OBERTURA:
García Márquez dice (creo en el prefacio de “Doce cuentos peregrinos”) que: “un buen escritor no se mide por lo que escribe sino por los papeles que tira”, atenuando esta sentencia, Héctor Yánover dice en un libro que: "los poetas deben corregir con cautela sus poemas porque poner mucho rigor puede terminar por destruirlos o eliminarlos". Siguiendo el consejo de Yánover escribo esta obertura para justificar por qué publico este poema: en primer lugar cansado del lugar común del vocerío poético que dice: “los poemas se justifican por si solos”, en segundo lugar porque la reescritura rigurosa de este poema dio lugar a otro poema que se llama: “Epílogo al Sur de las estrellas”, y fue publicado en el Libro: “Llueve en las raíces”, de mi autoría, Ediciones del Jinete Insomne, Buenos Aires, 2018, y luego fue subido en este blog (https://vagosyderecho.blogspot.com/2018/07/epilogo-al-sur-de-las-estrellas-por.html…), en tercer lugar porque la metafísica es el ecualizador de sonido de un equipo “Aiwa 990” cuya imagen ofrecida en el frente son las rayitas que se mueven según la intensidad y variación de la resonancia de la música echada a rodar. En este último sentido la reescritura que significó el poema publicado en libro es la metafísica de este poema originario que se publica ahora.
El poema publicado en libro (la metafísica) vendría a ser hegeliano, el poema originario que publicamos ahora (el “ser ahí” –“Dasein”-) vendría a ser heideggeriano.
El poema originario se hizo de un tirón una noche larga de Abril, de 1991. ¿Por qué escribimos tanto en esa época? El fin del comunismo real se interrelacionó con el fin del peronismo que significaba, Menem. Los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que los acompañaron barruntaban que detrás del telón no había nada más que nada, así lo interpretaron los cronistas, el arte, y los intelectuales panfletarios neoliberales, pero así también lo interprete yo.
Fue como abrir la puerta del altillo y encontrarse con el vacío, para colmo terminaba el siglo y este fin nos trituró los huesos. Por el año 1991 los socialistas de Estévez Boero, salieron a repartir claveles en la calle Florida, nada más patético que ese escuálido acto de propaganda política. Eran humanismos de cortesía como si hoy le lleváramos una rosa a Magnetto, a cambio de que defienda a Cristina Fernández de Kirchner, y la justicia social.
Es cierto que la revolución sexual, el amor libre, que los europeos experimentaron en los sesenta, en argentina fue lentamente avanzando desde el retorno de la democracia y explotó en los noventa.
Dios había dejado de existir entonces valía todo (“Los hermanos Karamazov”, Fiódor Dostoyevsky), como dice el sentir popular “no se le hacía asco a nada”. De alguna manera era la venganza contra ese putrefacto sistema que se estaba reformulando. Era también la redención por el amor libre. Todo regado con mucho alcohol y drogas duras que en ese entonces eran masivas. El indio había dicho unos años antes: “El futuro ya llegó todo un palo ya lo ves”. Ya no eran las sutilezas del Cannabis sino la desmesura de la cocaína para empezar. La sensualidad era el Dios de aquella época.
¿Qué ingenuos los jóvenes de aquel tiempo? Pero también ¿Qué ingenuidad la de los profetas del fin de siglo, del fin de la historia, del fin de las ideologías? Que me digan esos adláteres del fin dónde Hegel dice que la historia termina, ¿en qué lugar?, y aunque lo hubiera imposible interpretar eso leyendo la “Ciencia de la Lógica” o, la “Filosofía del Derecho”, cuyo último juez es la Historia Universal. Las “Lecciones filosóficas de la Historia Universal”, la publicaron sus discípulos en base a apuntes de clase, y algunos textos del propio Hegel, pero a pesar de la importancia desmedida que se le ha dado a ese libro en latinoamerica, no es ni con mucho su libro más importante. Su libro más importante es: “La Ciencia de la Lógica”, seguido por la “Fenomenología del Espíritu”, luego “La Filosofía del Derecho”, y finalmente “La Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio”. Todos publicados en vida, seguidos luego por los publicados por sus discípulos después de su muerte.
