimonio) no deberían ser afectados. Sabemos que esto es completamente falso y que, al momento de transferir los reos al brazo secular, se los coloca indefensos bajo una autoridad administrativa que comete sobre encausados y condenados sin distinción toda suerte de tropelías. 

Así la “pena” se desplaza hacia el castigo, inexistente en la legislación, y el “castigo” hacia la crueldad y encarnizamiento psicofísico (torturas y tormentos) que están prohibidos explícitamente, constituyen en sí mismos delitos y, lejos de ser excepcionales, se convierten en la rutina de todas las cárceles. El castigo no es la pena justa o supuestamente “útil”, es la producción de deliberado sufrimiento por parte del estado en el marco del encierro carcelario. Cínicamente, en la Argentina el castigo se oculta, como se oculta la misma acción de castigar. Con ello se encubre a los castigadores, esto es, a los verdugos. Se los esconde como si el despliegue de violencias sobre determinados sectores desde las fuerzas de seguridad y custodia del orden dominante, fuera sólo una práctica del Medioevo. Sabemos que la destrucción del otro, con los métodos más violentos, degradantes y devastadores forman parte de la acción humana en el marco del ejercicio de poder a lo largo de los siglos. Pero esa barbarie de dolor y muerte que en el pasado se exhibía por doquier de manera ejemplarizadora, a fin de disuadir la oposición a la autocracia, en la modernidad se oculta debajo de la neutralidad de la “pena” con la más canallesca hipocresía. 

Ejemplo de crueldad resulta el hambre más o menos permanente que hacen padecer a miles de presos, por escasa comida y el estado de putrefacción de la misma, incluyendo gusanos y cucarachas y su olor nauseabundo. Este alimento provoca la aparición de diarreas, vómitos, granos y forúnculos. El malestar físico se acumula con heridas, hematomas e infecciones provocados por la dura vida carcelaria y el maltrato sistemático de los guardianes, sumados a la falta de asistencia a los problemas de salud con la complicidad del cuerpo médico carcelario. Golpizas, requisas violentas con palizas indiscriminadas, que incluyen robo de pertenencias, de cigarrillos, de ropa, destrozos de las escasas pertenencias, y peor aún, de cartas y fotos familiares: robo, despojo a presos y presas pobres. Requisas que hacen desnudar y pasar dos o tres horas en los patios, a la intemperie con temperaturas bajo cero. Aislar, días y días, con o sin sanción, como régimen de pabellón, como tránsito o como depósito. Encierro en las celdas, aislados, con botellas de orina y materia fecal en bolsas o en papeles, días y días, sin abrir las puertas, sin dejar limpiar, sin dejar bañarse, sin darles comida. A veces sanciones individuales, otras, regímenes de sectorización o sanciones informales colectivas. En ningún reglamento se autoriza como correctivo que una persona detenida conviva con su materia fecal, su orina y hasta incluso con las de otros, por días y días, no se alimente y cuando lo haga, deba usar sus manos porque no le dan utensilios (frecuentemente la autolesión resulta la única forma de reclamo). No existe la norma que autorice a los funcionarios penitenciarios a someter a los detenidos a la práctica de conductas animales para sobrevivir. 

Tales tratos crueles, inhumanos y degradantes están definidos como tormentos y torturas por numerosos organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, a cuyos tratados, convenciones y protocolos promulgados desde la segunda guerra mundial hasta el presente, el Estado Argentino ha adherido sistemáticamente. Sin embargo, esta barbarie sigue siendo la regla en absolutamente todas las prisiones argentinas, a excepción de aquellas en las que se alojan millonarios y los verdugos y asesinos de la dictadura, para quienes se reservan cortesías que no gozan la mayoría abrumadora de los prisioneros. 

El 10 de diciembre de 2019 asumieron el presidente Alberto Fernández y el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Axel Kiciloff. Rápidamente percibieron que el macrismo les había dejado con la situación carcelaria una bomba de tiempo difícil de desarmar, en especial en la provincia, donde dos tercios de los cincuenta mil detenidos carecen de sentencia, por lo cual en principio tienen derecho a ser excarcelados hasta poseer un fallo definitivo. Un selecto núcleo duro y violento de homicidas, narcotraficantes y ladrones se entremezcla con un océano de rateros, pequeños consumidores de marihuana, chiflados y cuenteros del tío, con quienes los funcionarios de derecha de los últimos años atiborraron despreocupadamente los centros de detención. Si bien la normativa vigente permitiría que el nuevo gobernador decidiese conceder una conmutación de penas a ese chiquitaje, liberando más o menos a una quinta parte para bajar la presión, el ejecutivo provincial prefería que el filtrado fuese realizado de a poco y por decisión del poder judicial. El gobierno pasó un par de meses meditando pausadamente, sin resolver nada, hasta que todo comenzó a estallar. 

El 11 de febrero de 2020 la Organización Mundial de la Salud llamó a un virus que se estaba extendiendo por China “SARS-CoV-2” y al síndrome lo denominó COVID-19. El Coronavirus irrumpió en el escenario. Poco después, algunos asesores del Poder Ejecutivo nacional y de la Provincia de Buenos Aires advirtieron, sin demasiada clarividencia, que en los agujeros infernales que constituían las cárceles argentinas el recién llegado podría hacerse un festín. Sin embargo, todavía nadie hizo nada. 

El 16 de marzo al Procurador de las Provincia de Buenos Aires, Julio Conte Grand, un conservador que se dedicó a abarrotar las cárceles de ese estado de ladrones de gallinas, prostitutas, adolescentes y ancianos en situación de calle y otros peligrosos forajidos, se le prendió la lamparita. Tomó la iniciativa y propuso excarcelar presos dentro de los grupos de riesgo. En una superpoblada cárcel argentina, grupo de riesgo son todos. En seguida las personas más sensatas del oficialismo bonaerense aprovecharon la bolada. Dado que, en principio, el virus puede afectar tanto a los “internos” como al personal penitenciario, el Secretario de la Comisión Provincial de la Memoria Roberto García y otros funcionarios comenzaron a recomendar a los detenidos a que elevaran solicitudes de hábeas corpus a fin de que ese demente intríngulis se definiera a través de excarcelaciones. El sensato Juez de casación Julio Violini, quien participa junto a García de la llamada Mesa de Diálogo con los presos, tomó el toro por las astas y el 8 de abril dictó un fallo haciendo lugar a más de setecientos recursos. Ello bastó para que toda la prensa de derecha, encabezada por Clarín y La Nación, pusiera el grito en el cielo. Aterrorizado por los resultados de su iniciativa, Conte Grand huyó hacia adelante, acusando por radio a Violini de fallar “en un formato inadecuado, unipersonal respecto de una cuestión de naturaleza penal de extrema gravedad”. 

Mientras tanto, el Coronavirus hacía estragos en China, Europa y los Estados Unidos. Acá, con la cuarentena, no tanto. Como las autoridades continuaban meditando, sin hacer nada, los presos empezaron a moverse en la provincia y mil doscientos detenidos comenzaron una huelga de hambre. Motines en las cárceles de Moreno y Florencio Varela terminaron con veinte heridos y un muerto acribillado a escopetazos. El 23 de abril, estalló el motín de Villa Devoto. Mientras el gobierno negociaba a fin de tranquilizar los ánimos, el macrismo duro y los medios de la derecha llamaron a cacerolazos para protestar “contra la liberación de violadores y asesinos”. La clase media se prendió esta vez, y el duelo entre cacerolas y la marcha peronista cundió nuevamente por los barrios porteños. Como expresarse en contra de su propia y reciente iniciativa ya era demasiado, Conte Grand ordenó a su subordinado, el fiscal de cámara Carlos Altube, que apelara con un recurso de queja ante la Corte Suprema provincial, contra los hábeas corpus de Violini, en lugar de hacerlo él mismo. Además declaró que analiza si corresponde denunciar penalmente a fiscales y jueces bonaerenses por haber concedido eventualmente excarcelaciones de presos que no se encontraban dentro del grupo de riesgo por el coronavirus o están condenados por delitos graves. En competencia con los despropósitos del Procurador, el día del Trabajo, la jueza de ejecución penal de Quilmes, Julia Márquez, deliró públicamente en la televisión denunciando que se liberaron 176 violadores, versión estadística respecto de la que balbuceó un desmentido el lunes siguiente. Sin embargo, el campeonato de disparates viene siendo liderado por la aristocrática senadora provincial de Juntos Por el Cambio, Felicitas Beccar Varela, quien el último día de abril denunció que los asesinos, ladrones y violadores que están siendo liberados en número de miles y miles por el kirchnerismo, están siendo encuadrados en grupos de choque para realizar expropiaciones de riqueza por métodos violentos. También se rectificó luego, pero la empeoró cuando reconoció que sí opinaba eso, pero sólo en privado. 

