miércoles, 29 de abril de 2020

LA FUGA, Por Josefina Minatta(") para Vagos y Derecho


La guardia nacional
anda buscando
a un hombre

un hombre espera
esta noche llegar
a la frontera

el nombre
de ese hombre
no se sabe 



“Epitafio para Joaquín Pasos” 

Ernesto Cardenal 



Hará unos diez años, un tipo que habíamos detenido se fugó. No era un preso cualquiera sino un sicario, un asesino, un hombre temerario, peligroso, vinculado a la banda narco mas pesada de la zona de Gualeguaychú. Durante siete años, la prefectura había investigado el trafico de drogas a través del Rio Uruguay: El clan Barragán cruzaba hasta Fray Bentos desde un campito con salida a la costa, lo que era un viejo frigorífico abandonado. En motos de agua, la cocaína estaba en menos de siete minutos del lado uruguayo. Las veces que quisimos atraparlos, los Barragán se deshacían de su carga con ayuda del agua, correntosa y marrón, que les escondía el botín. Por eso siempre estaban en la mira y por eso llamó la atención la llegada del nuevo. Aguirre fue quien lo advirtió. Hay uno nuevo, doctora, y no es cualquiera. El Max se vino para acá y está con ellos. 



El Max andaba acá. Miré los videos, las investigaciones, los antecedentes. Era una mole de dos metros, ceño fruncido, nariz cuadrada, mirada dura, estilo boxeador. Se lo notaba duro y curtido. Usaba una falsa identidad y en la cintura llevaba una Browning 9 mm que pude ver cuando al minuto treinta y cinco se saca la campera. Desde Montevideo llegó su legajo. Varias rapiñas como menor, resistencia a la autoridad, un homicidio a los veintidós años, un secuestro extorsivo, otro homicidio. Una psicóloga informaba, en el informe de personalidad, que “el interno había aprendido a valorar su propia vida por sobre la de los demás, no dudando en quitar la ajena por defender la suya”. Dictamina desprecio por la vida y aconseja medidas de máxima seguridad. Una condena eterna a cumplir tras los muros del penal de Libertad. 

¿Cómo había llegado hasta acá? Su último hecho: Acribillar a otro preso, amenazar a un guardia cárcel y escapar, vestido de penitenciario. En la calle tuvo documentos, unos mangos, la Browning. Llegó hasta la frontera y allí, donde el rio es soledad y misterio, inconmensurable silencio, fue sencillo cruzar. 

Al poco tiempo cayeron todos, los Barragán y el Max. 


La fuga entonces significó un escándalo. Las cámaras de la unidad penal registraban a un tipo alto y atlético salir al patio de la cocina, apoyar una escalerita destartalada contra el muro, subirla velozmente y saltar con elegancia hacia la calle, sin caer ni trastabillar, perfectamente parado, con una parsimonia de película. Se ve que se aleja, sin necesidad de correr siquiera, caminando, silbando bajito, confundido entre los fresnos por la avenida desierta esa siesta de domingo. 

El Max se escapó como pancho por su casa y eso costó la cabeza del director de la penitenciaría, el despliegue de brigadas federales, investigaciones internacionales, alertas rojas de interpol. Cierre de fronteras. Nada. 

Con el tiempo se dijo que un helicóptero lo cruzó a Paysandú, que había ido a ajustar cuentas pendientes, que traficaba opio en un submarino, que le habían encargado matar a un juez en Porto Alegre, que se había asociado a unos evangelistas para lavar dinero. Se decía, se decía. Pero el Max había burlado todos los controles y se había hecho humo. Yo dejé Concepción del Uruguay y me olvidé del caso por todos estos años. 



A mi me encantan las historias en papel. Es antiguo, lo se, pero disfruto marcar las hojas, doblar la pagina donde dejo de leer. Y el ambiente literario del Ateneo Grand Splendid, el secreto placer de un cafecito, la New York Jazz Lounge sonando de fondo, la deliciosa posibilidad de hojear sin comprar, de leer y devolver a su lugar, de poder elegir tras degustar. Ahí me siento parte del mundo artístico sin serlo. Quizás por el dorado teatral de las molduras, la construcción oval y abalconada, el telón rojo pasión, las luces infinitas. Suelo buscar allí dos o tres libros, pedir café, ubicarme en los sillones del primer piso. Desde arriba miro a los lectores y a los turistas, los múltiples balcones, la cúpula de Orlandi, esa oda a la paz, esa esperanza nacida al óleo tras el fin de la primera guerra. 

Me apoyo en la baranda de bronce y cierro los ojos, y me voy al Parisien, 1914. Ese mismo lugar era entonces un teatro de variedades y bailarinas, un tugurio apenas, el juego clandestino, las chicas con tacón y labios mal pintados, rímel corrido, perlas de la noche. Huelo cigarros, whisky, risotadas, un pícaro Glucksmann. Rosita Melo al piano tocando “Desde el Alma”. Quiroga y Alfonsina besando al mismo tiempo las caras de un reloj. El reloj, el beso, los azahares. Gardel también pisó este suelo, pero no están ya ni Glucksmann, ni Gardel ni todos ellos. Un rayo a tiempo y se acabó la feria. 



En eso estaba aquel octubre mirando distraída, buscando cuentos para Belén y Manuel, discos para Victoria, las cosas de siempre. Un paseo, una lectura, un par de regalitos. Entonces me pareció ver una cara conocida, un rostro que me sonaba, que bien podía ser empleado de alguna oficina, cajero de un supermercado, oficial notificador, cartero. Quise recordar de dónde lo ubicaba. El estaba parado sobre la baranda de enfrente, apoyado y leyendo. Despreocupado. 

Fueron flashes. Allanamiento. Chaleco antibalas. Cuerpo a tierra. Sirenas, disparos. La detención. Las muñecas precintadas. Las zapatillas enormes sin cordones. Los títulos de diarios. Sus ojos amenazantes. La sala de audiencias. ¿Su DNI? Nunca tuve DNI. ¿Dirección? Penal de Libertad, San José, Uruguay. ¿Hijos? Cuatro. ¿Esposa? Mónica Lima. 

Mónica Lima y los ojos se le hicieron agua. Escondió sus lágrimas, y no las quise ver. Después de todo, los sicarios no lloran. 