Como sea de aquel festín de fin de siglo solo quedan cenizas que se volvieron a humanizar lentamente recogiendo las brasas apagadas que se convertían en ramas, cuyo tronco es ya muchísimo más grande que el “Algarrobo Abuelo”, que se encuentra en Merlo, San Luis.
Es suficiente para una obertura que debe ser breve. Vamos al poema.
FIN DEL SIGLO XX
vivir enredado a diccionarios de tabacos,
tomar sol en el anaquel de los vasos,
esperar deshoras,
desnudar ventanas
humedecidos brazos en lociones de maderas,
en femenina lluvia abrazadora como Subterráneo en el Cine “Arte”
la ducha del contestador
estimula miradas hacia el piso del cielo,
hacia las nubes del almanaque postal
en la armonía del pulpo rompecabezas
mujer mitad ternera desterrada
por las sirenas de los charcos,
humanoides muertos en la cámara de gas de los cajeros automáticos,
piececillos sedosos profetizando humanismos de cortesía,
ofrecen claveles en las propagandas de “Gancia”
seguir las tapitas de agua mineral en la pendiente de las horas
humano destejiendo almíbar de paredes en siglos donde los abanicos se derraman como un destello
guardándose en cerámicas para florecer en el estéreo de la vida,
asido a los consorcios como pulmón de manzana,
a las placitas donde los niños juegan a las bochas
y los jubilados en calesitas de arena
donde la panadería huele a pollera de mujer,
donde hicieron el amor dos terráqueos
crepuscular la cruz de la corteza en el fémur de la vida
cuando el corazón adorna las nadas
en el shopping entretejido con papel de potus
y fuentes de agua artificial mineralizada en la universidad de la hamburguesa
allí las cajeritas sentadas en los autitos chocadores
dirigen la orquesta de escaleras mecánicas
interprete feliz de la música de supermercado
al compás de la alegría tecnoprogramda de los empleaditos “Mac Donald”
corriendo la posta de los emparedados
tratar de escribir
si las librerías otoñales guardaron las hojas
en las fotocopiadoras de las video vidas de las gentes
el vecino de mi mano derecha quiere el regreso de su mujer
compró la piedra pómez y los fósforos
todo
para desvencijarme en un pubis juvenil
embardunado en pastel de manzana y sundae de vainilla
mientras muere un tacho de “Manliba” en la salsa golf de la calle Florida
el mundo al cielo las calles
abriéndose raquíticas antenas marginadas del camino,
nebulosas de balcones deshaciéndose,
sin anteojos
empañanse las cosas
digo piropos a los ciegos
busco un astronauta romántico
el guiño de un satélite prófugo
la complicidad de un alma sin tiempo para pensar en el cielo
estresada de tanta nada
a punto de un ataque sanguíneo
ni loca –dice- prefiero los trámites del espacio
si los marcianos de los suburbios
decidieran compartir la mesa
finalizando el rodeo universal
y amanecieran desnudos en camas de lino
y abrieran las ventanas nadas
y descendieran toboganes
hacia calles pobladas de gatos humanosos
asidos al vientre de las cuadras
abrazados a cien pies numerados
rellenos de hormiguitas trajeadas en sal
placitas de cera amaneradas
reúnen mamás hamacando guirnaldas,
perrito de juguete a sangre
juntito al policía de agosto escribiendo en el aire
como alumno de matemáticas en el interior de consorcios
osamentas lienzos durmiendo en tartas de brea,
manuelita regresando de parís
y la vaquita que quiso ir a la escuela en su tambo de papel glasé
tardes culturales ofreciéndose como fiambres del “Carrefour”,
encandiladas por la propagandas del cielo
invitan al patíbulo de los flipper
jugar al video truco sin contraseña de supermercado,
apenas una sota muerta de frío porque es invierno en las cartas
y le robaron el delantal protector de la insensibilidad de las manos
habitante de las mesas color calas
amores en bolsitas de papel picado
distribuidos por proveedores matinales
psicofármacos del tránsito en el diván de los cordones,
ofrecen cariñitos en las tapitas de los gimnasios
donde los espejos reclaman a los comensales
los reflejos correspondientes
para hacer un video de los años faltantes
y terminar el siglo de una buena vez…
Claudio Javier Castelli, Abril de 1991.
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