Tanto los resultados de la epidemia de Coronavirus como el forcejeo del gobierno con el ala fascista de la oposición tienen un final abierto por ahora. Al ministro Guzmán se le nota mano blanda con los acreedores internacionales, y algunos conocidos macristas llamaron a la sedición policial el jueves pasado, convocando a los patrulleros de la CABA a adherir con las sirenas al cacerolazo, sin que en Nación nadie acusara recibo. Sin embargo, el gobierno no puede hacerse el distraído: la conjunción del virus y la cloaca carcelaria constituye un explosivo peligroso. Por la televisión, la radio, los diarios, las redes, se destila mucho veneno fascistoide atacando al “garantismo” y la supuesta libertad de violadores y asesinos (los violadores y asesinos son malísimos, pero muy pocos respecto de la multitud infinita del chiquitaje carcelario y de los verdaderos antagonistas de Beccar Varela y compañía: los ladrones). Tanto odio, en boca de gente de clase media baja, amas de casa, taxistas y kioskeros, reflejan una colonización ideológica terrible por parte de la ultraderecha, que lucha por imponer como sentido común la doctrina Chocobar. Es notable la cantidad de personas que piensan para sí, y a veces sostienen en público, que los presos están en la cárcel para que sufran cruelmente, y que no estaría nada mal que el virus aniquilara unos cuantos miles de esos detenidos (si se les garantizara que no los van a contagiar). Por alguna razón no siempre desean ese destino para los ladrones de guante blanco del macrismo o para los dulces ancianitos genocidas. 

La situación en las cárceles argentinas y la tolerancia o ceguera mayoritaria respecto a ella, resulta un indicador fuerte acerca de cuán cerca estamos de la barbarie. No se va a solucionar con la liberación de unos miles de “perejiles”, ancianos, enfermos terminales y madres con chicos; sólo descomprimirá un poco la coyuntura y dará tiempo a que podamos discutir el problema de fondo. Que no es otro que el capitalismo se halla interiorizado en las mayorías de tal modo, que el sufrimiento ajeno resulta invisible o incluso justificado. Una modificación de fondo del sistema que ha edificado, organizado, sostenido y defendido la estructura carcelaria que hoy tenemos, no puede dejar para después la demolición de estas instituciones nauseabundas. Pero eso ya no resulta suficiente. En el capitalismo naciente, en el capitalismo clásico, y en el capitalismo monopólico imperialista, se suponía que las personas libres se encontraban fuera de las cárceles. Sin embargo, actualmente ya no existe un afuera. Controlados por las ubicuas pantallas, perseguidos por drones, creemos ser libres porque al parecer no hay en las inmediaciones un carcelero que nos escupa en la comida, pero eso no es cierto. Hasta agradecemos al robot buchón que persigue a la gente porque gambetea la cuarentena. El estadio senil del capitalismo es un panóptico universal, justo cuando empieza a desaparecer aquello por lo que se roba, una riqueza todavía con valor. 

Pasarán los días y los meses y la pandemia finalizará. Tardaremos en acostumbrarnos de nuevo, pero volveremos a abrazarnos, a besarnos, a hacer el amor, tratando de olvidar los ojos y oídos electrónicos que nos espían hasta en lo que creemos es la oscuridad y el silencio. Sería bueno, sí, que no olvidáramos la tarea que hemos aprendido: la limpieza de los Establos de Augias de las cárceles. 

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".




jueves, 19 de marzo de 2020

ALGO BUENO TIENE LA PESTE, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Derecho.




Algo bueno tiene la peste, y es que es democrática. Más que democrática, visita
preferentemente a los viajeros que frecuentan China, Milán y París, o sea que se ensaña más bien con los adinerados que con la gente de a pie. Será por eso que los neoliberales no vacilan en aplicar el rigor del Estado para yugular la epidemia. 

Como observa Miguel Benasayag, los mismos que consideran las jubilaciones dignas y el control ecológico como dispendios insensatos, en esta ocasión no trepidan ante el gasto.

Como nuestra cultura carece de la disciplina confuciana que prevalece victoriosa en
oriente, últimamente el Estado se está deslizando hacia un franco Estado de Excepción, manotazo desesperado en las calles de Madrid y los caminos franceses, que desde aquí al sur contemplamos con estupor.

La especulación virtual maneja veinte veces la cantidad de dinero equivalente al producto bruto mundial, así que era cuestión de tiempo para que cualquier disparador hiciera saltar por el aire el festival fantasmático de las finanzas. 

La crisis del comercio chino- americano
y el dumping saudí en el mercado del petróleo están ligados a riquezas reales, y no se ven influidos realmente por las travesuras del virus. 

Pero las transacciones especulativas en tiempo real se realizan con humo, y poseen una escala enorme, similar a las sombras
proyectadas en el atardecer. Ya se sabe que luego del atardecer viene la noche.

Así que cuando brillen las estrellas y la marea de la peste se retire, mientras lamemos nuestras heridas y contamos nuestras bajas, desde el Estado, pasado el pánico, nos interpelarán acerca de la eficacia demostrada por el régimen de excepción y la conveniencia de mantenerlo para domeñar la lucha política de clases.

Allí nos tocará recordarles que los coronavirus se forjan entre el pus y la mugre de los criaderos de cerdos y de aves de corral, y en los laboratorios bioquímicos secretos de las potencias. 

Pero que no hay estado de excepción que pueda disciplinar al General Intellect que pulula y borbotea en el común.

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".


martes, 21 de enero de 2020

ESQUEMA KANTIANO, Por Pedro Cazes Camarero (") para Vagos y Derecho



El concepto de ESQUEMA es posiblemente el más importante legado filosófico de Manuel Kant (cca. 1780 aprox). El esquema es un procedimiento de producción. 

Un esquema es siempre un producto de la imaginación, pero no es una “imagen” de la imaginación. La imaginación puede producir imágenes, pero no sólo imágenes. Entre otras cosas, también produce esquemas.

Según Kant, cada concepto que manejamos tiene una o más imágenes posibles. El esquema de un concepto es la “idea de un procedimiento universal de la imaginación, [procedimiento que] hace posible una imagen del concepto”. Notar que Kant dice: de la imaginación productiva (¡¡!! “Crítica del Juicio”). 

Martín Heidegger (1921) hace énfasis en que el concepto kantiano de esquema no sólo tiene un contenido epistemológico (o sea que es un dispositivo científico), sino que también es propio de las cosas (Kant las llama “fenómenos”), o sea que es ontológico. Hay esquemas en el pensamiento y hay esquemas en las cosas [El esquema sería así también el puente de inteligibilidad entre noúmeno y fainoúmeno, P.C.C.]. (Atención, Heidegger dice aquí “trascendencia” de las cosas, pero no en el sentido aristotélicotomista). 

Usando la terminología empleada por Kant, que aquí se entiende bien, la inteligencia humana, a diferencia de la razón abstracta y de la intuición de los sentidos, es capaz de captar el esquema de cada realidad individual, haciendo ésta inteligible, pero sin destruir a la vez su carácter concreto. 

Lo “real del mundo” no existe en lo que podríamos llamar su “fenomenalidad”, esto es, su apariencia; ni tampoco en una imaginaria “esencia abstracta” (como afirma el platonismo). Reside en su esquema, que es como su propio orden. El esquema es lo que Hegel, Marx (¡ y Luis Lea Place!) llaman un Universal Concreto. 

Hablando en lenguaje “deleuziano”, todo esquema posee varias “líneas de fuga”, que lo “des- territorializan”. Así que el esquema es una figura “inteligible” (esto es, pensable), y una figura concreta que se halla efectivamente en la realidad (Cfr. G. Deleuze, “Anti Edipo”). 