Sentí una inyección de nervios. ¿a quien llamar? A Mariela. Mariela sabe todo. Lo conoce. Sabe a quien recurrir. Es rápida. Puede librar una orden de detención urgente. ¿O llamo a Nicolás para que mande una brigada especial? Aguirre se retiró. La puta madre, Aguirre. 

Me aseguré de ubicarme donde no pudiera verme, tratando de ahogar la adrenalina, la extrema tensión, el infinito miedo. Quería apurar la situación, él estaba ahí a cuatro o cinco metros, un poco más gordo, un poco más viejo, no tan viejo igual, pero si más canoso. 

De pronto un éxodo de gente al escenario, todos moviéndose a escuchar al Pipi Piazzola. Qué banda inoportuna, carajo. Se amontonaron todos y el Max también se amontonó. 

No era posible un solo error. No era posible un solo paso en falso. Estaba segura que venía calzado, que si yo me equivocaba todo sería balacera y muertes, pero él estaba ahí, tan tranquilo, tan mejorado quizás, tan con sus crímenes a cuestas, sus robos, sus rapiñas, sus víctimas. Estaba al alcance de mi mano. 

En un impulso tomé la decisión, escondí mi Bersa, me acerqué despacio entre la gente, me paré a su lado. Lo sentí respirar y transpirar. Agua en mi espalda. Él, en cambio, sentía la música como quien oye llover. 

De reojo lo vi mirar hacia un costado, estirar el cuello, levantar la mano, decir en un murmullo Lucía, vení, Lucía. La nena vino hacia sus brazos y el la subió a caballito. 

Así salió con ella hasta la calle, hasta su libertad, hasta la noche negra y estrellada en que se había transformado el día. Otra vez, silbando bajito. 



Josefina Minatta 

Concepción del Uruguay, 19 de abril de 2020 

(") La autora es abogada y miembra del Ministerio Público de la Nación.























miércoles, 22 de abril de 2020

EL BAR, Por Claudio Javier Castelli(") para Vagos y Derecho





La fecha pone un principio de realidad
a la noche que se desliza con gracilidad.

Entonces esos países y serena
como todas las madreselvas
se escabullían
como un horizonte
maligno y valeroso.

Alguien tocaba un piano
en medio de aquella soledad.

¿Quién tendrá los pasos para volver a
 tus pies que señalaban el amanecer?

Algo de todo eso que sentimos
tendrá aquella noche
cuando resplandecía tu pareja
 y una pizca del brillo de los zócalos
ha de venir a saludarme.

No hay pasión ni desdicha
Ni “invisibles aves muertas”;
te vas del cuchillo de tu pollera

nosotros los que estamos
acodados a las mesas
nos refugiamos
en la desazón
que dejan las cosas
cuando nadie las ve.-

Abril de 2020.-




(“) Nacido en La Paz, Entre Ríos, el 16 de Diciembre de 1957, abogado penalista (UBA), maestrando de filosofía del derecho (UBA), periodista egresado de la Escuela de Periodistas del Círculo de la Prensa, ex docente del Departamento de Derecho Penal y Procesal de la Facultad de Derecho de la UBA, ex docente de Introducción a la Sociedad y el Estado materia obligatoria del CBC. Miembro fundador del INECIP (Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales), miembro de la Comisión Directiva del CIPCE (Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica) y colaborador desde su fundación en 2003 del CEPPAS (Centro de Políticas Públicas para el Socialismo). Ex miembro de la Justicia Nacional en lo Criminal y Correccional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ex Asesor Jurídico del CAEP (Centro de asuntos y estudios Penales del Banco Central República Argentina), ex Asesor Jurídico de la Superintendencia de Seguros de la Nación, ex Asesor Jurídico en la Unidad de Información Financiera, ex Asesor de la Biblioteca Doctor Raymundo Miguel Salvat, actualmente es Director de Litigios Penales de la Unidad de Información Financiera. En toda esa actuación laboral desempeñó y desempeña su profesión en el área criminal económica, criminal financiera. Ha publicado numerosos artículos de derecho Penal, Filosofía, Política, Literatura y Poesía, en libros y revistas, así como en los dos blog de los cuales es editor: vagosyvagasperonistas.blogspot.com y vagosyderecho.blogspot.com . Concurrió durante varios años al Taller de Escritura de Hugo Correa Luna, posteriormente del poeta Enrique Blanchard, y finalmente de los poetas Daniel García Helder y Arturo Carrera. -Libros: -"Todo y Nada”, Ediciones de la Cantiga, 1990, Bs. As. -"LLueve en las raíces. Trilogía poética de fin de siglo”, Ediciones del Jinete Insomne, Bs. As, 2018. Actualmente es Coordinador de la Agrupación Vagos y Vagas Peronistas.-

sábado, 18 de abril de 2020

Invocación finisecular de Lady Nightingale* Por Susana PEÑALVA** para Vagos y Derecho

Florence Nightingale (1820-1910)



Oh la dulce genciana de la noche.
Georg Trakl***



Cien cortinas de niebla se descorren

mil cristales de sal se desintegran

en la antesala del desierto níveo

en que sutiles seres se desvelan

por capturar el instante infinito

que sólo filtra su reloj de arena...

del paraíso terrenal esquivo/

de la belleza herida « por los siglos »/

del absoluto que les fue negado/

del tiempo y el lugar desvanecidos.

En la aurora abismal en que la luna

vista de nuevo el traje de heroína

y arda otra vez en pos de su quimera,

alguien ha de encarnar la hechicería…

y la alquimista de aura redentora

que al ocaso encendió su última vela

podrá inscribir en paz en el poema:

« Cuídate del temblor...

Ha muerto Florence ».




mayo de 1993 – 7 de abril de 2020



* Florence Nightingale (Florencia, 1820 - Londres, 1910). Enfermera británica, figura legendaria forjada en la atención y los cuidados que prodigó a los soldados heridos durante la guerra de Crimea (1854-1856); fue pionera de la formación profesional para la enfermería moderna y de la utilización de las estadísticas en el campo de la salud. 

** Susana Peñalva es doctora en Sociología por la Université Paris VIII, investigadora y traductora; autora de numerosos artículos de ciencias sociales, y de diversos poemarios inéditos en español y en francés –entre los cuales Postales de un país remoto: la patria prometida, al que pertenece este poema. 

