11 de abril de 1870
zumban las balas en la tarde última
Jorge Luis Borges
talas elevando voces de las aguadas,
gritos de teros atardeciendo pastos,
araucarias adormeciendo gemidos de paysandú,
apenas los últimos cañones,
apenas nada,
pavón sentido
como la deserción de basualdo,
un paraguayo reprocha silencios,
mirada deteniéndose en bandadas de palomas,
tibiezas de mates,
la tinta derramada después por escritores
dibujaba manchas en la tierra,
el cielo mantenía la cautela
de la compostura de su estampa,
desde lejos esperaba la partida,
su antigua venganza,
la vio entrar al palacio
con pistolas y caballos
-no se mata a un caudillo en su casa,
voz mezclándose en disparos
y sangre cuchillos,
gritos de viva lópez jordán,
viva lópez jordán.
Palacio San José, diciembre de 1987
Posdata de 2020
Había hecho traer de Brasil las araucarias; rodeaban el palacio en el medio del monte entrerriano, a unos 50 km de Concepción del Uruguay. Esos árboles soportaban el calor húmedo del verano, y el frío del invierno, con sus ramas llenas de nidos de horneros, zorzales y calandrias.
Esa mañana le pidió a Justina, que trajera el mate cocido de la cocina al patio porque el otoño se desparramaba desde el parral, hacia una luz sin nombre que está más allá de todas las cosas. Muchas cosas tenía para pensar. Su archienemigo, Domingo Faustino Sarmiento, gobernaba el país; país, que el cómo ninguno contribuyó a ordenar. Sabía que era muy rico, y sus negocios prosperaban cada día más. Muchas preocupaciones, sin embargo, le traían.
En esas triquiñuelas estaba, cuando llegó la hora de almorzar, e hizo carnear un cordero. Hoy quería comer carne mansa y resbalosa. Recordaba muy claramente los cañones brasileños destruyendo Paysandú, y cómo desde la costa miraban y esperaban de San José. Y, en San José, clamoroso silencio. Silencio que se volvería a repetir con la guerra del Paraguay, guerra que él no quería. Yo reuní las tropas entrerrianas en Basualdo, pero la soldadesca, ellos sí, que no querían pelear contra los hermanos paraguayos, era un viento que traían el Paraná y el Uruguay, un elam, un hálito común, un ethos.
“El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829
por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:” (a)
“Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.”
Era el 22 de Junio de 1889, Ricardo López Jordán, almorzó con su familia –su mujer y siete hijos-, contentos de estar todos juntos, después de su prisión, y largo exilio en Montevideo. El indulto de, Juarez Celman, lo había devuelto al país. Estaba haciendo los trámites para que le devolvieran el cargo de general, en el ejército. Él, Ricardo López Jordán, había sido el promotor de la última montonera federal, y, Sarmiento, había reprimido con mano de hierro, fusiles Rémington a repetición, y cañones Krupp. Siempre recordaba la batalla de Pavón, el ala derecha del ejército de Urquiza, que siguió combatiendo hasta el final, a pesar que éste se retirara mientras iba ganando la batalla. ¡Qué oscura grandeza pretendía Urquiza! ¡Entregarle el país a Buenos Aires y a Bartolomé Mitre! ¡Qué oscuro pacto masónico había detrás!
A mediados de septiembre de 1888, había visto pasar “el cadáver de su enemigo” rumbo a la recoleta, había visto pasar la cureña en un cortejo majestuoso, que se vistió oficialmente para despedir a Domingo Faustino Sarmiento. Y Sarmiento, lo habrá divisado entre la multitud, él que se llevaba a la tumba, el secreto de los verdaderos autores del crimen de Urquiza?
“Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.”
Después de comer, se acostó a dormir la siesta, Don Justo, siempre dormitaba hasta eso de las 17hs. Ni bien se levantó hizo preparar unos mates. Muchas vidas se había cobrado, Don Justo, y guardaba muchas afrentas; pero mayores afrentas guardaban sus enemigos. Y ese Sarmiento, ir a visitarlo a su palacio, para sentirse presidente, recorriendo el río Uruguay, en un barco que se llamaba "Pavón". ¡Qué rencor los entrerrianos!
Los negocios y la riqueza ponen calmo a uno, lo sosiegan, aunque tenga muchos hijos. Había servido a su país, y a su provincia. Sin embargo, tenía muy claro que tenía muchos enemigos. Rosas, ya no; pero los Rosistas que quedaban, los federales en serio no atrapados por grandes negocios. Esos tenían motivos.
La tibieza del mate en la mano era como un refugio más de todos los que se había construido. Estaba bien guarnecido. Tenía muchos guardias que lo custodiaban.
El cielo mantenía la cautela de la compostura de su estampa. La tinta que los escritores iban a derramar después dibujaba manchas en la tierra.
Lo sobresaltó el ruido de una caballada pareja que se acercaba al Palacio. Mataron los guardias y entraron a los gritos y balazos, intentó ir a buscar un arma, pero lo atravesó una recia puñalada, y varios disparos: -No se mata a un caudillo en su casa. Apoyó su mano ensangrentada en la pared del Palacio y se derrumbó de bruces sobre el patio.
“A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.”
Después de comer, Ricardo López Jordán, caminó por calle Esmeralda hacia la casa de su amigo, Domingo Salvatierra, al pasar por nro. 562(") , furtivamente, Aurelio Casas, y por la espalda, le dispara dos tiros en la cabeza, y aquel cae pesadamente a la vereda. Aurelio Casas dijo que había vengado la muerte de su padre, Zenón Casas.
“Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.”
Gritos de: ¡Viva, López Jordán! ¡Viva, López Jordán!
1987-2020
(") Esmeralda al 562 era la casa de un hijo de Justo José de Urquiza, Diógenes Urquiza. Aurelio Casas estuvo 30 años en prisión, hasta que en 1919, Hipólito Yrigoyen, lo indultó. A la familia de Aurelio Casas, otro hijo de Urquiza, Justo le hizo una elevada donación de dinero. Nunca fueron llamados a declarar en el juicio sobre el asesinato de Ricardo López Jordán, cuando hay varios testigos que cuentan que, Aurelio, había sido contratado por los Urquiza.
(a) Poema conjetural, Jorge Luis Borges
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