Por ejemplo: tomemos el dinero. Está pletórico de determinaciones, o sea que es concreto; pero posee líneas de fuga con cada ente comprable, o sea, en el capitalismo, todos los entes. Por lo tanto es un universal. El esquema del universal concreto del dinero se halla a la vez en la inteligencia y en el mundo real. Detrás del esquema del dinero existe otro esquema, el trabajo humano indeterminado. 

Se genera así una red ilimitada de esquemas existentes a la vez en el mundo y en la inteligencia, que exigen distintos marcos teóricos (tautologías) sobre los que se aplican potenciales cartografiados (de descripciones), o viceversa. Pero aquí ya nos alejamos de Kant.

15 de enero de 2020

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".

jueves, 14 de noviembre de 2019

¿QUÉ ES EL GENERAL INTELLECT? ESBOZO POPULAR, CAPÍTULO 4, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Derecho

Recopilación de lo tratado: En los capítulos anteriores hemos visto cómo, en su evolución a lo largo de las décadas y de los siglos, el sistema capitalista emergió del capullo constituido por la sociedad pre-capitalista feudal y fue madurando hasta convertirse hoy en un indiscutible dominador mundial. También hemos narrado cómo fue primero aprovechando y después extinguiendo los restos de sistemas pre- capitalistas todavía existentes (sobre todo esclavista mercantil y feudal), gracias a su capacidad de generar riquezas sin límites. Hemos seguido el curso de éstas hasta descubrir el secreto del aumento de la composición orgánica del capital, basado en la reinversión de la plusvalía, riqueza no remunerada que se les extrae a los trabajadores. 

Repasamos las etapas que el sistema mencionado atravesó en su corta historia de tres siglos: cómo la manufactura, que empleaba técnicas de producción pre- capitalistas en un ámbito nuevo, la gran fábrica, se fue transformando en gran industria al introducir las máquinas en lugar de la producción manual; cómo ese capitalismo maquínico, dispersado en miles incontables de centros fabriles ubicados casi todos en Europa Occidental, sufrió sucesivas crisis de superproducción, después de cada una de las cuales se fue concentrando en grandes empresas capitalistas denominadas monopolios. Vimos también cómo éstos impulsaron una nueva época colonialista, a través de la conquista militar de la periferia pre- capitalista para que sirviera de mercado forzoso y fuente de materias primas al naciente imperialismo monopolista, desencadenando dos horribles guerras mundiales durante el siglo pasado.

Y nos hemos preguntado, como Marx y sus compañeros, si este proceso puede continuar indefinidamente o si existen límites al crecimiento del capitalismo como sistema.

No hace más de treinta años, durante la última década del siglo veinte, los historiadores y economistas fieles al capitalismo como sistema, respondían a esta pregunta con un contundente NO. Eufóricos por el derrumbe casi completo del llamado “socialismo real”, esto es, por la implosión de la Unión Soviética y su periferia de Europa Oriental, contemplaban al capitalismo monopolista liderado por Estados Unidos y sus compinches de Japón y Europa Occidental como el único sistema posible, sede de una sólida civilización que constituía la cúspide indiscutida de toda la historia humana. 

El naufragio soviético no fue comprendido, como explicamos en el Capítulo III, como un intento de modernización sustitutiva que sólo pudo fracasar en términos capitalistas debido a que ésos eran los términos en los que el propio modelo del “socialismo real” se encontraba planteado. Manteniendo un contexto de fetichismo mercantil, dominado por el dinero y el trabajo asalariado, pudo izarse a cierto nivel tecnológico, en base a una estructura económica que podría denominarse capitalismo estatal, sin lograr empero asegurar la propia supervivencia. 

Pero el derrumbe del “segundo mundo” a comienzo de la década de 1990, festejado demasiado apresuradamente por los epígonos del capitalismo en todas las academias y universidades, no constituía una garantía de perduración para el ahora autoproclamado sistema único. Como hemos relatado al final del último capítulo, casi al mismo tiempo que colapsaba lo que el macartismo denominaba “mundo comunista”, saltaba a la vista que el sistema mundial capitalista tampoco se sentía demasiado bien. 

Recordemos que por “fuerzas productivas” Marx se refiere a la combinación de los medios de trabajo (herramientas, maquinaria, tierra, infraestructura, etc.) con la fuerza de trabajo humana (1). 

Este concepto abarca todas las fuerzas que las personas aplican en el proceso de producción (cuerpo y cerebro, herramientas y técnicas, materiales, recursos, calidad de la cooperación de los trabajadores y equipos), incluidas las funciones de gestión e ingeniería técnicamente indispensables para la producción. El conocimiento humano también puede constituirse en fuerza productiva.

En los capítulos anteriores hemos visto que una característica de todas las etapas de la historia del capitalismo es que tales fuerzas productivas tienden a crecer cada vez más rápidamente, mientras que, paradójicamente, el valor de cambio de las mercancías ofrecidas en el sistema tiende a disminuir. Por lo contrario, el valor de uso de cada mercancía se mantiene e incluso mejora cualitativamente. A partir de 1980- 1990 este fenómeno, que sólo se percibía hasta entonces de modo fetichista, como una caída tendencial de la tasa de ganancias en algunas ramas aisladas de la industria, se volvió paulatinamente dominante.

El capitalismo y la red: Hasta entonces, el desarrollo de la maquinaria era considerado por los trabajadores como una amenaza indiscutible, que profundizaba la opresión. Así, a comienzos del siglo XIX, la corriente de los “ludditas” practicaba la furiosa destrucción de las máquinas. Pero dos siglos más tarde, la importancia creciente de la maquinaria en la organización social ha comenzado a mostrar efectos emancipatorios. Veamos cómo es eso.

Marx criticaba a las primeras generaciones de pensadores socialistas y comunistas, como los “fourieristas” y “saint- simonianos”, por ejemplo, que florecieron a comienzos del siglo XIX, como “utopistas”. Este término descalificador procede de la novela “Utopía”, de Tomás Moro, político inglés del siglo XVI. “Utopía” significa “en ningún lugar” y constituye la descripción de un futuro reino imaginario, en el cual una perfecta organización social y un gran dominio sobre la naturaleza permitía a sus habitantes gozar de felicidad perpetua. Durante los siglos siguientes, tales ensoñaciones se reiteraron entre los pensadores europeos. La Revolución Francesa estimuló la aparición de nuevas fantasías, al compás de las esperanzas emancipatorias, alimentadas también por la revolución industrial.

Marx trataba de diferenciarse de estos autores, proponiendo un análisis científico del capitalismo y negándose en general a ofrecer descripciones de la futura sociedad comunista que preconizaba. Así que lo preconizado en el “Fragmento sobre las máquinas” del tomo II de los “Grundrisse…” resulta completamente excepcional en su vasta obra (2).

Pero una noche de 1858, el insomne revolucionario se lanzó a reflexionar sobre el futuro mediato. Interrumpió la ya débil ilación de los “Grundrisse…” preguntándose: “¿Qué pasaría si…?”. 

Marx era consciente de que el capitalismo de su época arrastraba muchos retrasos, muchas rémoras pre- capitalistas. Se daba cuenta de que, aun en esas condiciones, las formaciones económicas como Inglaterra, Francia o Bélgica estaban ya unificadas en redes enormes y complejas (más aún, que tales redes caracterizaban a naciones aún predominantemente feudales, como Polonia, China, etc.). Sin embargo, no en todos los nodos de esas redes se generaba “valor de cambio” (esto es, valor en un sentido marxiano). 

Marx constataba por entonces que la actividad productiva de las fábricas agregaba valor bajo la forma de plusvalía, esto es, trabajo excedente no remunerado, a las mercancías generadas por la industria. La producción agraria también agregaba valor a los cultivos. Pero toda la otra actividad de la nación, esto es, el ejército, la policía, el comercio, la educación, el periodismo, la estructura del funcionariado y el gobierno, sólo reparten el excedente de las riquezas creadas por el campo y la industria.