*** « Canción de Occidente » (diciembre de 1913), Sébastien en rêve.

lunes, 6 de abril de 2020

EL RÉGIMEN CONSERVADOR DE MACRI Y LA CORTE SUPREMA, Por Gabriel Macaggi(") para Vagos y Derecho




3° Foro Instituciones de la Democracia vs Neoliberalismo 

El Nuevo Código Civil y Comercial: EL RÉGIMEN 

CONSERVADOR DE MACRI Y LA CORTE SUPREMA 

(y algo menos sobre los fallos “FONTEVECCHIA”, “CEPIS”, “ABARCA” y “FERNÁNDEZ”). 



(Ponencia presentada en UNSAM-IDAES el 30 de mayo de 2017) 

Por Gabriel Macaggi (*) 



Lo primero que quisiera destacar es que -esta iniciativa de dictar un nuevo Código Civil y Comercial- aparece durante el desarrollo de un proceso histórico (digamos, desde el año 2000, hasta ese momento en que se comenzó a trabajar la propuesta, que era el 2011/12) en el que varios países de América Latina -entre ellos la Argentina- resuelven tomar un rumbo diferente al, reiteradamente fracasado, fundamentalismo neoliberal que se había radicalizado en los años ‘90. Hoy, como sabemos, este rumbo se ha desviado. 

No voy a hacer referencia aquí a los rasgos progresivos que posee este flamante código. Están claros los avances en materia de “matrimonio”, “adopción”, la “unión convivencial” (que antes se llamaba concubinato), “divorcio”, las técnicas de reproducción humana asistida, (inseminación artificial o la fecundación in vitro), la "responsabilidad parental" (se terminó con el viejo régimen de la “patria potestad”), los derechos a la dignidad e intimidad, honor e imagen, entre otros. Sólo sugeriré algunas causas de por qué no se avanzó más en otros temas, algunas de sus consecuencias y lo relacionaré con el desempeño de la Corte Suprema de Justicia a partir de 2016. 

Como se sabe, el NEOLIBERALISMO es un proceso de aniquilamiento progresivo de derechos sociales (me refiero a los derechos laborales, salud, vivienda, agua potable, etc.), individuales (como encarcelamientos arbitrarios y ausencia de garantías), y democráticos, (represión a la movilización social, restricción a la participación, etc.) y ambientales. Ocurrió con dictaduras y reapareció con regímenes democráticos. En este último caso, algunos politólogos, observando que las elecciones periódicas seguían sucediendo con relativa “normalidad”, pero alarmados por la restricción creciente de derechos sociales e individuales, la concentración de la riqueza, el casi nulo respeto por las instituciones demoliberales, la impunidad de los poderosos y la falta de participación de la sociedad, han resuelto denominar a estos sistemas políticos como “democracias delegativas” o de “baja intensidad”. 

En los países subdesarrollados como el nuestro, el neoliberalismo, implica -en el largo o mediano plazo- un proceso necesariamente violento, tanto en acto o como en potencia; así, el sistema económico adquiere un carácter concentrado y “primarizado” (se abandonan los procesos industriales –que son los únicos que multiplican empleo- y se especializa al país en materias primas), se promueven las actividades financieras, los sectores altos tributan muy poco en relación a sus pares de los países desarrollados (desfinanciando el Estado), generando todo esto una distribución regresiva del ingreso, con escaso empleo y de baja calidad, creando –a su vez- una enorme masa de marginados. La sociedad se fragmenta y sus integrantes se “individualizan”, y en paralelo, el Estado –cada vez más antidemocrático y más ausente en temas como salud o educación pública- se hace más activo en la represión; se sobreactúa la política de “seguridad”, la lucha contra las “mafias”, el narcotráfico o el terrorismo, imponiendo a los más desventajados un sistema de violencia simbólica, al crear un escenario virtual de individuos que -se sugiere- deben competir entre sí de manera despiadada. Los ganadores de la nueva “meritocracia” (esto es, el poder de los “exitosos” que han hecho más esfuerzo, liquidando a sus competidores), se salvan y de esta manera quienes viven una situación económica miserable deben aceptarla, ya no como castigo divino como en tiempos antiguos, sino porque eso significa que no han hecho mérito suficiente para progresar en sus vidas. Por supuesto que esto es una síntesis incompleta y estoy dejando de lado la hecatombe ambiental y otros temas materiales y simbólicos no menores. 

Ese proceso de desmonte y desarticulación de derechos individuales, sociales y democráticos se inicia en Argentina y Chile en los años ‘70 en plena dictadura de Pinochet y de Videla. En Estados Unidos, con el gobierno de Reagan, en Inglaterra con el régimen de Thatcher. Por supuesto, también se profundiza -y recicla periódicamente- en la América Latina ya democratizada de los ‘90, en México, Brasil, Ecuador, Perú y otras naciones. 

En este escenario que, como no podía ser de otra manera, fue catastrófico para América Latina, aparece el protagonismo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante, CorteIDH), que surge de la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969, conocida como Pacto de San José de Costa Rica (en adelante, “Pacto”). 

La CorteIDH fue desarrollando una jurisprudencia (es decir, sus fallos) y una doctrina progresiva en materia de derechos sociales, individuales, civiles y democráticos. Tan democrática y tan progresiva es esta jurisprudencia que EE.UU. se cuidó de no ratificar jamás este Pacto y por tanto no debe responder a demandas ante la Corte Interamericana como lo hacen los Estados latinoamericanos 

Es que el “Sistema Interamericano de Derechos Humanos” del Pacto estaba funcionando demasiado bien como para que los gobiernos conservadores toleren ese control o monitoreo, por eso Argentina acaba de salir (de hecho) del Pacto de San José de Costa Rica con el último fallo de la Corte Suprema: el vergonzoso fallo “Fontevecchia” que estableció que las decisiones de la Corte Interamericana no eran obligatorios para el Estado argentino, a pesar de las disposiciones expresas que dicen todo lo contrario en la Convención Americana y del Derecho Internacional que dispone que los Tratados están para cumplirse (como dijo un prestigioso jurista luego de esa sentencia: la nueva mayoría de la Corte cree no ser parte del Estado ni se siente obligada a cumplir con los compromisos internacionales asumidos por la Argentina). 

