domingo, 10 de enero de 2021

BEATRIZ por Claudio Javier Castelli

 



                                           "Beatriz, guíame hacia el Paraíso, ya que Virgilio ya cumplió su misión" 

                                            Dante Alighieri



Vivimos juntos 

desde hace veintisiete años.

¿Cómo es que pudimos estar tanto tiempo?

A lo mejor porque una pareja

para ser pareja

tiene que caminar sobre el mar

confiados en las estrellas y el albur.

Cuando Cristo caminó sobre el mar

y lo invitó a Pedro a bajar de la barca,

Pedro bajó caminó unos pasos

temió y empezó a hundirse.

El amor no puede fundarse

en miedos compartidos

como el temor del burgués

a perder su fortuna.


Borges, en el primer poema

del primer libro de 1922

escribe en el Cementerio de la Recoleta

que "Vibrante en las espadas y la pasión

y dormida en la hiedra 

sólo la vida existe".

Eso creíamos todos los poetas jóvenes.

Ahora ya sabemos

menos por poeta y religioso,

que por experiencia,

que la muerte es una forma de existencia,

y lo que hay detrás

todas las civilizaciones y religiones

lo presumieron

como si la muerte fuera un cebo

donde el anzuelo del creyente

deba engancharse con facilidad.

"En la casa de mi Padre tengo muchas moradas".

Es confianza.

¿El aliento cósmico del universo

tendrá lugar también para ella?


María Elena Walsh dice por ahí:

"Siempre nos separaron los que dominan".

Es cierto. Nuestro querido país se involucró

con nuestro hogar, nuestros hijos, nuestra cama, nuestros perros.

También fue una oportunidad para resistir juntos.


Una pareja no es un "toma y daca",

un costo y beneficio,

un dar esperando algo a cambio:

es una infinita aventura 

de caminar sobre el mar.


Cuando me hablas

tu belleza sabe a patios,

a fuentes de agua, 

al susurro de un arroyo en el monte.


Fuimos jóvenes

y como todos los jóvenes

amábamos los cuerpos y los espacios. Negábamos el tiempo.

¿Por qué será que los hombres y las mujeres

cuando maduramos amamos tanto el tiempo

y le guiñamos a la eternidad?.


Nuestra fe política

y nuestro Dios compartido

saben de la lejanía de los mortales

con paradigmas y cálculos geométricos.

Todos y todas

somos miserables y primitivos

pero hay un recóndito lugar

de humanidad digna y razonable

donde abundan los frutos

que el espíritu riega cada noche

y nosotros también hemos regado juntos.


Beatriz,

no es este poema una deuda que debo saldar

por mucho que lo merezcas

en el amor verdadero no hay cuentas 

como el almacenero lleva en una libretita.

No hay mesa de saldos.


Cuando nos fuimos a vivir juntos

no pensamos en leyes,

ni en ritos, ni en sacramentos,

tampoco cuando tuvimos hijos.

Hoy aquella rebeldía se muestra ingenua

pero persistente.


Tu padre te dijo: -¡Es un bohemio!

¡Qué dulce y bienhechora bohemia

de mudanzas, trabajos, gobiernos,

ladridos, hijos, rencores, abrazos,

sopa cotidiana, viajes de verano,

y palabras y palabras y dichas

y palabras y palabras calladas!.


El amor es enigmático 

convive con terceros,

con espantos

y no se niega 

traiciones silenciosas

equitativamente distribuidas.

Ahora parecen ligeros

esos escollos de dolor y abandono

que nos hemos prodigado.


Y esta ciudad desierta y nocturna

nos acogió como una esperanza

en su vasto territorio de incertidumbres,

siempre a punto de expulsarnos

pero no le dimos el gusto.


Ambos participamos

de la fe en el estudio, el trabajo 

y la dignidad personal,

sabiendo que a cada estrépito

subyace la calma.


El amor en nosotros

ha sido un hábito misterioso

por más que lo intentábamos descifrar

muchas veces se escabullía

como el alumno de matemáticas

que no estudió la lección

pero nos acechaba siempre

como el ladrón en la noche.


A mí

que por mucho que lo haya buscado

me fue dado graciosamente el don

de hilvanar palabras

no he podido sino con ellas

decirte ¡Gracias!.

Pero ¡Gracias, sobre todo,

por este largo caminar juntos sobre el mar!.-


Enero de 2021.


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