Sin embargo, su penetrante mirada percibió que esa situación, que en los tres tomos de “El Capital” parece estable y permanente (y así fue y es enseñada en los cursos de marxismo), es un hecho sólo transitorio. Una foto, digamos. ¿Y cómo sería la película?

Hemos visto que la maquinaria se vuelve más y más compleja conforme aumenta la composición orgánica del capital, esto es, la inversión del capitalista en capital constante (maquinarias) respecto de la que realiza en salarios (capital variable). Lo mismo pasa en la explotación agraria. Hoy en día, numerosos nodos de la red social, antaño sólo consumidores de excedentes, rodean cada máquina y cada centro de producción de riqueza agraria y se van incorporando a una red local específica de generación de nuevos excedentes. Los nodos de la red que no producen riqueza, en cambio, se van reduciendo. 

Resumiendo, el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas se basa en un aumento ilimitado de la complejidad de las máquinas y un aumento ilimitado de la complejidad de la actividad de las fuerzas de trabajo. La maquinaria, el medio de producción, adquiere una importancia creciente en la organización social. Pero su manejo requiere asimismo una sólida experticia tecnológica y un enorme conocimiento social por parte de la fuerza de trabajo.

Así llegamos a la situación que empieza a experimentarse en la actualidad en muchos países: el momento post- fordista de la evolución del capitalismo, llamado por algunos el capitalismo tardío, muestra la proliferación de nodos complejos articulados alrededor de núcleos productivos y empleando una enorme cantidad de fuerza de trabajo muy educada, tanto en humanidades como en ciencia y tecnología. Esta modalidad que comenzó en los países capitalistas centrales, viene extendiéndose por las naciones periféricas. 

El modelo fordista de organización del trabajo en la fábrica, piramidal y autoritario, con gerentes, capataces y operarios, viene mostrándose cada vez menos apropiado para esta nueva modalidad capitalista. La base computacional de los nuevos núcleos productivos además requiere de una fuerza de trabajo educada y conectada en red. A este nuevo tipo de fuerza de trabajo, organizada horizontalmente, que regula su propio trabajo (y no se ve organizada por el patrón o el capataz) es a quien Marx denomina “General Intellect”. Las “máquinas” a las que Marx se refiere en el “Fragmento…” no son otras que las computadoras y robots que campean en nuestras fábricas contemporáneas. 

En el tomo II de “El Capital”, Marx hace referencia al “Capital Fijo” en la circulación del capital. Se trata de objetos que, participando en la misma, duran varios ciclos productivos gastándose poco a poco (a diferencia del “capital circulante” que se agota en un solo ciclo productivo, como las materias primas). En ese sentido, una máquina constituye “capital fijo”, a la vez que constituye “capital constante” desde el punto de vista de la producción. Lo novedoso aquí, en el mundo post fordista, es que el “General Intellect”, que antaño constituía como “fuerza de trabajo” el capital variable en la producción, ahora forma una parte del capital fijo en la circulación del capital, sin dejar de ser capital variable en la producción (3). 

Durante mucho tiempo se interpretó que Marx, implícitamente, refería el surgimiento del General Intellect a una etapa futura de madurez del propio comunismo. Sin embargo, nada hay en el texto marxiano que indique eso. Actualmente, la vida misma ha saldado cualquier discusión. La digitalización de la vida cotidiana, la automatización extrema de las fábricas, el empleo generalizado del teléfono celular muestra que el General Intellect se ha impuesto sin ruido en el seno del capitalismo tardío. 

Referencias bibliográficas

(1) Probablemente derivó el concepto de “fuerzas productivas” de la referencia de Adam Smith a los "poderes productivos del trabajo" (véase el capítulo 8 de “La Riqueza de las Naciones”, 1776). El economista político alemán Friedrich List, por su parte, también menciona el concepto de "poderes productivos" en “El Sistema Nacional de Economía Política” (1841).

(2) Otra de las raras oportunidades documentadas en que Marx describió aspectos de la sociedad futura que preconizaba, está en la “Crítica del Programa de Gotha” de 1864, seis años después de abandonar la escritura de los “Grundrisse…” y lanzarse de lleno a la redacción del tomo 1 de “El Capital”. En aquel escrito, Marx ofrece las célebres consignas que caracterizarían la primera fase del comunismo, esto es, del “socialismo” (“de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo”), que la diferencia de la fase superior del comunismo, llena de riqueza y de sabiduría (“de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”). 

(3) La traducción de este párrafo crucial es la siguiente: “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, “mulas” automáticas [máquinas de hilar y de tejer], etc. Éstos son productos de la industria humana; material natural transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana: el poder del conocimiento, objetivado. El desarrollo del capital fijo indica en qué medida el conocimiento social general se ha convertido en una fuerza directa de producción, y en qué medida, por lo tanto, las condiciones del proceso de la vida social en sí han quedado bajo el control del General Intellect y se han transformado de acuerdo con eso; hasta qué punto se han producido los poderes de la producción social, no solo en la forma de conocimiento, sino también como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso de la vida real”. (Karl Marx, “Grundrisse…”, 1858). 

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".




viernes, 11 de octubre de 2019

¿QUÉ ES GENERAL INTELLECT? (ESBOZO POPULAR), CAPÍTULO 3, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Derecho


En el capítulo anterior hemos visto que la propiedad privada, dentro del capitalismo, no constituye una “simple relación jurídica”, en el fondo ilusoria, separada del “contenido real” de las relaciones sociales. No consiste en la relación de un sujeto supuestamente libre con los medios de producción y los productos del trabajo humano. Esta forma de pensar es propia de los economistas burgueses y de cierta versión simplificada y dogmática del marxismo, denominada “Diamat”, desarrollada en la Unión Soviética durante el período stalinista.

En realidad, las personas que experimentan la propiedad privada, tanto como propietarios como no propietarios, no son para nada sujetos libres, sino sujetos encadenados por el fetichismo que los lleva a concebir las relaciones interpersonales como relaciones de propiedad sobre ciertas mercancías, esto es, la fuerza de trabajo, los medios de producción y los productos del trabajo (2).


En resumen, a comienzos del siglo XX el mundo estaba dividido en un puñado de imperios capitalistas encabezados por un grupo de países donde campeaba el capitalismo monopólico- imperialista. En los países centrales y los enclaves capitalistas periféricos concentrados, como la India, China, y otros países dominados, la lucha de clases entre los trabajadores y sus patrones se desplegaba en la organización de grandes organizaciones obreras, en general socialistas y anarquistas. En las colonias y semi- colonias (como era la Argentina respecto de Gran Bretaña), esta lucha se superponía de manera compleja con los movimientos de liberación nacional. 


Si examinamos el funcionamiento interno del capitalismo de entonces, las relaciones de producción cobraban una modalidad denominada fordismo (en referencia al industrial Henry Ford, quien diseñó la moderna fábrica automotriz). Ilustrada por la película “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin, esta modalidad se reprodujo en todo el mundo desarrollado y en los enclaves avanzados del capitalismo periférico. 


Se trataba de grandes fábricas (que garantizaban la economía de escala), con miles de trabajadores, entre los cuales se distribuía un trabajo básicamente manual, dividido en partes o funciones diminutas y sencillas que cada obrero podía aprender fácilmente. El trabajo intelectual de planificar, organizar y controlar todo este dispositivo lo realizaban intelectuales como ingenieros, abogados, contadores, gerentes, capataces y auditores que constituyen un estrato humano completamente distinto. Ellos pensaban; el obrero no debía hacerlo. 


Es conocido que, a partir del año 1917 (fecha de la gran Revolución Rusa), una serie de procesos revolucionarios, aprovechando las condiciones favorables generadas por las guerras y las graves crisis económicas, generaron formaciones económico- sociales de nuevo tipo, que liquidaron a las clases propiamente burguesas. Estos procesos se extendieron después de la Segunda Guerra mundial por Europa Oriental, Corea, Cuba, China y combinados con las luchas de liberación nacional, por Viet Nam, Filipinas y otros países. Algunas de esas experiencias naufragaron, como el caso de México, Filipinas e Indonesia. Pero en muchos casos triunfaron, y en casi la mitad del planeta se vivió la esperanza de una madrugada de los pueblos para el género humano. 