Claramente, este tipo de compromisos internacionales es fuente de preocupación para el gobierno conservador de PRO-UCR-CC. Por eso, una de las primeras cosas que hizo el juez ultraconservador –y abogado de grandes empresas- Carlos Rosenkrantz, fue proponer un fallo que desconociera lo ordenado por la Corte Interamericana. Inclusive, jueces que antes habían escrito y firmado que los fallos de la CorteIDH eran obligatorios -como Ricardo Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco- aceptaron sin chistar la nueva doctrina del fallo “Fontevecchia”, con la única disidencia de Juan Carlos Maqueda, que optó por mantener la coherencia con sus fallos anteriores. 

En realidad, si uno seguía los artículos y la trayectoria de Carlos Rosenkrantz, previos a su designación, se podían observar 3 obsesiones (aparte de los buenos negocios): el derecho laboral, los juicios por crímenes de lesa humanidad y la actividad de la Corte Interamericana (sobre todo, en materia de garantías individuales y derechos sociales). En los tres casos trabajó denodadamente desde el primer día de su ingreso a la Corte. Y durante el primer año pudo formar y negociar distintas mayorías para limitar los derechos laborales, desconocer a la Corte Interamericana y crear un camino para terminar con los Juicios por Crímenes de Lesa Humanidad (es el caso del malogrado fallo “Muiña” que otorgó el beneficio del 2 x 1 para genocidas). Por otro lado, resulta increíble que conociendo el perfil doctrinario retrógrado de Rosenkrantz, algunos juristas autodenominados “progresistas” y “deliberativistas”, hayan apoyado públicamente su postulación. Sobre este último tema me detengo aquí, por razones de espacio y de mi propia salud. 

Pero volvamos al Pacto. 

La Convención Americana sobre DDHH de 1969, es un ejemplo de cómo el sistema legal e institucional, respetuoso de los derechos democráticos, sociales e individuales, no sólo debe pensarse para su desarrollo progresivo bajo la gestión de gobiernos populares, sino, también, para cuando ocurre la desgracia –como el caso argentino en 2015- de que un sector de la sociedad elija (con mayor o menor conciencia de lo que hizo, no importa ahora eso), un proyecto político reaccionario que implique graves retrocesos en materia de derechos sociales, individuales y democráticos. En este caso los derechos perfectamente legislados y redactados se constituyen como “cartas de triunfo”, como decía el filósofo norteamericano Ronald Dworkin o como “diques de contención” ante ofensivas conservadoras, que tienen como objetivo –precisamente- debilitar la vigencia de los derechos sociales, democráticos e individuales y desconocer, por tanto, el orden constitucional y los pactos internacionales vigentes. El Pacto de San José de Costa Rica es uno de esos diques institucionales que opera no sólo contra gobiernos autoritarios sino, aun, cuando una sociedad –o una parte de ella- resuelven iniciar un camino civilizatorio regresivo. Como razona el jurista Luigi Ferrajoli, una declaración de derechos establecidos en un Tratado Internacional de Derechos Humanos es un sistema que está por encima, no sólo del Estado/Nación sino –inclusive- de la misma voluntad popular. 

Se sabe que faltaron, o fallaron, temas en el nuevo Código Civil y Comercial. Entre otros temas, y en lo referido al derecho civil, resulta lamentable que se haya reducido el llamado “camino de sirga” o el espacio público que se debe dejar desde la orilla del río o mar (fue limitado de 35 que existía en el viejo código a 15 metros). Es triste, también, la ambigüedad o escasa referencia de temas tan importantes como el derecho de acceso a la vivienda, el derecho al agua en un país en que la actividad minera irresponsable está haciendo estragos con los ríos y las napas. También faltó el desarrollo del capítulo dedicado a los derechos a la posesión y propiedad de las comunidades indígenas y a su participación y consultas en los emprendimientos mineros y de otros tipos que afectan sus territorios. También hubo algunas incongruencias en la esfera comercial: por ejemplo, muchos principios de la “parte general” están redactados en base a una propuesta de un jurista socialdemócrata como Ricardo Nissen, mientras un segmento importante de los artículos de los contratos comerciales están redactados por abogados de grandes empresas, de perfil conservador y neoliberal. 

Ahora bien, yendo a la cuestión del tratamiento institucional del Código Civil y Comercial, creo que ello es un caso testigo del funcionamiento del deteriorado Sistema Político Argentino. En ese entonces, la oposición se oponía porque había que oponerse a todo y, como dijo un dirigente rural en 2008, había que “desgastar al gobierno en todo lo que se pueda”. Era claro que existía un organizador principal que era un conocido multimedio y que -en sociedad con otro medio tradicional y ultraconservador- le ponía la agenda, el discurso y hasta el vocabulario a la ex-oposición y a los demás medios, de la misma manera que hoy lo hace con el oficialismo. 

La pregunta es si podía haberse organizado un debate más profundo, sin grandes apuros, con mayor racionalidad y serenidad, como si la Argentina fuera un sistema parlamentario escandinavo. Bueno, claramente no lo era. Creo que eso explica los límites de la reforma. Con cada tema que se proponía o se incorporaba o que se sugería, aparecía algún personaje escandalizado, tergiversando todo, con un enorme espacio en el multimedio -y sus repetidoras- dónde se denunciaba el intento del gobierno por instalar un régimen tiránico o totalitario. Nada más llamativo, por ejemplo, que la batahola que ocurría cuando se intentaba poner el derecho de propiedad como “función social”, calificación que existe en muchas legislaciones del mundo. Por eso, algunos funcionarios resolvían retirar propuestas o suprimir algunos temas o artículos conflictivos para evitar que esas cuestiones empantanaran la iniciativa legislativa central del nuevo código. 

Otro de los temas increíblemente ausentes en ese Código, y al que quiero referirme especialmente, son las denominadas “ACCIONES DE CLASE”, acciones colectivas o populares. Este tipo de acciones, de origen anglosajón, constituyen uno de los derechos democráticos más importantes que se están desarrollando en América Latina en los últimos tiempos. Las “acciones de clase” permiten que una persona o grupo de personas se puedan presentar ante la Justicia y ellos mismos reclamar sus derechos por ellos y por toda la sociedad o todos los afectados, por actos ilícitos, abusos u omisiones arbitrarias de una Empresa o del Estado. Están expresamente legisladas en gran parte de los países democráticos del mundo y nosotros tenemos varios proyectos muy interesantes en el Congreso, pero que desde hace años duermen el sueño de los justos. También, existieron propuestas para incluirlo en el Código Civil que, sin embargo, fueron inexplicablemente abandonadas. Reitero que, las “acciones de clase”, son una institución de tradición anglosajona que podría copiarse de EE.UU. y que nadie las interpretaría como una institución de carácter “socialista”, en el caso de que esto fuera un descalificativo. 

