Llueve
Triste,
tristísimo. No hay nada como la lluvia para la melancolía de los poetas, me
viene a la memoria la última estrofa de
un poema tristísimo de Leopoldo Lugones, “Olas grises”:
“Sigue
lloviendo. El día es triste y largo.
En
el remoto gris se abisma el ser.
Llueve…Y
uno quisiera, sin embargo,
Que
no acabara nunca de llover.”
Aquí
en esta casa, en San Telmo, llueve y llueve. Me enamoré de la escritura y
profundidad de muchos y muchas, pero han sido muy persistente: Enrique Molina,
Jorge Luis Borges, Thomas Mann, y Georg Wilhelm Friedrich Hegel.
No
pensaba que entrado en años me pasara otra vez. Lo descubrí a Horacio González,
a través de sus notas en Página12, durante el conflicto por las retenciones. Había
un estilo, profundidad abisal, y una
perversa lucidez para iluminar este bendito país. Era imposible no quedarse
dialogando con sus textos, que exigía varias lecturas para ver y encontrar
diferentes matices que se desgarraban de sus palabras.
Ese
desgarramiento interior es también el desgarramiento de este país, y que el
escriba también encontraba en los cuatro que mencionó.
Una
nota lo atrapó totalmente, ya en 2014, “Legalidad y Bellotas”, ésta llegaba
hasta el hueso de la abstracción liberal leguleya. A partir de ese artículo, que fue casi
concomitante con la creación de la agrupación de Vagos y Vagas Peronistas, así
como de sus blog, fui publicando todas las que iba publicando en Página, y
algunas de otros medios digitales.
Es
que, esa abstracción liberal leguleya -racionalidad también abstracta y maniquea- era lo
que él escriba venía observando desde la Dictadura en los Tribunales.
Lamentablemente no había curioseado por la Facultad de Ciencias Sociales - sólo
la de Derecho, y Filosofía- y lo descubrió tarde.
¿Cómo
es posible que un intelectual de la talla, delicada profundidad, y abusiva erudición,
como Horacio González, no sea estudiado en muchas otras facultades?
No
hay abogado, leguleyo, o economista que no sea conocido en este país. Muchos de
una mediocridad espeluznante, cuando no, una decente criminalidad para hacer daño, y
provocar “Daño social”. Concepto este último acuñado por el penalista David
Baigún –ya fallecido- para referirse a los perjuicios que provoca el mundo
económico-financiero.
En
el ínterin lo pudo conocer personalmente a Horacio González, sobre todo cuando
asistió a un seminario sobre Borges, en la Librería “Caburé”, en la calle
México. En un diálogo al final de la clase me preguntó:
–“¿Cómo
es que conoces tanto a Borges?”,
-“Es
que yo también hubiera querido que sea peronista”.
Pero
en la charla que siguió me di cuenta que tamaño intelectual era también muy
buena persona. Algo muy difícil de encontrar en este país, donde hay una
excesiva pedantería en los escritores. Ni les cuento en el mundo de los Tribunales.
No
he podido sino con un poema, que habla del Perón y el peronismo que vivió y vive el escriba, hacerle un sentido homenaje.
Pero las palabras allí surgieron simples y toscas.
No sé si Horacio González era o no creyente, me tomo
el permiso de pedir a Dios, de consuelo a Liliana Herrero, sus familiares, y
amigos, y haga resplandecer el ejemplo de Horacio, pues: “Jehová conoce el camino
de los justos” (Salmo 1:6).
Vamos
al poema:
RECUERDOS
DEL PRESENTE
Para Horacio
González
in
memoriam
Los
Santos del vitraux
relampagueaban
los domingos
a la mañana,
en vuelo
infinito
y
retornaban
torpes en
los bancos,
en la voz
aguardentosa
masticada
de palabras
pétreas
y sermoneantes
del cura
de pueblo;
el vitraux
se
enredaba
de
pájaros
y sueños.
Atardecer
de
chicharas amargas;
toboganes
bamboleándose
en el río;
planicie
del parque.
-“Mi papá
dijo que Perón quemó las iglesias”.
-“¿La
iglesia de la plaza?”
-“Sí”.
Lluviosas
las imágenes
en los
televisores
militares,
obispos,
“Tres
chiflados”,
Y “Pepe
Biondi”.
-“Perón quemó las iglesias,
quemó las
maestras,
bombardeó
la plaza,
llenó de
pan dulce y demagogia
a los
pobres que nunca trabajan”.
Pero los
pobres
trabajan
y trabajan,
las
maestras vivían
y vivían
el pan
dulce sangraba.
La niñez
los veía
rústicos
de suelo y sombra,
alambrados
e iguana,
cocinas y
mañanas
caminando
temprano
el
hojaldre de las cuadras,
los
bailes, las tiendas,
el
acordeón de guitarras.
-“Perón
quemó las plazas,
los
horizontes, los bulevares,
los
autos, las casas,
masticó
las palabras”.
Después:
la lluvia
de noviembre,
el
paraguas
y el
llanto de mi madre
que
recordaba,
la mirada
emocionada
de mi
padre,
y de
soslayo
la
adolescencia
intercambiaba
bancos
del colegio
por
tempranero amor
de
zaguanes,
caminatas,
y chicles
de menta.
Y de los
televisores:
metrallas
y
metrallas.
El General:
no
quemaba las iglesias,
ni las
maestras,
ni los
bancos de la plaza,
no
masticaba palabras,
la voz
del pueblo restallaba
en el
balcón,
el
horizonte,
los
alambrados,
las iguanas.
Después:
el
cortejo,
coronas,
muchedumbre,
conmoción,
madrugada,
radios
y
presagios.
Después
vinieron
“ellos”
con
obispos
y
oropeles,
masticando
palabras,
bombardeando
la plaza,
las
maestras,
el pan
dulce,
las
fábricas,
las
campanas,
torturando
atardeceres,
chicles
de menta.
Y en los
Tribunales:
los
expedientes manaban
hilos de
sangre,
gemidos,
balas,
cobardes.
Y en los
televisores:
los
“zurdos”
bombardearon
la plaza,
mataron las maestras,
trituraron
el sol,
despellejaron
la higuana.
Los
libros
deshacían
la madeja,
quién
bombardeó la plaza,
mató a las maestras,
trituró
las mañanas.
Después
la
muchedumbre,
las
madres,
los
empujaron
de
verdades,
rebeldía,
esperanza.
Se fueron
masticando
cañones,
derramando
soldados,
putrefactos
de odio.
Después,
mucho
después
vinieron ella
y él:
resplandeció
la mirada,
se
irguieron los huesos,
se
justificó la palabra.
Después
vinieron
“ellos”
con jueces
y
Embajada,
putrefactos
de odio,
masticando
palabras.
Y de los
televisores:
Cristina
quemó los
cuadernos,
mató las
maestras,
bombardeó
la plaza
incendió
las palabras.
Volvimos:
con
ilusión
y
madrugada;
se opacó el presente
con el
virus del mañana.
Ahora:
aguardamos,
aguardamos,
y
masticamos
palabras…
Claudio
Javier Castelli
24 de
Junio de 2021
Y me quedo masticando palabras no más, difícil hacer un comentario de un tiempo que me contaron, o que conocí cuando los dueños de casa se fueron y quedaron los intrusos, los que no quemaron iglesias, pero quemaron gente, arrebataron libertades, desaparecieron hermanos, robaron sueños. Es la historia que no pasa, está ahí, solo hay que saber mirarla.
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