Los conatos revolucionarios vividos en los países centrales, como en Alemania en 1919 y 1923 y en Gran Bretaña en 1924, fracasaron rápidamente, mostrando que el sistema conservaba todavía una importante resistencia, especialmente después de la superación de la grave crisis económica mundial de 1928- 1930 a través de la fuga hacia adelante que constituyó la Segunda Guerra Mundial.

En los países del llamado “segundo mundo”, al comienzo de la experiencia soviética sobre todo, se vivió la sensación de que el capitalismo había sido finalmente yugulado. El justificado orgullo de haber vencido y liquidado una determinada forma de la propiedad privada, obliteraba la percepción de que se mantenía aún, bajo otras formas, la producción basada en la plusvalía. Aislada del mercado mundial, durante las primeras décadas de su existencia la URSS administró desde afuera del mismo y con éxito, la acumulación ampliada de la riqueza, hasta que las mismas formas de la administración estatal comenzaron a frenar la nueva “forma burguesa de modernización tardía”, como la denominó Robert Kurtz. Esto se repitió en los demás miembros del “club socialista de naciones”, conocida como Segundo Mundo, pero partícipes sin desearlo del sistema mundial capitalista (3).


El sistema mundial capitalista ha entrado en una nueva fase, tan distinta de la fase del imperialismo financiero- monopolista como ésta lo fue de la fase del capitalismo de libre concurrencia. Cuando, durante la segunda mitad del siglo XX, las formaciones del socialismo real comenzaron a resoplar, debido a los límites endógenos descritos más atrás, los ideólogos de la derecha se regocijaron demasiado pronto. Dentro de los países capitalistas centrales el sistema mismo comenzó a mostrar sus límites absolutos. 


El desarrollo de las fuerzas productivas, el aumento de la composición orgánica del capital, la liquidación de los resabios pre-capitalistas en todo el mundo caracterizaron los primeros años de la segunda postguerra. Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera de este siglo ocurrieron sucesos inesperados que se fueron incubando en silencio, pero comenzaron a cambiar profunda e irreversiblemente la vida y la mente de las personas.

Esta vez el problema no residía en una crisis cíclica de superproducción relativa, como los burgueses se habían acostumbrado a capear cada diez o quince años desde el siglo XVIII; ni siquiera de una gran crisis secular y catastrófica de reconversión como la ocurrida en 1930. La tercera revolución industrial, con la introducción de la electrónica, la informática, la ingeniería genética y demás tecnologías avanzadas, estaba produciendo la evaporación del valor en el seno de las mercancías, que sin embargo mantenían intacto su valor de uso.


Por primera vez en la historia, el capitalismo encontraba una barrera infranqueable en el proceso de acumulación. ¿En qué consistía este fenómeno? En que el vertiginoso crecimiento de la productividad permite prescindir de la fuerza de trabajo a más velocidad que aquella a la que los mercados podían absorber las mercancías, aunque éstas a su vez se hubiesen abaratado. El mundo se convierte en un depósito infernal, abarrotado de valores de uso sin valor, que por ello mismo no pueden ya denominarse mercancías. 


Un nuevo modelo de organización del trabajo está irrumpiendo. Modifica por completo e irreversiblemente la estructura laboral fordista, por lo que debería denominarse postfordista. En el capitalismo clásico, tanto el de libre concurrencia como en el más maduro, imperialista- monopólico, la producción se realiza aplicando la fuerza de trabajo a los medios de producción. Pero en la actualidad, en las economías más avanzadas, se aplica masivamente la digitalización, la automatización, la cibernética y otras técnicas sofisticadas como la genómica, la biotecnología y la nanotecnología. Como veremos en el próximo capítulo, esta situación va a generar una metamorfosis en la fuerza de trabajo, que dejará de existir paulatinamente y será reemplazada por el general intellect, tema de este trabajo.

En los años 1857 y 1858, en su modesto departamento de Menlo Park, en la ciudad de Londres, Marx estaba redactando unos cuadernos preparatorios para lo que después fue el primer tomo de “El capital”. Estos cuadernos fueron publicados muchos años después como “Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política”, o su nombre en alemán, “Grundrisse”. Una noche de 1858 se le ocurrió la siguiente pregunta: ¿”cuáles serán las leyes que rijan el funcionamiento del capitalismo en su etapa tardía”?.

Esos apuntes, conocidos como el “Fragmento sobre las Máquinas”, nos hablan a través de los años iluminando la realidad actual. En el cuarto y último capítulo de este trabajo desarrollaremos estas ideas y contestaremos la pregunta del título: ¿Qué es el General Intellect? 

NOTAS AL PIE__________________________________________

(2) Volvamos por un instante a la relativamente corta historia del sistema mundial capitalista. La gran industria surgida a comienzos del siglo XIX, en especial el ferrocarril, necesitó para consolidarse la concentración del capital en pocas manos, y ello fue facilitado por las crisis periódicas (aproximadamente cada década) que aquejaban al sistema y dejaban un tendal de pequeñas y medianas empresas quebradas, y un número cada vez más pequeño de grandes empresas detentando un poder económico creciente. Este no es el lugar para describir este complicado proceso. Baste decir que culminó, como todos sabemos, en la aparición del capital monopólico- imperialista. El sistema, a nivel mundial, a partir de las grandes crisis del fin del siglo XIX, quedó dominado por un pequeño número de gigantescas empresas norteamericanas, europeas y después japonesas (por supuesto, subsistían en los intersticios del capitalismo numerosas empresas medianas y pequeñas). Un problema en común de esas grandes empresas, llamadas monopolios porque concentraban en sus manos la oferta de bienes, residía en que el mercado interno de los propios países capitalistas era demasiado pequeño para absorber su creciente capacidad de producción de mercancías. Además, la gran industria, cada vez más sofisticada, exigía metales, caucho, alimentos y otros insumos que se producían en las naciones periféricas de Asia, Africa y América Latina. Se produjo así, durante todo el siglo XIX, una segunda oleada colonialista (la primera fue la globalización española, portuguesa, holandesa y británica de los siglos XV a XVIII). Los ejércitos británico, francés, alemán, etc. se apoderaron de grandes zonas de la periferia, para que les sirvieran de mercado y como proveedores de insumos. Un tercer fenómeno a tener en cuenta, ocurrido a partir de la fusión de los bancos con los capitalistas industriales, consistió en la aparición del capital financiero. Este proceso fue descrito cuidadosamente por grandes clásicos marxistas como Lenin, Rosa Luxemburgo y Rudolf Hilferding en libros publicados alrededor del año 1900. 


(3) Ya Lenin explicaba en “El Estado y la Revolución”, a mediados de 1917, que a los trabajadores no les quedaba más remedio que hacer las veces de la burguesía. En los países del “socialismo real”, convertidos en burocracias estatales, los partidos obreros marxistas no sólo tuvieron que asumir las tareas burguesas, sino que tuvieron que expandir la propia clase obrera que era casi inexistente. En esas formaciones económico- sociales el modo de producción hegemónico seguía siendo el capitalismo, bajo la forma del capitalismo de estado. Según observaba Charles Bettelheim en 1965, el carácter mercantil del producto no podía derogarse por un simple acto de voluntad revolucionaria. 