Lo paradójico de las “acciones de clase” es que tienen un gran desarrollo en los EE.UU., pero nosotros no solemos copiar de los norteamericanos aquello que hacen bien. Nosotros de ellos solemos imitar lo peor que tienen: el hiper-presidencialismo, el sistema carcelario, la policía brava, la mano dura, la precarización laboral, ciertos segmentos de cultura frívola y superficial, la fantasía meritocrática, etc.. Otro ejemplo, y que tiene estrecha relación con las “acciones de clase”, es el sistema jurídico vinculado a los “derechos de usuarios y consumidores” que en EE.UU. tiene un sistema de desarrollo de muy superior a la Argentina y que se consolidaron al calor de las grandes movilizaciones populares de los años 50/60. Nuestro país tiene graves problemas con respecto a los derechos del consumidor y del usuario, al no tener una buena legislación, ni instituciones administrativas eficaces, ni tribunales judiciales para su tratamiento rápido, gratuito, eficaz y sencillo. Lo que tampoco se suele tener en cuenta es que los tribunales barriales de “menor cuantía” (o “small claims courts”, como los llaman en EE.UU.) serían un buen sistema de mediaciones para evitar peligrosas contiendas entre vecinos, familiares o de “clientes vs. comerciantes”, conflictos que muchas veces terminan en hechos violentos. 

Pues bien, inexplicablemente las acciones colectivas que -por ejemplo- se utilizan también en el ámbito privado, para el caso de empresas que abusan de sus clientes, contaminan el medio ambiente, o contra el Estado en casos de abusos en materia de libertades públicas y de derechos individuales y que nos implican a todos, fueron suprimidas del proyecto de Código y no se conocen razones públicas serias de por qué ello ocurrió. 

Este vacío legislativo posibilitó dos hechos atroces que ahora voy a explicar y que fue la cuestión judicial derivada de la decisión del actual presidente Mauricio Macri, de disponer aumentos exorbitantes e inconsultos sobre las tarifas de los servicios públicos. En efecto, en una primera oportunidad, tuvimos el fallo “CEPIS”, en agosto del año 2016, por el tema de las tarifas de gas, en donde la Corte -antes del ingreso del juez Carlos Rosenkrantz- dijo, en una sentencia (que resolvía el fondo de la cuestión) que las tarifas eran nulas porque faltaba el espacio democrático de la deliberación y la transparencia que implicaba la celebración de Audiencias Públicas y que eran también nulas por desproporcionadas e irrazonables. 

Hete aquí, que 20 días después, cuando llega a la Corte el tema de las tarifas eléctricas, los cortesanos anulan una medida cautelar (es decir, que no se trataba sobre el fondo del asunto) que suspendía los aumentos tarifarios de electricidad que jurídica y estructuralmente era el mismo caso que “CEPIS”. En este fallo “ABARCA”, si ustedes lo recuerdan, la Corte se despacha con una serie de excusas ridículas y formales (“falta de legitimación” o de “representación” de los demandantes) para hacer caer la causa y evitar intervenir en el juicio en que la Cámara Federal de La Plata (insospechable de kirchnerista) había dictado una medida cautelar, que suspendía los aumentos de tarifas, (porque los consideraba irrazonables y porque al mismo tiempo no tenían audiencia pública previa). Y encima, la Corte, les impuso, a modo de castigo, las “costas” del proceso (esto es, los gastos y los honorarios de los abogados) a los demandantes (es decir, a las víctimas de los desmedidos aumentos). 

¿Cuál era la diferencia del fallo “ABARCA” con el caso “CEPIS”? En términos jurídicos, estructurales e institucionales, CASI NINGUNA. En realidad, la única diferencia era que había ingresado el juez Rosenkrantz, que es el gran operador político del gobierno, que se ha propuesto “reformular” (en realidad, demoler) lo mejor de la jurisprudencia progresista que se venía desarrollando en la Argentina. Pues bien, por razones y negociaciones espurias (que al día de hoy desconocemos), con su ingreso, Rosenkrantz logra que los cuatro jueces que habían firmado el fallo “CEPIS” tres semanas antes, dictando la NULIDAD de los aumentos tarifarios de gas en un tema muy similar, resolvieran ahora APROBAR -de hecho- los aumentos de electricidad, al disponer la revocación de una medida cautelar porque, supuestamente, los peticionantes no tenían “legitimidad” (esto es capacidad de representación) para solicitarlo. 

En ese fallo absurdo, la Corte dice que un grupo de usuarios, legisladores, un partido político, un Defensor del Pueblo, una ONG de usuarios y consumidores y un club de barrio; ninguno de ellos tenían suficiente representación o legitimidad para peticionar e interponer acciones colectivas o de clase contra los enormes aumentos tarifarios. Les recomiendo que lean este fallo “ABARCA” como quien lee una comedia. Si, es un texto humorístico (aunque jurisprudencialmente muy triste). Las excusas expuestas sobre lo que le faltaría a cada uno de los peticionantes para ser considerados con suficiente “legitimidad”, para exigir la suspensión de las tarifas, son para el libro Guinnes de los records mundiales: y dentro del capítulo de las sentencias más absurdas y corrompidas de la historia de la Corte Suprema en Argentina. Sólo cuento una cosa: en relación a las dudas que había sobre si el “Club de barrio” podía representar al colectivo de los clubes y presentarse en carácter de afectado, la Corte liderada por el binomio Lorenzetti-Rosenkrantz (en ese momento socios), dijo que había que reenviar las actuaciones al juez de primera instancia para verificar si dicho club representaba a alguna categoría determinada de clubes “de barrio” o “de pueblo”: Bizarro (tanto los cortesanos como los juristas “republicanos” de la “democracia deliberativa” que jamás se atrevieron a criticarlo). 

Y, reitero, a modo de represalia, le impusieron –increíblemente- las costas del juicio a todos los demandantes, lo que significó que durante mucho tiempo nadie más interpuso amparos y/o acciones colectivas contra actos del Estado. 

