Era una ciudad completa y desgarbada en un valle montañoso de la Cordillera de los Andes. A pesar de su lejanía la mayoría de sus habitantes eran ingenieros, arquitectos, matemáticos y plomeros.
Tenía la ciudad los adelantos tecnológicos de la más avanzada ciudad europea, china, norteamericana, o japonesa. Habían diseñado un sistema de agua corriente, en el 1700, cuando la primera casa con agua corriente, a través de cañerías en la Argentina fue el Palacio de San José, de Justo José de Urquiza, en 1850, en su redil de Entre Ríos.
Inventaron la televisión concomitantemente con la aparición del cine en el pueblo, en 1897. No había habitante del pueblo, que no sea profesional en una carrera técnica. Todo el pueblo está conectado a internet desde cualquier punto de la ciudad.
Sus habitantes son longevos y suelen vivir hasta pasados los cien años.
No hay jueces, las contiendas las dirimen los ancianos del pueblo, quienes celebran los casamientos.
Podríamos decir que es un pueblo bendecido. Qué Dios ha bendecido a los 50 mil habitantes.
Producen todo lo que utilizan y comen. En los alrededores del pueblo tienen todo lo que necesitan para vivir: litio para los celulares, fibra óptica para televisión por cable e internet, petroleo, carbón y gas. Generan su propia programación en televisión, cine, teatro, radio.
Pero no conocen el paraguas. Simplemente se mojan cuando llueve, salvo que se queden en sus casas, o se guarezcan en los frontispicios.
Si el pueblo tiene 50.000 habitantes, hay 25 000 extranjeros estudiando el curioso fenómeno de desconocimiento del paraguas. No lo pueden imaginar, se los han dibujado una y mil veces, han visitado el pueblo diseñadores industriales, diseñadores de mercado para explicar la construcción. No lo entienden. No pueden imaginarse y les parece una tarea ciclópea, como las pirámides de Egipto, construir uno. Dicen que todavía la sociedad no ha avanzado tanto para conocer el paraguas. Admiten la computadora personal, el celular, todo es producido, de manera que cada habitante pueda contar con el servicio personal de todo tipo de artefactos útiles e inútiles. Una fábrica de paraguas de Michigan, Estados Unidos, les envió conteiner, con 5 000 paraguas; pero los devuelven: no los creen posible. Creen en todas las imágenes, pero descreen de las imágenes, cuando aparece alguien filmado, protegiéndose de la lluvia con un paraguas. Dicen que es un truco cinematográfico.
En las duras tormentas de verano hacen todas sus tareas empapados.
No sé más que hacer. Les he enviado pasajes para Londres o Buenos Aires, pero no salen de su pueblo.
Siempre pensé que este mundo es una conjura entre ingenieros y publicitas.
Ese pueblo prueba y reprueba la aserción.
Enero de 2018.
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