La lucha del movimiento obrero contra la propiedad privada los países del “socialismo real”, actuó dentro de los límites de la propiedad privada. No aspiraba a su liquidación, sino a unas formas «superiores» de la misma, especialmente la acumulación de plusvalía. Estas formas superiores, al principio de la administración soviética, no podían ser fácilmente identificadas como tales por un observador desprevenido. El mencionado movimiento fue progresista, sí, pero siempre dentro de las fronteras del trabajo abstracto y sólo en la medida en que impulsó el proceso de “socialización del capital” rumbo a estas formas superiores (en dirección a la plusvalía y a la propiedad privada). Esto avanzó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con la creación, en los países del “socialismo real”, de la mencionada «forma burguesa de modernización tardía», al decir de Robert Kurz. En los citados países, se desarrolló además una versión oficial del discurso marxista, destinada a interpretar y justificar estos procesos de manera apologética; ésta afirma que en la formaciones económico-sociales del «socialismo real» no existen la propiedad privada y el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo. No perciben como muy extraña la existencia cotidiana de la forma de la mercancía y del dinero, del salario en dinero de la fuerza de trabajo, del aparato estatal y del sistema jurídico, incluido en especial el derecho del trabajo. Esta argumentación sólo puede generar estupor. Evidentemente, el marxismo “oficial” se estaba manejando, sin darse cuenta, en el interior de las categorías básicas del fetichismo burgués. El barniz de las formas superiores de la propiedad privada cubría con una delgada capa de modernidad unas estructuras todavía arcaicas. Se pudieron incorporar, sí, las determinaciones clásicas del capitalismo: el trabajo abstracto, el dinero y el derecho, como reguladores sociales, además de las industrias básicas y ciertos ingredientes de una infraestructura avanzada. La obstrucción administrativa de la burocracia estatal sobre la motivación monetaria basada en la aún existente economía de mercado, esto es, la parálisis burocrática de la dinámica del trabajo abstracto basada en el propio trabajo abstracto, conduce a acometer una empresa imposible: planear y dirigir racionalmente, pero apoyándose en la inconsciencia de las masas, manteniendo el trabajo abstracto, el valor, la forma “mercancía” y el dinero. El "segundo mundo" se hundió. La débil base de acumulación de capital no le permitió suficiente inversión, y la administración burocrática se sumó a las dificultades. En un único mercado mundial, capitalista, sufrieron un creciente deterioro de los términos de intercambio y finalmente debieron capitular como economías nacionales autónomas. Cuando la Unión Soviética se desmoronó en 1989, ese suceso fue interpretado como una victoria de la economía de mercado. El marxismo como alternativa histórica al capitalismo parecía fracasado. Sin embargo, no fue la alternativa histórica “socialista” lo que fracasó, sino solamente una modalidad del capitalismo sistémico (básicamente el capitalismo de estado) que aplicó, para desarrollarse, las viejas críticas formuladas por Marx al capitalismo del siglo XIX, destinadas a modernizar sus aspectos más atrasados. Este destino no era ineluctable, como lo muestran distintas experiencias supérstites, en especial la cubana. También era factible otro final. Pero no es aquí el sitio para analizarlo.

Continúa Capítulo 4.

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".


martes, 17 de septiembre de 2019

¿QUÉ ES GENERAL INTELLECT? (ESBOZO POPULAR), CAPÍTULO 2, Por Pedro Cazes Camarero(") para Vagos y Derecho


El ser humano es un animal social, y desde la más lejana antigüedad, los individuos no pueden pensarse como ajenos a una sociedad. En cualquier sociedad humana los integrantes de la misma establecen relaciones ente sí, las cuales pueden ser públicas o individuales (privadas). 

En el capitalismo, las relaciones privadas están privilegiadas respecto a las relaciones públicas, que son dominantes en otros modos de producción. Por ejemplo, en el feudalismo las relaciones entre las personas solamente pueden concebirse bajo la forma de pertenencia de un determinado estamento social, público: siervo de la gleba, artesano o señor. Las relaciones sociales privadas se hallan en el mundo feudal completamente subordinadas a esta pertenencia. 

En el sistema capitalista, las privilegiadas relaciones privadas entre las personas no son predominantemente directas, sino que se hallan mediadas institucionalmente por el Estado. Ante todo, a través del dinero, el que constituye la encarnación del trabajo abstracto; y en segundo lugar, a través de un sistema jurídico, que asume las formas de la burocracia estatal. Por supuesto, las relaciones privadas directas existen también, en términos de sexo, de parentesco, de afinidad, amistad, etc., pero las identidades humanas están determinadas de manera abrumadora por las relaciones de propiedad. 

En el Capítulo 1 hemos visto que el trabajo humano abstracto, bajo su forma de valor, se encuentra por todas partes en el sistema capitalista, encarnado en las mercancías. Todo lo que nos rodea no es otra cosa que mercancías, y cada mercancía puede ser comprada o vendida porque está constituida por trabajo humano abstracto, o sea que posee valor. Pero, además, toda mercancía tiene un dueño, esto es, un propietario. La propiedad privada constituye el fetiche social del valor: la relación entre las personas, en el capitalismo, se ve reemplazada por las relaciones de propiedad. 

Cuando en una sociedad mercantil se efectúa un cambio entre diferentes mercancías, cada sujeto se concentra en el valor de uso de la mercancía que adquiere, y sólo presta atención a que el valor (de cambio) de esa mercancía sea equivalente al de aquella por la que la intercambió, a fin de no resultar perjudicado en la operación. 

Cuando la sociedad mercantil es además una sociedad capitalista, hemos visto que estas operaciones se ven mediadas por el dinero y se apoyan en el sistema jurídico- estatal burgués. Para este sistema jurídico, resulta indiferente la naturaleza de las mercancías que se intercambien, en tanto que se respete el precio, o sea la forma monetaria del valor. Pero si para el consumidor de la mercancía lo que importa es su valor de uso, para el capitalista que la vende lo que importa es el dinero (o sea solamente el trabajo abstracto) que recibe en el intercambio como propiedad privada. 
En el capitalismo, solamente los capitalistas obtienen plusvalía; los trabajadores únicamente obtienen su salario. El excedente de trabajo abstracto, fugazmente materializado en mercancías y luego convertido en dinero, es apoderado por el capitalista como propiedad privada. En la forma desarrollada de la plusvalía, la propiedad privada es solamente el concepto jurídico de la relación repetitiva, tautológica, del trabajo abstracto, que es igual a cualquier otro por definición. 

En el Capítulo 1 hemos visto que el marxismo prevé el advenimiento de una sociedad post- capitalista, el socialismo/comunismo, cuya nota fundamental ha de ser que las relaciones entre las personas ya no se regirán por el intercambio de valor, esto es, ya no serán mercantiles. De alguna manera, que veremos más adelante, el valor contenido en los bienes ha de extinguirse y desaparecer. Esto implica que en esa etapa, los seres humanos se hallarán en condiciones de regular sus relaciones sociales y la propiedad privada ya no existirá. 

Pero mientras las relaciones sociales estén, como ahora, dominadas por el trabajo abstracto, persistirá también una relación de propiedad privada (incluyendo la extracción de plusvalía de los asalariados), y todos sus portadores se encontrarán en un estado de particularidad abstracta, que erige como su polo opuesto al aparato jurídico del Estado. La existencia del dinero y de un sistema jurídico constituye la manifestación de que los sujetos no son capaces de regular ni dominar conscientemente sus relaciones sociales. Ello es verdad tanto para los países capitalistas, como para los países denominados del “socialismo real”. 

El dispositivo capitalista ya existente para la utilización abstracta de la fuerza de trabajo, tiende a devorar en sus fauces vacías de contenido al hombre, la naturaleza y todo aquello de lo que pueda echar mano, digiriéndolos y evacuándolos después en la forma muerta del trabajo: el dinero, sin que se añada ninguna otra finalidad cualitativa. Este engendro, sin embargo, mueve la cualidad material: materias primas, fuerzas naturales y trabajo humano vivo. 
Pedro Cazes Camarero

Se produce, por lo tanto, una inversión entre medios y fines: el trabajo ya no es un medio para el fin cualitativo de la simbiosis del hombre con la naturaleza, sino que, por el contrario, la apropiación material de la naturaleza se convierte en la estratagema para el cambio del trabajo abstracto por más trabajo abstracto, como un fin en sí mismo. 

A pesar de las masas incontables de trabajadores sumergidos en la miseria y la explotación, al principio prevalecieron los efectos emancipatorios y civilizadores de este proceso. Bajo el capitalismo de los siglos XIX y XX, el trabajo, al incluir en escala creciente el aporte científico-técnico a la producción, como medio para obtener su finalidad abstracta, permitió un creciente consumo masivo de bienes que en el pasado eran considerados suntuarios, y generó un conjunto nunca antes visto de nuevas necesidades. El horizonte cultural y científico del hombre se amplió. Sin embargo, como veremos más adelante, el capitalismo nos abrió de par en par las puertas de la riqueza y la sabiduría, pero no nos deja atravesar el umbral. 

Continúa Capítulo 3

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".