Este es uno de los fallos más horribles de la Corte Suprema de la “Era Macri”. Y –repito- MUY POCOS SE HAN ATREVIDO A DESTACAR LO RIDÍCULO, AUTORITARIO Y GROTESCO DE ESTA DECISIÓN DICTADA POR UNANIMIDAD POR ESE “ALTO TRIBUNAL”. 

Y lamentablemente se pudieron tomar esta libertad a partir de la iniciativa de Rosenkrantz y del trabajo subterráneo que hicieron algunos operadores judiciales del oficialismo (muy serviciales), que le hicieron decir a los otros cuatro cortesanos TODO LO CONTRARIO DE LO QUE HABÍAN DICHO VEINTE DÍAS ANTES (e inclusive a lo que habían escrito muchos de ellos sobre las acciones colectivas en libros y artículos de otros tiempos). 

Y de paso, se tomaron la “licencia” de insultar a una jueza federal (Martina Forns) que había dictado algunas medidas cautelares en casos similares (una de ellas, la causa “FERNÁNDEZ, Francisco Manuel”) y que dispuso ACUMULAR las causas, de acuerdo a lo que dispone el código procesal y los principios generales de “pro-concentración de procesos” en las acciones de clase. La jueza, entonces, envió la causa “Fernández” a la Corte, que estaba interviniendo en la causa ABARCA en ese momento, y por el pedido expreso del mismo Ente Regulador, del Fiscal y del Ministerio de Energía (es decir, fue solicitado por el mismo Estado). Aparte de lo amenazante e injuriante de ese fallo “Fernández” contra la jueza (y sobre lo cual no voy a referirme mucho más porque me comprenden las generales de la ley), hay que destacar que, si se producía esa acumulación de procesos, la causa “ABARCA” quedaba perfectamente legitimada y la Corte debería haber fallado (y ya no tenía excusas para sacarse la causa de encima con argumentos ridículos como lo hizo). Por supuesto, que las inéditas agresiones y las descalificaciones de la Corte contra la jueza en el fallo “Fernández”, tenían como único objetivo amedrentar al resto del poder judicial: “ni se les ocurra dictar una medida cautelar contra el gobierno de Macri” era el mensaje (y con algunas excepciones, tuvo bastante éxito, diré). 

Concluyamos: sobre las ACCIONES DE CLASE, la Argentina tiene alguna jurisprudencia sobre esas acciones colectivas y algunos protocolos cortesanos bastantes desprolijos, pero una buena ley hubiera impedido este dislate liderado por el Juez Rosenkrantz y apoyado por sus pares de manera cuasi dantesca (debe reconocerse que en la causa “Fernández”, Highton de Nolasco prefirió no firmar). Digo todo esto no para lamentarnos, sino para reflexionar hacia adelante. Hoy tenemos un gobierno extremadamente reaccionario y autoritario, creo que esto no tiene antecedentes, ni con Carlos Menem ocurrían las cosas que hoy están pasando y no se olviden que el ajuste, en algunos aspectos, todavía no comenzó. 

Entonces, este tipo de cosas son las que pueden llevarnos a pensar que, en un futuro, un gobierno popular debe tener mejores estrategias y metodologías para llevar adelante las transformaciones necesarias, como una forma de instalar instituciones y leyes más sólidas para prevenir que, cuando una sociedad desvaría, no pueda darse marchas atrás en las grandes conquistas de la humanidad. Y, obvio, esas grandes cartas de triunfo, como son los principios establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el Pacto y los demás Tratados Internacionales, deben funcionar en paralelo a un activismo permanente y a formas organización y movilización popular que las sostengan, claro. 

Porque estos principios, las leyes, Constituciones, Tratados e instituciones, se han creado para que su vigencia efectiva sea respetada de manera obligatoria por el Estado, por todos los gobiernos, los factores de poder, la sociedad y los individuos, y ese respeto debiera ocurrir, aun, cuando esa sociedad resuelva -“democráticamente”- volverse autoritaria, salvaje y esquizofrénica. 

Muchas Gracias. 



(*) Abogado de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, docente en "Teoría del Estado" y Profesor de Posgrado en "Derechos Sociales" en la UBA y de Derecho Constitucional en la Universidad Maimónides. Asimismo, formó parte de la Comisión en Asesoramiento y Control Técnico del Proyecto de Código Civil y Comercial (2012) y del Código Penal (2013) del Ministerio de Justicia de la Nación. 





_________________________ 



Versión corregida de un texto publicado originalmente en Revista Contraeditorial, Buenos Aires, julio de 2019.- 

(CON)TEXTOS EN DEBATE. 

Coordinador: Alí Mustafá. 

Comité de Redacción: Daniel Benavidez, Darío Brenman, Tamara Mustafá. 

Fotografía: Daniel Gómez.

miércoles, 1 de abril de 2020

TEOLOGÍA Y PANDEMIA: HACIA UN CAMBIO DE MODELOS CULTURALES, Por Omar César Albado (") para Vagos y Derecho.



La pandemia del coronavirus ha tocado la fibra más profunda del orden social contemporáneo. De pronto nos dimos cuenta de que se puede vivir de otra manera, aunque hayamos tomado nota obligados por las circunstancias. Percibimos que no sólo la economía puede globalizarse, sino también un virus. Y advertimos, de hecho, que existe otro modo de vivir, otro modo de entender la existencia. De golpe el aire se volvió más limpio, el agua más transparente. Como dijo el Papa Francisco el 27 de marzo en el momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.

Después de la pandemia del coronavirus ya nada será igual en nuestro mundo. Ya no lo es. Se nos invita, con apremio, a una conversión humana, social y ecológica sin precedentes. Se nos invita a gestar un cambio de paradigma socio-cultural en el que todas y todos estamos llamados a ser protagonistas. Después de la pandemia, los economistas no podrán seguir sosteniendo con seriedad que el único camino viable es el capitalismo financiero; los políticos no podrán repetir las viejas prácticas de corrupción y estafa moral a la sociedad; los teólogos deberán revisar sus métodos y no encorsetarse en tecnicismos; la pastoral no podrá seguir sobreviviendo de la inercia de otros tiempos y de otros siglos. Se me objetará: ni la economía, ni la política, ni la teología, ni la pastoral son responsables de la pandemia. Me dirán: no es necesario revisar nada porque esto nos cayó como una desgracia, nos sorprendió sin que ninguna de estas causas actuara. Es posible. Pero la pandemia ha mostrado que existe otro modo de hacer economía, de hacer política, de hacer teología, de hacer pastoral. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, corrobora esta realidad al afirmar: “Lo que ha revelado esta pandemia es que la salud pública, nuestro estado de bienestar, no son costos o cargas, sino bienes preciosos, y que este tipo de bienes y servicios tiene que estar fuera de las leyes de mercado”. Además, de un momento a otro, la pandemia ha modificado nuestras prácticas pastorales y ha transformado nuestros ritos sagrados, no porque perdieron valor, sino porque deben adecuarse a las necesidades concretas de las personas. Se multiplicaron las misas por Facebook o Instagram, las catequesis por WhatsApp y las charlas espirituales por YouTube. La necesidad de llevar consuelo a las personas obligó a definir, en la práctica y sobre la marcha, el concepto de participación en la liturgia. Quiere decir que Dios se puede hacer presente de múltiples modos que antes, si bien no eran negados, eran relativizados y puestos en duda.

