jueves, 17 de diciembre de 2015

LA CONSTITUCIÓN ES MÍA, Por Demetrio Iramain (Fuente: Tiempo Argentino, 17/12/15)

DEMETRIO IRAMAIN


Como su fortuna, Mauricio Macri cree que la Constitución es suya sola. Apenas un bien, con título de propiedad exclusivo sobre él. Alguien de su entorno más íntimo debería indicarle que no todo es “sí, se puede”. A escasas horas de asumir su presidencia, firma sensibles decretos con una liviandad ajena a su investidura.
Se sabe: contra toda legalidad, Macri anunció a través de sus voceros que echaría sin más y mediante un DNU, a la procuradora general de la Nación, que cuenta con el sobrado acuerdo del Senado, al tiempo que nombró por DNU y sin el debido acuerdo de los dos tercios de la Cámara Alta, a dos ministros en la Corte Suprema. Evidentemente ahí hay doble vara, triple discurso y flagrante violación a la Carta Magna.
Así, los dos supremos ingresan por la puerta de atrás, como lo hicieron los jueces de la dictadura puestos en Comisión por la Junta Militar de Videla. La nueva mayoría automática en la Corte se compone con los dos comisionados, más el duhaldista residual Juan Carlos Maqueda, el clarinista Ricardo Lorenzetti, y la única ministra mujer y que ha dado en el último tiempo sobradas muestras de independencia respecto de los poderes fácticos y de la férrea hegemonía que el juez de Rafaela construyó en el máximo tribunal, Elena Highton de Nolasco.
Un hombre que le grita a Cristina, todavía presidenta y siempre mujer, por teléfono, y luego insulta por decreto y a través de los diarios a la mismísima Constitución Nacional, en vez de demostrar un gesto de autoridad, deja ver una profunda vocación autoritaria. La Constitución, un mero reglamento; el presidente, un cargo menor.
En la información de prensa publicada en la versión online de La Nación y que adelantó la inédita medida presidencial (nótese que el nuevo presidente utiliza los medios hegemónicos como canal institucional de comunicación), el operador Adrián Ventura aseguró que Macri “necesita que el tribunal esté completo ante la inminencia del impacto que generarán muchas de sus próximas medidas de gobierno”. ¿Cuáles serán esas medidas para justificar semejante asalto a la ley?
Desde luego, Macri conoce las debilidades del laboratorio que montó en la Casa Rosada: el kirchnerismo hizo una enorme demostración de fuerza, organización y cohesión el último día de mandato presidencial de Cristina, de la que el nuevo monarca adolece. Tanto fue así, que debió recurrir al Partido Judicial para adelantar un día el fin de la gestión. Así, la jocosa Revolución de la Alegría transita una peligrosa hendidura, tras la cual se adivina lo que podría ser un sombrío régimen dictatorial, con formas un tanto estrambóticas de consenso y una legalidad muy forzada.
No olvidar: el actual presidente se impuso por 700 mil votos. La mitad del país menos 350 mil personas, votó contra él y por la continuidad, aunque bajo otras formas, del proyecto nacional y popular. La indiscutida líder de ese proyecto fue calurosamente despedida en la Plaza de Mayo por una multitud que la desbordó por los cuatro costados. Sin embargo, y a poco de asumir, el nuevo presidente provoca a esa mitad del país, avanza contra los logros más estridentes del periodo político precedente y hasta constriñe las demarcaciones fijadas por la Constitucional, que fueron, paradójicamente, uno de los argumentos más fuertes durante la campaña electoral.
¿Acaso no es una provocación mostrar a Héctor Magnetto en la platea preferencial de la función de gala del Teatro Colón, el día de la asunción del nuevo presidente, y al día siguiente emitir un DNU creando un ministerio de Comunicaciones al que estaría supeditada la autoridad de aplicación de la Ley de Medios, en cuyo ente tienen representación proporcional las fuerzas políticas de oposición?
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue el resultado de una lucha cultural de años y años. Su normativa recoge los 21 puntos básicos por una radiodifusión democrática y los aportes que diversas organizaciones de la sociedad civil hicieron durante meses en los foros de debate realizados en todo el país con el solo fin de optimizar el texto de la ley y volverla más democrática, diversa y plural. A Macri le bastaron menos de 24 horas de gestión para barrer con ella.
¿No es una abierta convocatoria a la ruptura total entre el gobierno y las fuerzas de oposición nombrar dos ministros en la Corte Suprema por decreto, pasando por alto la debida actuación del Congreso, y que uno de esos supremos sea abogado de Clarín y La Nación? ¿Cómo se le dice a eso? ¿Cómo hay que interpretarlo?
Cuando hablamos de que Macri se salteó groseramente el Congreso en el mecanismo para nombrar nada menos que a dos ministros en la Corte, no estamos hablando de una violación procedimental. Es mucho más grave que eso. Se trata de un peligroso ninguneo a la política. A la necesidad de alcanzar consensos. Al debido respeto político que el oficialismo le debe a las fuerzas de oposición. El fascismo, precisamente, es eso: la negación de la política. De la diversidad. De la contradicción. Cristina diría, “no es magia”. Esa certeza de la política es una verdad de época, un hito en la cultura democrática de los argentinos. Por el contrario, el autoritarismo, el decretazo, la prepotencia a las que apela Macri a poco de empezar, son formas cuasimágicas, y profundamente ilegítimas de obtener por medios “non sanctos” lo que la lucha política no da.
La pregunta, sin embargo, sigue siendo otra. Todos hablamos del accidente de gendarmes en la Ruta 134, pero nadie se detiene a analizar qué iban a hacer esos uniformados en Jujuy. ¿Para qué Macri necesita asegurarse la Corte Suprema, disciplinar a todos los medios de comunicación y alistar fuerzas de represión apenas unas pocas horas después de asumir el cargo? No olvidar: la solución a la crisis capitalista planeada por el capital financiero internacional y sus socios locales, no era el kirchnerismo precisamente, sino la dolarización con represión. No era el desarrollo endógeno y la inclusión social, sino el tratado de libre comercio con EE.UU. y la criminalización de la protesta. Exactamente eso era lo que anunciaba Carlos Melconian como futuro ministro de economía de Menem, si el riojano se imponía en las presidenciales de 2003.
Ahora ese tecnócrata ultraliberal, que se corta el pelo en el mismo coiffeur que el ministro de Justicia Germán Garavano, es parte del equipo económico de Macri. ¿Qué elefantes económicos podrían pasarnos por la espalda mientras en el frente discutimos sobre las formas institucionales? «



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