 

martes, 27 de agosto de 2019

¿QUÉ ES GENERAL INTELLECT? (ESBOZO POPULAR),Capítulo 1, Por Pedro Cazes Camarero (") para Vagos y Derecho





CAPITULO 1 

Sostiene Marx que la era de la burguesía constituye el primer gran momento de emancipación de la prehistoria humana, que incluye a todas las sociedades que han existido hasta hoy. ¿Qué significa esto? 

Marx observa que, desde los remotos milenios en que la selección natural llevó a la humanidad a emerger de sus ancestros animales (los grandes monos antropoides, los homínidos pre- humanos, etc.), nuestros antepasados se abrieron paso penosamente en una lucha desigual contra el hambre, los animales predadores, el temor y la ignorancia, hasta elevarse relativamente a colectivos que pueden denominarse “civilizados”, como las antiguas culturas egipcia, griega, romana, maya, inca, etc. 

Muchas de esas culturas poseían la escritura, y los historiadores suelen utilizar este desarrollo para marcar el límite entre la pre- historia (sin registros escritos) y las culturas históricas, que cuentan con documentos escritos. 

Pero Marx, si bien reconoce la importancia de la aparición de la escritura, tal vez en un cierto afán pedagógico, expresa una idea provocativa: todas las sociedades que existieron hasta hoy, inclusive la nuestra, son todavía “prehistóricas”, si restringimos la definición de “históricas” a unas sociedades en que las personas vivan libres y felices, gozando de la sabiduría acumulada por las anteriores generaciones, sin hambre, sin enfermedades curables y sin el trabajo duro que esclavizó a incontables antepasados, gozando de la belleza y la fraternidad. 

Esta sociedad imaginaria, que él llamó el comunismo, no ha existido ni existe aún, pero Marx afirma que podrá existir, y que será el comienzo de una verdadera “historia” para la humanidad. 

Lejos de despreciar al capitalismo, Marx lo alababa, y como vimos considera a la “era de la burguesía” como “el primer gran momento de emancipación” para la humanidad. ¿Cómo es posible que el propio fundador del movimiento comunista alabe de ese modo al capitalismo, que como todos sabemos, es un sistema de explotación de los trabajadores? Es que Marx atribuye al sistema capitalista ciertas cualidades progresistas, respecto a las sociedades anteriores, que permitirán a la humanidad avances que irán mucho más allá del propio capitalismo. Marx denomina “Modo de Producción” al tipo de relación entablado entre ciertos grupos internos de las sociedades humanas para realizar la producción material de la vida, como la comida, la vivienda, la ropa, etc. Se trata de un concepto bastante abstracto. Ciertos tipos de modos de producción (salvajismo, barbarie), poseen una productividad material muy baja, lo cual impide que en ellos se acumulen excedentes; la sociedad consume todo lo que se produce y casi nadie puede vivir sin trabajar. Por eso no están divididos en clases sociales, y se los denomina “pre- clasistas”. En las “sociedades con clases”, en cambio, la productividad del trabajo es suficiente para producir excedentes (comestibles, indumentaria, edificios, etc.) que pueden ser apropiados (generalmente a la fuerza) por un sector dominante, que consigue vivir sin trabajar. Los modos de producción más frecuentes que han sido estudiados son el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo. Los dos primeros y las modalidades pre- clasistas (salvajismo y barbarie) suelen denominarse “pre- capitalistas” (1). 

Las formaciones económico- sociales (concepto también elaborado por Marx, que coincide aproximadamente con lo que llamamos “naciones”) con el predominio de modos de producción pre-capitalistas, suelen denominarse “de acumulación simple” debido a que su producto económico crece muy lentamente, de manera vegetativa, o no crece en absoluto. Esta tendencia al estancamiento secular es compartida por formaciones económico- sociales pre- capitalistas muy alejadas entre sí en el tiempo y el espacio: Grecia, Roma, China, India, Aztecas, Incas. 

En cambio, desde que el capitalismo se convirtió en predominante dentro de algunas formaciones económico- sociales (como la británica, la belga y la francesa, a fines del siglo XVIII) mostró que su cualidad más evidente era su capacidad de aumentar rápidamente las riquezas que se producían, que crecían por año mucho más que la población. Esto permite denominar al modo de producción capitalista como “de acumulación ampliada”. 

La acumulación ampliada no puede deberse al hecho de que el sistema capitalista de producción produzca para el mercado, ya que el esclavismo mercantil ateniense y el romano, por ejemplo, producían también predominantemente para el mercado, lo mismo que una parte de las formaciones económicas feudales. La acumulación ampliada debería adjudicarse a aspectos exclusivos del modo de producción capitalista. 

Al principio, las primeras explotaciones capitalistas utilizaban las mismas técnicas desarrolladas por el artesanado feudal. La “manufactura”, típica de las fábricas capitalistas del siglo XVIII, era una reorganización laboral en la cual una determinada técnica artesanal era dividida en numerosas acciones sencillas que eran realizadas sucesivamente por operadores de baja calificación, usando herramientas como martillos, pinzas y punzones. Por lo tanto, el primer avance capitalista sobre el feudalismo no se debía a la introducción de grandes avances científico- técnicos, sino a una simple reorganización del trabajo: del simpe taller artesanal, en que unos pocos trabajadores hacen todo, a las grandes fábricas en que innumerables obreros hacen una sola tarea sencilla cada uno. 

En la segunda mitad de ese siglo y comienzos del siglo XIX una nueva innovación reforzó los resultados de la reorganización del trabajo: se comenzó a introducir maquinaria (por ejemplo el telar automático y el motor de Newcombe). A comienzos del siglo XIX comenzaron a aplicarse hallazgos científicos. El gran avance capitalista fue preparado por la reorganización del trabajo, pero fue llevado a cabo por la “gran industria”, basada en los avances científico- técnicos. 

Las reorganizaciones laborales y las innovaciones científico- técnicas constituyen el modo en que el capitalismo amplía la acumulación; pero no explican el por qué lo hace. Después de todo, la humanidad había permanecido miles de años creciendo lentamente y aplicando técnicas muy sencillas y probadas, pero mejoradas poco a poco: el arco romano, los acueductos cartagineses, el molino de viento medieval, la pólvora china, la imprenta. ¿Pero cuál era el motivo del bullir de innovaciones en el naciente capitalismo? Marx explica el mecanismo a través de la teoría del valor- trabajo (introducida por David Ricardo). 

Aristóteles, en el siglo IV antes de nuestra era, tuvo la perspicacia de reflexionar sobre un fenómeno que en su época todos consideraban obvio (Einstein afirmaba que el genio trabaja con lo obvio). El griego observó que, en el mercado ateniense, era factible trocar una mesa de madera por cierto número de piezas de tela. Vio que los mercaderes eran capaces de calcular con soltura la equivalencia en esas y otras variadas operaciones comerciales. Pero ni ellos ni Aristóteles pudieron explicar cómo dos objetos tan diferentes como la mesa y la tela tenían algo en común que les permitía ser intercambiados. Aristóteles concluyó que era un misterio insondable, cuya solución dejaba para los sabios de las generaciones venideras. 

Dos mil años después, mientras el sistema capitalista se hallaba en la infancia, uno de sus primeros teóricos, el británico David Ricardo, develó el misterio: lo que todas las mercancías poseían en común era la cantidad de trabajo humano acumulado, insumido en su producción (en realidad Ricardo se refería más bien al valor “de cambio”; Marx completó el concepto más abstracto de “valor”). Las mercancías, como pre- condición, deben tener un valor “de uso” (la comida se come, la ropa puede vestirse, etc.), pero para que algo además tenga “valor de cambio” (Ricardo) es preciso que alguien haya invertido determinada cantidad de esfuerzo humano para producirlo. Por ejemplo, el aire es útil, se respira, pero no tiene valor de cambio. Marx unió ambos conceptos: el tiempo de trabajo humano invertido en la producción de objetos útiles genera valor. 

En el modo de producción capitalista, la clase de los capitalistas invierte su riqueza en comprar cierta cantidad de insumos y maquinaria (denominado por Marx “Medios de Producción”- “capital constante”) y cierta cantidad de tiempo de trabajo humano (que Marx llamó “Fuerza de Trabajo” o “capital variable”, o sea el salario de los trabajadores). Luego de cierto lapso, su unidad productiva ha generado cierta cantidad de mercancías, que el capitalista vende en el mercado, obteniendo una ganancia respecto de la plata que invirtió al comienzo. 