Si pensamos que cuando pase la pandemia volveremos a la normalidad de nuestras prácticas, sería una desilusión porque significaría que no aprendimos nada de lo vivido. Estamos ante un desafío histórico que requiere un salto audaz de nuestra libertad. Ante la Plaza San Pedro vacía y, paradójicamente, ante miles de ojos y oídos que lo seguían en el mundo entero desde una pantalla, Francisco decía el 27 de marzo dialogando con Dios: “Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. Sin duda, la pandemia no es un castigo divino. No es la manifestación de la ira de un Dios descontento con la humanidad. Pero sí es el momento en el que los pueblos y las personas tenemos que decidir qué camino tomar. Estamos a tiempo. Ya no se trata sólo de nuestra querida Amazonia, sino de nuestro amado mundo, el único que tenemos para habitar.

¿Qué aporte puede hacer la teología y los teólogos? ¿Cómo puede la teología ayudar a separar lo que es necesario de lo que no lo es? ¿Cómo puede la teología ayudar a vivir este momento de muerte y dolor? ¿Cómo puede aportar un sentido al presente y una novedad hacia el futuro? En esperanza, y retomando una reflexión que enraíza en los primeros atisbos de cristianismo, pienso que la teología puede desenmascarar las representaciones idolátricas de Dios y profundizar en la humanización de lo humano. Dos temas íntimamente unidos.

El Dios de Jesucristo no se deja encasillar en esquemas ni cristalizar en instituciones. Es la vieja tentación de pensar que Dios se agota en una cultura. El Papa Francisco lo ha dicho a su manera: “El cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que… llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado” (EG 116). Porque el cristianismo no es una serie de conceptos o de definiciones sobre Dios o un conjunto de normas a seguir, sino la adhesión por la fe a la persona de Jesucristo, quien nos ha revelado al Padre. La fe en Jesucristo es la que inspira un comportamiento o la que reconoce la conveniencia de crear una institución. Ambas tendrán sentido mientras traslucen a Jesucristo, Hijo del Dios vivo, y dejarán de tenerlo si se creen los primeros actores y olvidan a su Maestro. Si esta premisa está presente en nuestras vidas, tendremos a mano un criterio de discernimiento claro y permanente para revisarnos. Será el primer antídoto contra la tentación de generar una representación idolátrica-ideológica de Dios.

Las narraciones evangélicas muestran a Jesús recorriendo incansablemente las ciudades y las comarcas de su región. Nadie se iba de su lado sin una palabra de consuelo o un gesto amoroso que le cambiara la vida. Porque ese es el efecto que producen las palabras y los gestos de Jesús: transforman la vida. No son huecos o de compromiso. Los que se encuentran con él encuentran otro rostro de Dios y otra manera de ser humano. Las palabras y los gestos de Jesús curan a las personas de sus enfermedades; invitan a compartir sus bienes con los pobres; rompen las fronteras políticas, culturales y religiosas; ponen en evidencia la hipocresía de la casta sacerdotal y cualquier hipocresía tras la cual se quiere ocultar el ser humano; impelen a reconocer a los marginados de la sociedad como hijos de Dios. Situaciones y actitudes provocadas por el encuentro con Jesús, el Dios hecho hombre.

Jesús se relaciona con todo aquel que se cruza en su camino. Con los escépticos, con los que lo aman, con aquellos que lo odian hasta matarlo. A nadie rechaza, con todos dialoga, a todos les pone el cuerpo. Las curaciones que realizó implicaron un desgaste de energía inusual, una entrega en cuerpo y en espíritu que no admite reservas ni especulaciones. Los sufrimientos de su pasión y de su muerte en cruz suponen la desazón de un cuerpo que nunca perdió su confianza en Dios. El cuerpo de Jesús no es un accidente que podamos poner en segundo plano. Allí está Dios. Dios obra en él y por él, porque es el templo del Espíritu (cf. 1 Cor 3,16; 6,19). Dios es espíritu y pone el cuerpo en su Hijo Jesús para mostrarnos la intensa interpenetración de lo divino y lo humano. Sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, atravesado por el amor de Dios que todo lo puede y todo lo une.

Jesús no estuvo nunca quieto. Llevó su cuerpo y su espíritu a todos los rincones de su patria y del extranjero. Fue un peregrino que mostró a Dios en una humanidad concreta. Peregrinar para Jesús es un acto de amor. No camina entre la gente reclutando prosélitos. No busca adherentes para provocar una revolución y derrocar al Imperio Romano. Ni siquiera se presenta a sí mismo como un reformador religioso. El centro de su misión consiste en recordarles a todas las personas, sin distinción de ninguna clase, que son hijos de Dios. Que pueden rezarle a Dios llamándolo abbá y que él los escuchará. Que para eso no tienen que pedirle permiso a nadie. Que el poder está en la fe de ellos, en la que se anida en su corazón y deben despertar. Una fe que es de cada uno de ellos como sujeto y que se vuelve poder transformador cuando se expresa en el sujeto comunitario que es el pueblo. Jesús no necesita ser revolucionario o reformador religioso porque él atraviesa esas realidades, las sobrepuja y las transforma. Por eso Jesús es un peregrino. Porque para contarles a las mujeres y a los hombres esta buena noticia hay que encontrarse con ellos, mirarlos a la cara, escucharlos, reconocerse en sus pobrezas y en sus limitaciones. Nada de eso se alcanza sentado en un trono o en un escritorio. Hay que ir a proclamarlo en primera persona.

