viernes, 8 de mayo de 2015

¿Camino al imperio de los jueces autómatas? por Roberto C. Suárez

Ensayemos brevemente en estas líneas el siguiente pensamiento futurológico:

Si estimamos que el derecho no se encuentra ligado a una realidad cambiante, ello nos conduciría inexorablemente a la concepción de una norma estática. (Gran anhelo de los codificadores del siglo XIX).
La prescripción legal se situaría en un estadio ideal de donde es tomada para ser aplicada a la realidad, al caso concreto.
Entonces, un magistrado o un abogado exitoso, sería aquel que conocería todas las normas, si las ha memorizado adecuadamente.
Las situaciones y problemas jurídicos que demandarían una respuesta de la ley, podrían encontrarla en la aplicación lisa y llana de lo prescripto por el Estado o mejor dicho, por el poder oculto detras del Estado.
De manera tal que siendo que ningún abogado puede conocer todas las normas existentes, al estilo de una máquina, en el futuro podría ser reemplazado por ésta, con algún programa ideado ad hoc.
Imaginemos en esta inteligencia que un particular y/o administrado, frente a la controversia, frente a la duda, o simplemente el desconocimiento de las leyes aplicables, podría solicitar a este programa de computadoras que le suministre las respuestas correspondientes a una situación dada.
Avancemos más sobre este punto. 

Llegado el caso, podría incluso codificarse el reclamo de justicia, de manera tal que una demanda o una petición al propio Estado, podría iniciarse completando una grilla, la cual contendría los campos necesarios, para decodificar el reclamo, la petición, la cual quedaría consignada en los términos de proposiciones legales vigentes, y de esta manera prescindir de los abogados y/o juristas.
En este orden de ideas, podría también requerirse a otro programa de computadoras que decodificando estos libelos judiciales informáticos, aplicando estrictamente el derecho vigente, estaría en condiciones de declarar derechos o negarlos, etc..
Fin del universo de las apelaciones y quejas por apelaciones denegadas y/o recursos procesales de cualquier tipo, porque las máquinas no podrían equivocarse. Imperaría el algoritmo.
Todo ello podría ser factible en tanto si entendemos como dice Lyotard que: “El saber en general no se reduce a la ciencia, ni siquiera al conocimiento. El conocimiento sería el conjunto de los enunciados que denotan o describen objetos, con exclusión de todos los demás enunciados y, susceptibles de ser declarados verdaderos o falsos.”.
Y en esta inteligencia también, el reclamo judicial por caso, podría ser traducido al lenguaje de máquina y todo aquel saber que no es traducible, codificable, irremediablemente sería dejado de lado.
Para terminar, entendemos que hoy la sociedad parece no demandar juristas en cantidades industriales, demandaria por el contrario, operadores del derecho, técnicos en la norma y a su vez en sistemas informáticos. 

Y por ello, en un futuro no muy lejano, no alcanzará con conocer solamente una porción del derecho, será necesario saber además de otras disciplinas agiornadas al futuro y a los sistemas de información. 
Bajo estas especulaciones parecería que justamente no resultará necesaria la presencia de juristas en grandes cantidades, porque los mismos serán relegados para colaborar con el diseño del sistema, para operarlo llegado el caso en las más altas esferas, así como para colaborar en cualquier modificación que el propio sistema demande atendiendo a aquello que resulte legítimo según el caso.
Como en un determinado momento un filósofo conocía todo el saber de su tiempo, diremos que alguna vez fue patrimonio del doctor en leyes, el mundo de la ley.
Estamos a mitad de camino del imperio de los jueces automatas, y para esquivar tan triste destino, practiquemos el libre pensamiento.

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