Pero el capitalista no ha estafado a nadie; los insumos y la maquinaria los ha comprado en el mercado al precio que los proveedores le exigieron. Y los salarios de los trabajadores, esto es, el precio de la fuerza de trabajo, los abonó de acuerdo a lo que estipula el mercado de trabajo (básicamente el “trabajo necesario”, o sea el precio de alimentar a cada trabajador y su familia, incluyendo otros gastos como vivienda, vestimenta, iluminación, viáticos y frecuentemente medicinas y educación). 

Pero si el capitalista pagó el precio que el mercado exige para los insumos y la fuerza de trabajo, ¿de dónde sale su ganancia? Marx descubrió que procedía de la fuerza de trabajo, la cual era una mercancía muy particular. 

Efectivamente, cuando se gasta la máquina y el resto de los insumos, el valor íntegro de esas mercancías queda incorporado al precio del producto. Pero cuando se “gasta” la fuerza de trabajo, el resultado es extraño: el valor incorporado en el producto es mayor que el precio abonado bajo la forma de salarios. Marx denominó esa diferencia favorable al capitalista como “plusvalía”, y de ésta procede la ganancia que el burgués se embolsa. 

Este descubrimiento de Marx, efectuado a comienzos de la década de 1850, resulta muy valioso, porque en su época nadie entendía bien de dónde salía la ganancia capitalista, y algunos “economistas” incluso la atribuían a las máquinas, a Dios, etc. 

Sin embargo, un modelo de este tipo explica solamente el misterio de la ganancia; la operación podría continuar indefinidamente, el capitalista comprando insumos y fuerza de trabajo, y atesorando sus ganancias, o gastándola en viajes, lujos y festines, como habían hecho antes que él innumerables generaciones de amos esclavistas y señores feudales. 

El capitalismo constituiría así otro sistema de acumulación simple, vegetativo. Pero lo que se observa es que, por el contrario, no sin problemas, zigzagueos y momentáneos retrocesos, el producto de las formaciones sociales con hegemonía capitalista crece y crece. ¿Cuál es el misterio de la acumulación ampliada? 

El capitalista podría invertir sus ganancias bajo la forma de nuevo capital constante y variable, esto es, insumos y fuerza de trabajo, pero sin agregar más tecnología. Si el burgués adquiere nuevas máquinas idénticas a las que posee, insumos iguales también, e incorpora más trabajadores similares a los que están operando las máquinas que ya poseía, va a producir más y más de las mismas mercancías, obteniendo más y más ganancias, etc. Este proceso, generalizado, va a hacer crecer la economía de la formación económico- social de una manera pareja. 

Pero lo que se observa en la realidad es otra cosa: el crecimiento es mucho más rápido de lo previsto, porque el capitalista introduce sistemáticamente innovaciones científico- técnicas en la maquinaria y el proceso de la producción. 

La innovación técnica de la producción es una virtud del modo de producción capitalista desde sus comienzos. Los capitalistas buscan la manera en que pueden mejorar sus ganancias. Una manera es aumentar la plusvalía disminuyendo los salarios de los trabajadores, o aumentando el tiempo de trabajo. Éstos resultan difíciles de convencer en tal sentido (por lo cual esta línea de mejorar la ganancia resulta ardua, y en realidad hay poco para quitarles). 

Además cada capitalista tiene otra manera obvia de aumentar sus beneficios: mejorar su propia tecnología de producción. A ningún comprador le interesa con qué tecnología está producida una determinada mercancía; le interesa su valor de uso. Si fue producida con una técnica innovadora que hace que su calidad sea igual o mejor, y su costo de producción más bajo, el capitalista puede ofrecerla al mercado a un precio más bajo que el de sus competidores, y sin embargo obtener ganancias superiores. 

Esto se debe a que el precio del mercado de una mercancía promedia la oferta de todos los capitalistas que la producen. En general este precio se conforma a partir del costo de producción de cada uno. Si alguno de los capitalistas logra producirla a un costo menor, se embolsa la diferencia como una renta adicional. Y este beneficio se mantiene hasta que todos los capitalistas que producen esa mercancía han adoptado la innovación técnica que disminuye los costos de producción. 

La historia del capitalismo es la historia de la introducción reiterada de innovaciones técnicas en la producción de mercancías por parte de algunos capitalistas, la generalización de tales avances, y la introducción de nuevas innovaciones. La relación entre la cantidad de capital constante (edificios, máquinas, insumos, etc.) y el capital variable (esto es, los salarios) de una unidad productiva se denomina en la teoría marxista composición orgánica del capital y va aumentando a lo largo de la historia. ¿Por qué ocurre eso? Porque, como ya dijimos, cuando un capitalista invierte en una innovación, la composición orgánica de su capital aumenta y su costo de producción baja, pero no el precio de su producto en el mercado, con lo cual obtiene una ganancia superior a la de sus competidores. Éstos se ven compelidos a realizar una inversión similar para no verse desplazados del mercado (dado que el capitalista innovador puede bajar un poco los precios sin verse perjudicado). El resultado es una carrera sin fin hacia el progreso técnico. 

Ahora comienza a entenderse por qué Marx denomina al capitalismo como primer “momento emancipador” de la humanidad: porque en su afán de lucro, el capitalista no sólo explota a sus trabajadores, sino que además crea una cascada de riquezas incalculable y estimula el desarrollo del conocimiento científico- técnico, con lo que emergen nuevas necesidades y nuevas formas de riqueza, en un proceso sin fin. Sin ese aumento vertiginoso de riqueza y de sabiduría, generado por el sistema capitalista, no habría emancipación posible para la humanidad respecto de la ignorancia, la enfermedad, el trabajo duro y la pobreza. No es que el capitalista sea generoso, sino que se conduce de ese modo por su deseo de un beneficio creciente y sin fin. 
Pedro Cazes Camarero

El dinero es una forma abstracta (o sea indeterminada) del valor (trabajo humano concentrado) que contienen las mercancías. Fue inventado varias veces, hace miles de años, mucho antes del surgimiento del capitalismo, por la sociedad esclavista mercantil en diferentes países. Pero el dinero, una vez creado, va pasando de mano en mano, de manera prodigiosa, y se autonomiza por completo del poder que le dio a luz. 

La autonomía del dinero generó un conjunto de efectos secundarios, no planificados por nadie. Hemos visto que el trabajo humano se acumula en las mercancías en forma de valor. También vimos que la acumulación ampliada de la riqueza generada por el sistema, se basa en la conversión en capital del trabajo no remunerado del que se apodera la burguesía, esto es, la plusvalía. 

Marx llama “fetichismo” al reemplazo de las relaciones humanas por relaciones entre objetos, propias del mercado capitalista, como el trabajo humano abstracto y el dinero. Pero este fenómeno perverso de reemplazo, de conversión de trabajo en dinero y de éste en fetiche, constituye a la vez un principio progresivo, ya que la capitalización de la plusvalía (generada por la explotación) en capital lleva directamente a la creación de riqueza y sabiduría, que constituyen la materia prima emancipatoria para que los explotados liquiden a la explotación. Sin embargo, fue entendida por el pensamiento socialista inaugural del siglo XIX no como principio tautológico (o sea repetitivo) del trabajo (esto es, el aspecto progresivo de la acumulación), sino solamente como malvada subjetividad explotadora del capitalista (o sea, dentro del fetichismo jurídico burgués, del que por entonces era imposible liberarse). 

Continúa en el Capítulo 2.

(") Pedro Cazes Camarero, argentino, farmacéutico, 1945. Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Epistemología. Ex director de "Estrella Roja" (órgano del Ejército Revolucionario del Pueblo- ERP-), "El Combatiente" (órgano del Partido Revolucionario de los Trabajadores - PRT-) y "Crisis". Autor de numerosos artículos y libros, entre ellos "Las Estrategias de la Aurora", de próxima aparición (Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2019). Premio "Ramón Carrillo" (2010). Miembro del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Columnista de "Cuadernos de Crisis/Purochamuyo".