Los primeros y grandes beneficiarios de esta buena noticia son los pobres, aquellos que viven marginados por todas las expresiones del poder. Jesús les devolvió la fe. De ningún modo les vendió una resignación barata. Eso lo hace la religión cuando alcanza su peor expresión y con sus exigencias normativas excluye a las personas, impidiéndoles expresar su fe personal y comunitariamente. Jesús les mostró que Dios está al alcance de la mano (cf. Rom 10,8-10) y que sobre Dios ninguna institución tiene el monopolio. En todo caso, las instituciones religiosas deben facilitar el acceso a Dios para celebrar el don de la fe como pueblo. [El Papa Francisco dijo: “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG) 47].

Jesús, el Dios encarnado, es un hombre pobre y trabajador. No anhela las riquezas y critica el afán de pensar sólo en el lucro económico. No porque la riqueza sea mala en sí misma, sino porque ella inventa argumentos “razonables” para que no amemos a Dios y al prójimo con un corazón indiviso. En eso consiste su malicia y su engaño, su trampa más sutil. Jesús nunca critica que el hombre gane el pan con el sudor de su frente, pero sí enseña que no puede servir a dos señores al mismo tiempo (o se sirve a Dios o se sirve al Dinero, Lc 6,13), que el sol sale para justos y pecadores (cf. Mt 5,45) y que todo lo que existe en la creación nos pertenece y ningún bien está privatizado (cf. 1 Cor 3,21-23).

Jesús confía en las personas. Sabe que son frágiles, endebles, egoístas, traicioneras… Pero cuando está entre ellos ve a una multitud que vaga por la tierra como ovejas sin pastor y se compadece (cf. Lc 9,36). Su mirada no se deja ganar por el pesimismo y apuesta por hacer el bien, porque cada uno de los que conforman esa multitud que tiene delante fue creado a imagen de Dios. Y Dios vio que era bueno (cf. Gn 1,26-27). Y lo que Dios vio que era bueno, ¿por qué Jesús lo va a mirar con otros ojos? Y entonces reúne a la gente, le enseña, la cura. Confía en las personas, pero no ingenuamente. Las llama a ser responsables, a decidir por sí mismos. No obliga a nadie a creer y nadie será curado contra su voluntad o recurriendo a una estrategia mágica. El único argumento que atrae a las personas es que Jesús es creíble. Y Jesús toma esa fe y la convierte en un acto de libertad en el que quedamos cara a cara con nuestro creador. El teólogo belga Christoph Theobald dice que la credibilidad de Cristo consiste en que “tiene un respeto absoluto del receptor, como Pablo. Nunca dice a sus interlocutores: «Soy yo quien te ha salvado», sino «Tu fe te ha salvado» (Mc 5,34, entre otros). En el fondo, este Jesús se deja sorprender por lo que su Evangelio produce en el otro… Él escucha el Evangelio de Dios por boca de la hemorroísa o por los gestos más simples de la gente que lo rodea”.

Y si Jesús confía en las personas, ¿por qué no hacer nosotros lo mismo? ¿Por qué no recuperamos colectivamente el estilo de Jesús y nos devolvemos la fe que nos une a Dios los unos a los otros? Esta es una tarea que involucra a las instituciones y a cada uno de nosotros. No vale oponer, sino complementar. Hace años que sabemos que la historia entró en una nueva etapa con un paradigma cultural inédito. No hace falta que nos lo cuenten los libros. Lo experimentamos en carne propia. Y entonces, ¿por qué nos empecinamos en repetir esquemas viejos en un paradigma nuevo, en donde no encaja y los repele? ¿Qué seguridades defendemos al proceder así? ¿A qué le tememos cuando sostenemos premisas espirituales que no sólo alejan a las personas, sino que las confirma en su indiferencia?

El filósofo francés Maurice Bellet ha planteado con lucidez la necesidad de recuperar nuestra fe en lo humano. No de un modo ingenuo, sino reconociendo que el ser humano es imagen de Dios y que, sin lugar a duda, Dios habita en él. Por tanto, no será necesario “agregar” a Dios para creer en el hombre porque Dios está en él. Dirá Bellet: “Dios está allí; no tiene necesidad de aparecer”. No pensamos rápido en el peligro de caer en el panteísmo. Démonos la oportunidad de considerar a Dios y al hombre como íntimos compañeros de camino. No ignoramos que en el hombre está la causa de la violencia y de la opresión. Pero, ¿qué ganamos insistiendo sólo en eso? ¿No es mejor intentar superar la violencia con el amor? ¿No está dicho que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5)? ¿No radica allí nuestro poder más profundo? ¿Por qué no potenciar esa realidad en nuestras existencias concretas? ¿Qué pasaría si, en lugar de odiar a los que nos odian haciéndonos cómplices de su violencia, los amáramos como si se tratara de nosotros mismos para que nos ayudemos mutuamente a liberarnos de la violencia que los esclaviza? (cf. Mt 5,38-48).

Jesús nos devuelve al Dios vivo y verdadero. Ese Dios que las religiones y las ideologías falsearon hasta convertirlo en una caricatura idolátrica y vacía. Ese Dios nos da otra oportunidad para que las religiones y las ideologías recuperen su papel de mediación y de sanación. Jesús nos conduce a encontrarnos con lo humano más humano. Con ese prójimo que es mi hermano y con el cual debo caminar. Jesús ha dejado plantada en el centro de la historia esta certeza: me basta que sea humano para que sea mi hermano.

En tiempos de pandemia ya nada es igual y nos obliga a pensar de otra manera. Como dijo el Papa Francisco, no es el momento del juicio final de Dios, sino el tiempo de nuestro juicio, el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que no.

Cierro con unas palabras de Bellet: “La fe [en lo humano] es relación, y esa relación sólo es real cuando es actual, no a través de una imagen, sino a través de una presencia: la presencia del otro humano, mi prójimo. Creer en él es percibir en el otro la existencia de lo que me permite abandonar la violencia que hay en mí. Es verlo y escucharlo como portador de esa humanidad que me desborda y que, sin embargo, se manifiesta en esta relación concreta, aquí y ahora, donde me hago prójimo del otro, mi prójimo”.

Y esto sólo puede vivirlo quien de verdad cree en Dios y en la humanidad.




(")Profesor Facultad de Teología (U.C.A.)

Director de la Especialización en Doctrina Social de la Iglesia