miércoles, 23 de junio de 2021

RECUERDOS DEL PRESENTE por Claudio Javier Castelli para Horacio González in memoriam

 


Llueve

 

Triste, tristísimo. No hay nada como la lluvia para la melancolía de los poetas, me viene  a la memoria la última estrofa de un poema tristísimo de Leopoldo Lugones, “Olas grises”:

 

“Sigue lloviendo. El día es triste y largo.

En el remoto gris se abisma el ser.

Llueve…Y uno quisiera, sin embargo,

Que no acabara nunca de llover.”

 

Aquí en esta casa, en San Telmo, llueve y llueve. Me enamoré de la escritura y profundidad de muchos y muchas, pero han sido muy persistente: Enrique Molina, Jorge Luis Borges, Thomas Mann, y Georg Wilhelm Friedrich Hegel.

No pensaba que entrado en años me pasara otra vez. Lo descubrí a Horacio González, a través de sus notas en Página12, durante el conflicto por las retenciones. Había un estilo, profundidad abisal,  y una perversa lucidez para iluminar este bendito país. Era imposible no quedarse dialogando con sus textos, que exigía varias lecturas para ver y encontrar diferentes matices que se desgarraban de sus palabras.

Ese desgarramiento interior es también el desgarramiento de este país, y que el escriba también encontraba en los cuatro que mencionó.

Una nota lo atrapó totalmente, ya en 2014, “Legalidad y Bellotas”, ésta llegaba hasta el hueso de la abstracción liberal leguleya.  A partir de ese artículo, que fue casi concomitante con la creación de la agrupación de Vagos y Vagas Peronistas, así como de sus blog, fui publicando todas las que iba publicando en Página, y algunas de otros medios digitales.

Es que, esa abstracción liberal leguleya -racionalidad también abstracta y maniquea- era lo que él escriba venía observando desde la Dictadura en los Tribunales. Lamentablemente no había curioseado por la Facultad de Ciencias Sociales - sólo la de Derecho, y Filosofía- y lo descubrió tarde.

¿Cómo es posible que un intelectual de la talla,  delicada profundidad, y abusiva erudición, como Horacio González, no sea estudiado en muchas otras facultades?

No hay abogado, leguleyo, o economista que no sea conocido en este país. Muchos de una mediocridad espeluznante, cuando no,  una decente criminalidad para hacer daño, y provocar “Daño social”. Concepto este último acuñado por el penalista David Baigún –ya fallecido- para referirse a los perjuicios que provoca el mundo económico-financiero.

En el ínterin lo pudo conocer personalmente a Horacio González, sobre todo cuando asistió a un seminario sobre Borges, en la Librería “Caburé”, en la calle México. En un diálogo al final de la clase me preguntó:

 

–“¿Cómo es que conoces tanto a Borges?”,  

-“Es que yo también hubiera querido que sea peronista”.

 

Pero en la charla que siguió me di cuenta que tamaño intelectual era también muy buena persona. Algo muy difícil de encontrar en este país, donde hay una excesiva pedantería en los escritores. Ni les cuento en el mundo de los Tribunales.

No he podido sino con un poema, que habla del Perón y el peronismo que vivió  y vive el escriba, hacerle un sentido homenaje. Pero las palabras allí surgieron simples y toscas.

No sé  si Horacio González era o no creyente, me tomo el permiso de pedir a Dios, de consuelo a Liliana Herrero, sus familiares, y amigos, y haga resplandecer el ejemplo de Horacio, pues: “Jehová conoce el camino de los justos” (Salmo 1:6).

 

Vamos al poema:

 

 

 






RECUERDOS DEL PRESENTE

 

                        Para Horacio González

in memoriam

 

Los Santos del vitraux

relampagueaban

los domingos a la mañana,

en vuelo infinito

y retornaban

torpes en los bancos,

en la voz aguardentosa

masticada de palabras

pétreas

y sermoneantes

del cura de pueblo;

el vitraux

se enredaba

de pájaros

y sueños.

 

Atardecer

de chicharas amargas;

toboganes

bamboleándose en el río;

planicie del parque.

 

-“Mi papá dijo que Perón quemó las iglesias”.

-“¿La iglesia de la plaza?”

-“Sí”.

 

Lluviosas  las imágenes

en los televisores

militares,

obispos,

“Tres chiflados”,

Y “Pepe Biondi”.

 

-“Perón quemó las iglesias,

quemó las maestras,

bombardeó la plaza,

llenó de pan dulce y demagogia

a los pobres que nunca trabajan”.

 

Pero los pobres

trabajan y trabajan,

las maestras vivían

y vivían

el pan dulce sangraba.

La niñez los veía

rústicos de suelo y sombra,

alambrados e iguana,

cocinas y mañanas

caminando temprano

el hojaldre de las cuadras,

los bailes, las tiendas,

el acordeón de guitarras.

 

-“Perón quemó las plazas,

los horizontes, los bulevares,

los autos, las casas,

masticó las palabras”.

 

Después:

la lluvia de noviembre,

el paraguas

y el llanto de mi madre

que recordaba,

la mirada emocionada

de mi padre,

y de soslayo

la adolescencia

intercambiaba

bancos del colegio

por tempranero amor

de zaguanes,

caminatas,

y chicles de menta.

 

Y de los televisores:

metrallas

y metrallas.

 

El General:

no quemaba las iglesias,

ni las maestras,

ni los bancos de la plaza,

no masticaba palabras,

la voz del pueblo restallaba

en el balcón,

el horizonte,

los alambrados,

las iguanas.

 

Después:

el cortejo,

coronas,

muchedumbre,

conmoción,

madrugada,

radios

y presagios.

 

Después

vinieron “ellos”

con obispos

y oropeles,

masticando palabras,

bombardeando la plaza,

las maestras,

el pan dulce,

las fábricas,

las campanas,

torturando atardeceres,

chicles de menta.

 

Y en los Tribunales:

los expedientes manaban

hilos de sangre,

gemidos,

balas,

cobardes.

 

Y en los televisores:

los “zurdos”

bombardearon la plaza,

mataron las maestras,

trituraron el sol,

despellejaron la higuana.

 

Los libros

deshacían la madeja,

quién bombardeó la plaza,

mató a  las maestras,

trituró las mañanas.

 

Después

la muchedumbre,

las madres,

los empujaron

de verdades,

rebeldía,

esperanza.

Se fueron

masticando cañones,

derramando soldados,

putrefactos de odio.

 

Después,

mucho después

vinieron ella y él:

resplandeció la mirada,

se irguieron los huesos,

se justificó la palabra.

 

Después

vinieron “ellos”

con jueces

y Embajada,

putrefactos de odio,

masticando palabras.

 

Y de los televisores:

Cristina

quemó los cuadernos,

mató las maestras,

bombardeó la plaza

incendió las palabras.

 

Volvimos:

con ilusión

y madrugada;

se opacó  el presente

con el virus del mañana.

 

Ahora:

aguardamos,

aguardamos,

y

masticamos palabras…

 

Claudio Javier Castelli

24 de Junio de 2021

 

 

 

 


1 comentario:

  1. Y me quedo masticando palabras no más, difícil hacer un comentario de un tiempo que me contaron, o que conocí cuando los dueños de casa se fueron y quedaron los intrusos, los que no quemaron iglesias, pero quemaron gente, arrebataron libertades, desaparecieron hermanos, robaron sueños. Es la historia que no pasa, está ahí, solo hay que saber mirarla.

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